La noticia corrió por todo el reino...pero Askrizhal fue la última en enterarse. Rodaron por sus ojos una suave llovizna de lágrimas, y mientras se enjugaba el rostro decidió ir a ver su tumba. Pasó por su jardín, y recogió una rosa de pétalos pequeños y apretados de color rojo que estaba solitaria en un rincón. La tomó entre sus dedos, hasta que las espinas le arrancaron sangre, y la guardó en su pecho.
Cuando bajó a la tierra, buscó la caverna en donde él había morado. Sintió su dolor y agonía. Esa caverna era oscura, fría y desolada. La luz de Askrizhal apenas se veía, y por lo tanto buscó a tientas la tumba del gran demonio; cuando la encontró su cuerpo tembló y su luz interior se apagó.
Empezó a buscar dentro de la tierra para encontrar los restos de Aakthon, pero ya había pasado el tiempo, y sólo encontró sus cenizas con un anillo. Lo recogió, lo miró, y se dio cuenta que era el anillo de la alianza que alguna vez tuvieron juntos. Luego depositó un poco de sus cenizas en un recipiente de metal cerrándolo con cuidado. Volvió la tierra a su lugar, y sentándose junto a ella colocó el anillo atado a la rosa en la tumba.
Un sonido extraño la sobresaltó, sintió que alguien la observaba. Vió a un joven demonio que acercándose a ella le dijo : “ No temas, no he venido a hacerte daño, sólo a darte un mensaje”. Askrizhal lo miró con ojos interrogantes, y esperó..
He sido el aprendiz del gran Aakthon, y cuido su tumba contra las huestes de engendros que habitan aquí. La he esperado para decirle lo que Aakthon me encomendó... “Que siempre la había amado”. Ella entonces no pudo contenerse y lloró.
Salió rauda de la caverna hasta encontrar la luz. Apretó contra su pecho las cenizas, y le dijo al infinito : “ Gracias por decírmelo.. yo también siempre te amé.”
Entonces subió a su palacio de cristal, pasó por su jardín, y roció las cenizas en él. Ella sabía que el gran demonio hubiese querido yacer en él.
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