No puede ser que haga frio este día, precisamente este día. El frente número cuatro se llevo al carajo todos mis planes. Después de media botella de tequila consumida casi sin darme cuenta, el frío había desaparecido y los nervios casi inexistentes, iba a estar bien. Solo cuando me levanté me di cuenta de que había bebido en ayuno y que me encontraba estúpidamente ebrio. “Pinche frío”, me dije en voz alta mientras orinaba sin atinarle a la taza. “Ahora como voy a ir a verla”, siete años esperando ese momento y ahora me encontraba hasta la madre de pedo.
Recuerdo cuando la miraba de lejos en la secundaria, ella tan bella y yo tan bestia, ella tan lejana, tan cercana al cielo y yo tan cercano a la mendicidad. Desde ese entonces me enamore de ella. Y ella de Carlos, de Miguel, de Antonio, yo que sé de cuantos. ¿Y yo? No pues yo chingándome la espalda cargando botes de cemento para los colados, haciendo de franelero afuera de algún edificio, chalaneando con los barnizadores en los hoteles mientras de vez en cuando me sumergía en un fugaz sueño de thinner. Por ella fue que un día me dije: “Tengo que ser un cabrón, porque ella va a ser mía”.
Yo no soy ningún pendejo, sabía que siendo chalán nunca me aceptaría, aunque nunca había intentado acercarme a ella; pero ¿cómo iba a aceptar a alguien así, como yo? Entonces fue que exprimí mi cabeza hasta donde pude, me desvelé como idiota repasando libros, apuntes, hasta que la letra entro a mi sangre, hasta que la universidad pública me permitió volverme arquitecto, hasta que el título expedido por la UAM estuvo detrás de mi escritorio. Conseguí trabajo, cambié completamente, me convertí en una persona decente, todo por ella, a pesar de haber pasado siete años sin verla.
El metro fue el protagonista de nuestro azaroso reencuentro, para mi sorpresa y la de ella, que debió hacerlo al verme de traje. Nadie pensó que llegaría a arquitecto, un oriundo de Iztapalapa, jodido, perredista. Deberían verme ahora. Las palabras con dificultad emergieron, pero ya era tiempo de que viera que sí, que sí valía la pena. Después de algunos minutos e intercambio de datos personales, quedamos de ir a un café en el Centro Histórico, donde más.
Hoy es ese día. Pero el pinche frío de la mañana, los nervios y mi alcoholismo mal disimulado me tienen ebrio, tirado en el suelo pensando en que bella se vería hoy y que tan bestia me miro. No, mejor me voy por una prostituta. Tal vez en otros siete años, si no hace frío.
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