El tránsito estaba bastante conflictivo a esa hora. Subirse a una micro era casi auto condenarse a una pequeña prisión móvil. Lamentablemente, debía hacerlo, no existía otro medio de llegar donde la Javi. Me armé de valor y, asegurándome de tener todo cuanto bolsillo y cierre llevara conmigo, tanto en la ropa como en mi mochila, bien cerrado, alcé mi brazo y le indiqué al “querido” conductor que requería de sus servicios. Obviamente, este caballero se sumó a la mayoría de sus colegas y sus graves problemas visuales, haciendo caso de mi señal una cuadra más allá desde donde yo le señalizara. Corrí para alcanzarla y subí por la puerta trasera. Una vez arriba, me senté en la escala, en un pequeño espacio que quedaba entre las piernas de unos tipejos de no muy buena presencia. Más adelante, una señora de considerable humanidad miraba con cierto desprecio a estas personas. El sueño pesaba sobre mis ojos. Observé como una mano extraña se introducía en la cartera de la señora, y extraía una pequeña billetera negra. Me puse de pie dispuesto a socorrer a la dama, aun cuando su presencia no me era realmente grata, y sentí como sujetaron mi brazo. Una voz me susurró “flaco, te moví y te morí”. Por lo visto no era el único en darme cuenta de la acción. Un par de ejecutivos, más adelante, se pusieron de pie acercándose donde estaba yo. Me tomaron por los brazos y me encararon.
-¡Suelta la billetera!
-¿Billetera? –respondí asombrado, al ver que los tipejos no estaban- yo no tengo nada!
-¿Ah no? –dijo el otro- ¿y esto que es? –dijo extrayendo de mi bolsillo la dichosa billetera. Yo estaba atónito. El chofer paró la micro y llamó a unos carabineros. Me esposaron y me bajaron. ¿Qué carajo? ¿Qué hacía yo en una patrulla? ¿Y ahora que hacía yo?
En eso, la micro dio una fuerte frenada. Al golpearme contra la baranda me desperté. Que alivio, todo era producto del cansancio. Levanté la vista y vi una mano entrando en la cartera de la señora. Ahí fue cuando decidí meter mis manos en mis bolsillos, y encender mi walkman... |