EL ABORTO SE DISPARA
La frase EL ABORTO SE DISPARA sirvió para titular un artículo publicado en el diario El País con fecha de cuatro de enero de este año dos mil ocho en el que Emilio de Benito y Mónica C. Belaza actuaban como notarios de una tendencia alarmante en lo que afecta a la sexualidad de los españoles más jóvenes. Tanto es así que en el arranque de dicha pieza informativa se puede leer: “Una de cada 100 mujeres de 15 a 44 años (el periodo considerado fértil) aborta en España cada año. La cifra no deja de crecer desde la despenalización del aborto en 1985. Casi el 40% son menores de 25 años -y el 14% no llegan a los 19-. Cada vez se interrumpen más embarazos y a una edad más temprana, según los datos de 2006 hechos públicos ayer por el Ministerio de Sanidad en su web. Las interrupciones del embarazo se han duplicado en los últimos 10 años. ¿Se usa el aborto como un método anticonceptivo más? ¿Se ha perdido el miedo a abortar? ¿Por qué los jóvenes de la sociedad de la información no usan anticonceptivos?”… Las autoridades, especialistas y teóricos de turno apenas balbucean algunas disculpas y aducen peregrinas consideraciones para explicar unos números detrás de los cuales hay sucesos particulares y personas seriamente perjudicadas. Como siempre, parches de urgencia que, junto con la promesa de prontas e innovadoras actuaciones vienen constituir una especie de paraguas bajo el que se aguarda a que “escampe el chaparrón” y, una vez suceda así, ya se verá. Sin embargo, en otra parte de la información, se puede leer: “Los expertos atribuyen este aumento desde hace años, sin que las autoridades tomen cartas en el asunto, a varias causas. En primer lugar, que la educación sexual, recibida en la familia, las escuelas, los medios y el entorno, falla estrepitosamente. No es una asignatura propia en los colegios. Se trata de una enseñanza transversal…”… Lo mismo que expone Mikel Resa Ajamil, sexólogo y profesor, en una carta “de las dirigidas al director” y publicada en el diario El País, edición de 7 de enero de 2008: “… Una verdadera educación sexual no ha podido fallar porque jamás ha sido desarrollada coherentemente. Apostemos por la educación sexual reglada en nuestros centros educativos y no tratemos de educar a nuestros/as hijos/as con parches partidarios.”… En definitivas dos llamadas de atención que señalan el verdadero nudo de esta cuerda, madeja enmarañada, lío ignorado por todos. Un embrollo que permanece creciente porque nadie pone los instrumentos necesarios ni toma las iniciativas que correspondan. El señor Resa tiene razón cuando afirma que “una verdadera educación sexual no ha podido fallar porque jamás ha sido desarrollada”. Tiene razón y puesto que abortar es un plato indiscutiblemente amargo para toda mujer que se enfrenta o está en trance de enfrentarse a su padecimiento, sea las que utilizan sus recursos y ventajas para dar tranquilizante final a un problema originado en el cálculo equivocado, sea las que aún deben buscarle las espaldas a la ley para proseguir su vida en las mejores condiciones posibles, hacer de ellas o de los que las ayudan únicos culpables o inculpados principales, cuando las raíces de la perturbación que motiva la redacción de este pensamiento ahondan en muchos otros terrenos de la sociedad, es sobrepasar el cinismo aceptable. ¿Qué habría que hacer pues para evitar un fenómeno adverso como el que tratamos? Nada más claro en un principio. Abandonar las vestiduras de trágico, dejarse de aspavientos y admitir que, desde la familia, tenga esta la forma que tenga, a las distintas instituciones educativas, hay mucho de lo que responsabilizarse y poner en juego. Si un niño cuenta con el respaldo natural de aquellos a quienes corresponde su crianza y educación comprenderá, valorará e incorporará para sí lo que convenga. Para eso hay que estar, estar de verdad, con el niño. Y lo que es preciso para evitar abusos o violencias de todo tipo es mostrar desde muy tempranas horas como natural lo que es natural. El cuerpo humano desnudo lo es y la relación que tenemos con esa parte de nosotros mismos o con la de los demás conforme al entorno, circunstancias y libre consentimiento de las personas cuando adultos llega lastrada por las contradicciones, prejuicios y lagunas informativas de la niñez y adolescencia. Nadie nos explica nada, o lo cuentan a medias, o lo referido es letanía de mal rezo. Porque luego somos de los que
aceptamos apenas dos trocitos de tela como hábito veraniego mientras recibimos ociosos el sol durante un paseo costero cualquiera, o asistimos despreocupados a los excesos eróticos de la publicidad televisiva, para, acto seguido por ejemplo, escandalizarnos ante un conjunto escultórico mas o menos explícito sexualmente hablando sito en un parque, plaza o vía urbana. Naturalmente, enfrentarse con según que cosas requiere información y eso es lo que se necesita toda la información proporcionada por aquellos que deben saber trasmitirla y a quienes corresponde: padres y maestros. Ellos como tutores de la infancia y de la adolescencia sirviéndose de los instrumentos puestos al servicio de todos por el estado. ¿No es así?
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