Estoy sentado en bolas frente a la computadora, personal computer, ordenador o como carajo se llame. Sentado nada más, porque el calor ha bloqueado todos mi pensamientos coherentes y solo atino a mirar estúpidamente la pantalla, inmóvil como el busto de bronce de cualquier prócer. Una gota de sudor se desliza por mi frente. Me concentro en ella. Baja despacio la muy puta, como regocijándose con su paseo. Ha pasado al tabique de mi nariz y de ahí se ha escurrido entre los pelos del bigote y ha caído sobre el labio inferior. Se ha detenido como dudando entre seguir para abajo o meterse en mi boca. ¡Que mierda! sigo, se ha dicho, ahora resbala sobre mi mentón. Ha quedado suspendida, balanceándose como un equilibrista en el más austral pelo de mi barba. Es un salto grande hasta el pecho, no se anima, se cagó. Permanezco inmóvil, no quiero influenciar su viaje con un movimiento, es ella quien debe decidir, vencer sus miedos, afrontar los peligros, vencer o morir. Solo canturreo en vos muy baja: ¡Se cagó, se cagó, la puta que la parió! La siento caer sobre mi pecho, el vello ha amortiguado la caída, pero se ha detenido para reponerse, se debe estar felicitando por lo macha que es y cauterizando su orgullo herido por mi cántico mordaz. Sigue bajando, se las ingenia para sortear lateralmente mi ombligo, se ve que no es ninguna pelotuda, si me meto ahí no salgo más y me ahogo en pelusa, ha pensado. Se detiene en el límite de mi vello púbico, empresa difícil la de meterse, así como así, en el Mato Grosso. Entiendo que lo está considerando, pero es una gota de la puta madre, tiene huevos y se manda. Pierdo contacto, pero tras un corto intervalo reaparece en forma de sutil cosquilleo. Será ella o una ladilla, me pregunto. ¡Es ella! Ya sale del bosque, y juguetona recorre triunfal la autopista de mi pene, realiza un esfuerzo para ingresar a la cabeza, lo consigue y cansada, cual atleta que asciende al podio de la gloria, se deposita en el agujero del mismo. No puedo menos que sentir una profunda admiración por ella, me ha deslumbrado con su audacia y espíritu aventurero. Luego, con amargura, pienso, lástima que en lugar de esa gota de mierda no fuera la lengua de una mina.
Voy al baño y meo. |