No busques en mis letras el buen enunciado ni la frase inolvidable. Tampoco leas con ojo crítico lo que intento contar porque terminarás asombrado de los errores que logro cometer. Lee sin recato; lee sin duda, que lo que cuento es verdad; lee sin esperar nada; lee ávido si te interesa o deja de leer de inmediato si ya te aburrí. No importa lo que hagas, sólo importa lo que he escrito.

No puedo decir que escribir sea una necesidad primordial en mi vida. En realidad evito escribir, y cuando lo hago, cuando por fin lo hago, es porque ya no pude soportar más los gritos que me revientan la cabeza. Entonces me siento frente a la computadora y tecleo palabra tras palabra, dejando que la memoria y el dolor se combinen. En el acto no tengo tiempo de corregir alguna coma olvidada o un verbo mal utilizado y con los pleonasmos ni siquiera discuto. Lo único que quiero es contar. Leer tampoco es mi afición. Creo que la vida es más importante que la lectura. Disculpen si peco de ignorancia. La lectura me parece un acto cobarde, un intento de conocer la vida sin enfrentarla. Muchos lectores adictos creen haber descubierto la fórmula para sobrellevar su existencia. Quizás sea así, pero yo no los envidio. Prefiero vivir sin descubrir. Nadie descubre nada. Todo lo que creemos encontrar por primera vez ya lo ha encontrado otro antes y se murió creyendo lo mismo. Somos ciclos que se repiten.

Ahora escribo y puedes suponer, por lo que he dicho antes, que lo hago porque no me queda de otra. Te voy a contar lo siguiente:

Nada.