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El salón completamente blanco; blancas las paredes, blanco el piso, blanco el techo. Todo reluciente y perfectamente limpio. El hombre, no podía ser de otra forma, se encontraba vestido de blanco, zapatos blancos, sombrero blanco. Me hablaba en español y a pesar de eso yo no lograba entender, era como si no pudiera oír lo que decía, sonreía y extendía la mano derecha mostrándome una llave. Finalmente, me acerque y dejé que pusiese la llave en mi mano. El hombre señaló con el dedo índice hacia la parte de atrás del salón, yo gire sobre mis talones y entonces vi una motocicleta. Una vieja BMW, parecía ser de los años 40, en perfecto estado, la pintura brillante al igual que todo el trabajo de cromado. Todo parecía nuevo, no era una reconstrucción, no. Era una motocicleta nueva.
Cuando di la vuelta buscando al hombre para pedir alguna explicación acerca de que se trataba este asunto, ya había desaparecido. Esto, a pesar de que el salón no tenía ninguna salida visible, no me inquietó y me pareció de lo más natural. Me acerqué a la motocicleta, el motor ya estaba en marcha emitiendo un sonido plano, un ronroneo delicioso que despertó en mí unas insoportables ansias de salir a la carretera y disfrutar del aire libre en mi cara.
Me acordé en ese instante que nunca supe como manejar una motocicleta, ni siquiera fui capaz de andar en bicicleta. Este inconveniente no me pareció significativo y monté sobre ella avanzando suavemente como un piloto experto, vi entonces, que el salón sí contaba con una puerta, me pareció demasiado estrecha, difícilmente podría pasar un gato a través de ella. Nuevamente, contradiciendo la lógica, continué la marcha, al llegar a la pared, la pequeña puerta ya no era tal, era un arco enorme, bien podría haber tenido las dimensiones del arco del triunfo, no lo sé con seguridad, no me detuve a observar. Ahora estaba en la calle, no había gente, todo desierto. Si no fuese por el frío habría podido ser un caluroso día de verano. Pero todo eso eran detalles sin importancia, ahora mi preocupación estribaba en tener que llevar la motocicleta a mister Manfred. El hombre la esperaba ansiosamente, no era una motocicleta cualquiera, había pertenecido a monsieur George y había que entregarla de inmediato. El cuervo que bailaba y cantaba sobre el semáforo dejaba caer pequeñas bolas de color rojo, de pronto cambiaron de color y se tornaron verdes, aceleré a fondo y pronto estaba bordeando la playa, detuve la marcha y el hombre de blanco surgió de la nada, sin pronunciar palabra me ordenó que le entregase la llave, yo no le hice caso. Tomando la llave abrí la puerta que daba al cielo y me marche. El hombre viendo desde abajo sonreía.
¡Y yo que creí haberlo engañado!

Texto agregado el 05-04-2004, y leído por 200 visitantes. (2 votos)


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