5 de la tarde; el lugar, una estación de tren subterráneo (o “Metro”).
La situación es algo incómoda, pues es el entorno de un antiguo (pero no por ello menos intenso) recuerdo. Si bien ya son 2 años de ello, la imagen está tan viva como si hubiese sido hace 1 minuto. Afortunadamente, esta vez la ocasión es mucho más favorable que en aquel entonces. Los autos pasan con gran frecuencia por la avenida que está al costado, aunque irónicamente, de la misma forma que esa vez. La noche se va aproximando a pasos agigantados, a la vez que los colores de la acera también van cambiando sus tonalidades al encenderse el alumbrado público.
Celular en el oído buscando el horizonte, y en él, aquel rostro que estaba esperando. El tiempo se detiene y se congela al cruzar sus ojos la línea visual de esos ojos que tan bien conocía, en tantos momentos diferentes de su vida: en celebraciones, en momentos serios, en funerales, en el umbral escondiéndose de la lluvia, en la intimidad y hasta en la misma oscuridad. Podía apreciar también como aquellos ojos le observaban de la misma forma, justo como ese día, ese dichoso día… ¿Habría sucedido otra vez? O más bien, ¿estaría sucediendo de nuevo? ¿Cómo sería posible? ¡Ya habían pasado 2 años!
Las cosas eran tan distintas. Ella no apartaba los ojos de él, hasta que poco a poco estuvieron frente a frente, igual que en aquella vez, bajo esa misma tensión que produce el saber lo que se dirá aún cuando no se ha dicho. Él decidió romper el silencio:
-“Es lo que yo pienso, ¿no?”.
-“Si” -respondió ella, y tanto la seriedad de ambos como el ambiente mismo se encontraban igualmente tensos que las amarras de una pesada carga.
-“Estoy ciento por ciento segura” -dijo, tajantemente. Él cerró los ojos y bajó la cara.
Las lágrimas que brotaron de sus ojos, junto con las que ya rodaban por las mejillas de ella se hicieron marcadamente notorias. “¡Ya tengo 1 mes!” exclamó ella, desatando finalmente la alegría contenida de ambos. El la abrazó fuerte y cálidamente, mientras que bajo la luz del foco sobre sus cabezas, sus dorados anillos relucieron, fervientemente. |