La Virgencita
Te pido disculpas Virgencita de las lágrimas, por no venir a visitarte más seguido: Me canso después de tener que acarrear esos infinitos baldes con agua desde el pozo hasta el rancho; dale que te dale las patitas, acarrea que acarrea agua, suben y bajan por los tagaretes, cruzan descampados y callecitas de piedra. Me salen ya pues, ampollas de entre los dedos y en las plantas y hasta en los empeines. Si tuviera un par de esas sandalias que les veo a mis compañeras de clase, en la escuelita del pueblo viejo. Sería otra mi vida. Y si no tuviera que despiojar a mi hermanitos, de solo estar nomás se contagian, como brincan esos canallitas y dicen que hay en todas partes, hasta en los países de los gringos. Aunque aquí, sí que somos limpiecitos, no más me canso de acarrear esos baldotes de agua y para qué, si las liendres van formando de nuevo un rosario de huevitos en los cabellos con tesón. Ya no me rasco: Pues, me he acostumbrado al picor y cuando me pican hasta me ‘encontento’ porque siento que algo palpita en mi cabeza. Y al final, una se termina acostumbrando a estas cosas...
El otro día, la madrina ha colgado del árbol de quebracho, -ése que tiene cientos de años, la lechera con la leche de vaca recién ordeñadita y a mí que no soy pedigüeña, pero que las tripas se me hacían un nudo en el estómago de hambre, largue la lengua y le pedí si me podía servir un jarro con esa leche espumosita y rica y la muy avara con cara de buenas amigas me dijo: de acuerdo, podes servirte, yo me voy al pueblo a dejar carta para el correo, vender los huevos y el pan amasado y los quesillos. Y qué le digo, Virgencita, a mí se me hacia agüita la boca. Y hasta me crecía una colita larga como al pichilo de tío Eulogio y ya brincaba de alegría, cuando la tía Panchita se jué nomás. Bah, dije ahora me tengo que servir y lo peor, tomar yo solita. Y que te cuento Virgencita: que salí al patio de tierra y encontré a la lechera atada con una soga bien gruesa y a tres metros de donde yo estaba. Y así me quede hasta que se hizo la noche, babeándome por la leche calentita, hasta que llegó el tío trayendo a mis hermanitos. Y no se quejó ni nada como hace siempre, sino me dijo más bien, que me dejara tocar una pizquita las tetitas y así y todo él me bajaba sin problemas la lechera.
Bueno, Virgencita, me voy a seguir fregando, te prometo visitarte más seguidito y brindarte unos rosarios bien rezados pa' la almita de mis tatas.
Otro momento te cuento que me avergüenza ir a la escuela porque la madrinita no me deja usar calzones, dice que no hace falta, que ande así nomás. Pero, a mí sí me da cosa, cierro las piernas fuerte, fuerte pa' que no se me vea nada.
|