...y cuando creías que lo tenías todo te diste cuenta de que todo lo que tenías no significaba nada. De que te quedaba todo un mundo por descubrír ahí fuera. Tenías que salir. Tu cuerpo y tu cabeza te pedían buscar algo más. Sin saber el qué, pero algo. Algo que por fin llenara ese vacío que sin saberlo siempre habías tenido. Ya se sabe que el primer paso es el más difícil, pero a partir de ahí: ¿que podía ir peor? Es normal tener miedo en una situación como esa. No todos los días uno lo deja todo por perseguir un sueño; sobre todo por uno que no sabe si alcanzará. Pero siempre se ha dicho que quien no arriesga no gana, y tu tenías muy poco que perder y tanto que ganar... Habría sido injusto que la vida no te hubiera recompensado. Al fin y al cabo lo peor que te podía haber pasado era que siguieras en el mismo estado, de monotonía en tu vida hasta el final de tus días.
Decidiste partir esa misma tarde, con lo puesto, algo de ropa y sobre todo tu libreta de dibujo y tus lápices. También cogiste algo de dinero que tenías ahorrado. No era mucho, pero menos daba una piedra. Cogiste el primer autobús que pasó por la parada. Solo te vio aquél extraño niño que siempre andaba jugando por el barrio el solo con su bici, como si estuviera patrullando la calle. Sabías que no diría nada, que era un testigo mudo, así que te daba igual pero a la vez sentías una especie de alivio por que alguien supiera que te ibas y hacia donde. El autobús que cogiste te llevaba hacia las afueras de la ciudad. No conocìas esa zona para nada. Era normal, en una ciudad tan grande. Pagaste el billete y te sentaste atrás, observando a la gente que te rodeaba. Poco a poco se fueron bajando hasta que te quedaste sola en la parte de atrás del autobús con el conductor. Estabais pasando por la zona más industrial de la ciudad, algo que tu jamás habías visto y que te dejó de piedra, porque no te lo imaginabas tan sucio y oscuro. Realmente impresionaba. Pero el autobús siguió andando hasta más allá de donde había casas hasta que frenó en seco y el vozarrón del conductor gritó: -Niña, esto se acaba aquí.
Te dio bastante miedo, pero pudo más tu orgullo y decidiste bajar. Estabas sola en un sitio desconocido por donde no pasaría nadie hasta que volviera el autobús en una hora por lo menos. Decidiste echar un vistazo a tu alrededor, con la mochila al hombro y sobre todo con lápiz y papel preparados. Solo podías ver alguna casa medio derruida. Algunas tenían una buena estructura, y solo la parte interior estaba hecha escombros. De repente se te pasó el sentimiento de pena y te sentiste profundamente desolada por dentro. No sabías por qué pero estabas muy conmocionada por lo que estabas viendo. Empezaste a dibujar todo lo que veías. Habría sido un crimen no dejar constancia de tu primer viaje artístico, por mucho miedo que te diera, verdad? En cuanto la punta de grafito tocó contra el papél fue como si todo lo demás desapareciera y solo pudieras concentrarte en lo que estabas dibujando. El miedo, el asco...todo desapareció. Jamás habías estado tan concentrada.
Cuando se hizo de noche y no pudiste pintar más fue cuando te diste cuenta que quizá ya no pudieras encontrar otro autobús de vuelta a casa. Realmente no te importaba, pero donde ibas a dormir?? Qué sería de ti esa noche? Te paraste a pensar y reuniendo fuerzas de flaqueza recogiste tus cosas te echaste a andar por la carretera por la que habías venido. Nunca me has contado que pasó en esa carretera, pero tardaste mucho en volver. Demasiado... Tu diario y tus dibujos me cuentan cosas de aquella tarde en la que pintaste como nunca habías pintado jamas y sentiste como nunca habías sentido jamás. Pero te sigo echando de menos... |