Verte a los ojos provoca hambre, la glotonería del vértigo, y sed que sacio en tu alma marina, chubasco del beso que me enviaste volado desde el otro lado del mundo, de cuando lo fuiste a cambiar, conservo la idea que te extraña en la mejilla.
Palpitaciones, repeticiones arrítmicas que provoca notarizar, instrumento público de que estoy vivo y colérico, coleando de lo animal. Perplejo por la distancia que avista tierra desde el canastero de este buque fantasma, extrañado por la prisión del aire, por los muros de los horizontes que nos cercan, cambio lápida por sombrero para días con sol.
Permuto ansia por trampas, Por noches de arcabuz, que ahuequen el hondo, que abunde de profundo, tu templo, tu ejemplo, tu luz.
Arde la memoria, por las hectáreas de nuestros poros al sudar, sol que reverbera sobre la piel dorada al empapar la cama, el cuarto, la casa, las escaleras, el patio, la terraza, la cocina, al hacer e inventar el amor y otros virtuales, otros entuertos, quedando todo este vacío; estos platos sucios, estas sábanas sin tender, este desierto, sabanas tristes con tormentas de arena, la molicie y la sequedad por dentro, las pocas ganas de abrir las cortinas, abrir el grifo, encender el auto, que ya he descolgado las fotos de los portarretratos, toda la memoria ahora son marcos de cartón torcidos, sobre los que escribo: “Esto de amar es un dolor que se cura” Y dejo de pensar en ti, diciendo: ¿por qué no puedo? Apuñalándome con tu huida al futuro.
Dando incómodas excusas a las visitas.
No, no hay reclamo, así lo parezca, lo que pasa es que es temible estar solo, mirarse sin ti, ya podrido el alféizar sobre el que te recostabas pidiendo, suspirante, algo de cordura, está lleno de agujeros y tan húmedo que al puntear se deshace, sobre el que te guardaba en los ojos: el mundo.
Es, a la vez, impertinente este cielo, no hay forma de olvidarlo, te recuerda, se parece al que viste luego de tu última caída del océano gritando: “Estoy feliz de estar viva” a lo que seguía el glosario de besos que remordían la vergüenza de ser ridículamente romántica. También tu puerilidad es signataria de esta misiva que arredra las ganas de reconsiderar saltar desde la azotea, para pasado mañana.
También claro, aparecen los recuerdos de lo bien mierda que podías ser, de las imágenes del baño, cuando la puerta estuvo dos meses sin cerradura, esa falta de apetito por escribir para tus pies hacia dentro, y esas piernas de bruja al mear. No creas que no me despluma seguir pensando en ti, con lo hórrido de tus gritos al teléfono, ese espionaje y contraespionaje de tu celo, ese gusto por el pop rock idiota, y tus ganas de hacerte crecer el trasero. Por más que me esfuerzo en odiar las cosas sensibleras, histéricas, mitómanas y monomaníacas que atracabas de la natural imperfección de amarte por accesos y excesos, yo no puedo dejar de pasear tu recuerdo que me engrupe y retuerce.
El mastuerzo que ya no puedo impedir, que pide que no te olvide, por puro amor a la soledad. El que desdeña todas las libertades que no te conocen. Que a golpes de egoísmo, empobrecen, abunda sobre la distancia de tu cuarto al sillón.
Separo una cita con un cliente, mañana para las diez, en la cafetería del hotel que da a la calle donde te conocí. Debo perderme en la sensación envanecedora del Yo, cerrar un negocio, comprarme cosas, contratar compañía para la noche y dormirme por cansancio, agotar tu olor de mi piel, destilar este veneno, estrujando esta vena que vertical atraviesa todo el sistema rabioso
Mañana te olvido, ya verás. Ella se llamará como te llamas, e inflamará esta cama del aséptico color, ese de amar como se amaría esa carta suicida que firma “Si estuvieras esto no sería, cuando sea”
Christian Cruzatti
Guayaquil
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