Libertad.
Por: Arturo Berger Maturana
-Y si... ¿que mejor?
-No lo sé... no me convenzo aún del todo.
-Vamos, ¡te garantizo que será una experiencia única e inolvidable!
-Es posible...
La fuerte brisa que surcaba las grietas de aquel árido suelo levantaba de entre estas pequeñas nubes de tierra que espantaban a las diminutas moscas que volaban alrededor. La tarde jugaba con el clima entregando una cálida puesta de sol acompañada del frío de su aire, cepillando la poca vegetación existente. Alguna que otra serpiente asomaba su cabeza y con su diminuto látigo amenazaba a cualquiera que quisiese acercarse, aunque en aquella soledad dicha probabilidad era casi nula. Poco a poco el descenso del sol iba extendiendo el oscuro manto sombrío sobre la tierra. Y en la más alta punta de aquella quebrada, la discusión continuaba.
-¿Ves aquel río allá abajo?
-Por supuesto que lo veo. De allá veníamos, ¿recuerdas?
-Tienes razón, pero no es necesario que utilices tu sarcasmo -acotó con cierta molestia-. Pero en fin, el río es profundo y a esta hora su caudal crece. Y se hace más y más profundo. ¡Vamos!
-No lo sé... ¡¡no lo sé!! ¡Me estás pidiendo demasiado!
En el cielo, el sol comenzaba a ceder su territorio y la luna hacía su magistral entrada. Aquel manto sombrío poseía un agujero de luz en él, reflejada en el creciente río. Pequeñas luciérnagas flotaban como estrellas diminutas, notoriamente alteradas por la presencia de aquella pareja. Mas su furioso volar era casi como presenciar una lluvia de estrellas en pleno ocaso del día. El sonido de las aguas reverberaba en el precipicio, fortalecido por el eco del vacío. La gran altura de dicho precipicio inclusive permitía oír los saltos de los audaces peces que desafiaban la corriente en búsqueda de alimento.
-Es la última vez que te lo planteo. Si no te gusta, iré solo.
-¡No me hagas esto! ¿Que haré yo si te vas solo?
-¡Entonces, ven conmigo! -exclamó sonriente, tendiendo su mano.
-¡Es que no lo sé! ¡Me parece una idea por demás absurda!
-Perfecto, entonces... ¡Adiós!
-¡¡Espe-- su intento fue en vano, pues la decisión de su acompañante era absoluta. En un abrir y cerrar de ojos giró sobre sus talones y, enfrentando el precipicio, retrocedió tres pasos que luego recuperó con agilidad y fuerza, culminando el momento con un gran salto para luego arrojarse al abismo. Llevaba la camisa semi abierta, por lo que esta danzó con el aire que entraba a través de sus mangas y sus ojales, mientras sus brazos se extendían a los costados y sus cabellos perdían su rizado natural para tornarse lisos hacia su espalda. Sus piernas iban rígidas, los pies en punta, fuertemente atados para no perderlos en el descenso. En esa postura, no podía observar la cara de horror y pánico que había quedado impresa en quien había quedado atrás. Libre, libre de todo, de toda regla natural o lógica, volaba a través del vacío en vertiginosa caída, mas su felicidad era imperturbable. Giró en el aire, cambió de posturas, apreció el horizonte recostado en la nada y se dio el tiempo, inclusive, de realizar algunas acrobacias apoyado por la libertad de su cuerpo. Vio pasar tras de él algunas raíces que buscaban el agua de aquel río que cada noche crecía casi hasta el tope del abismo durante el verano, pero que en primavera solamente alcanzaba un tercio de su capacidad. Pudo sentir en su piel como el aire se humedecía, así que se preparó para el momento del chapuzón. Mas sus cálculos no habían sido del todo correctos, y el río no había crecido ese día, dejando un torrente capaz apenas de cubrir a un pequeño recién nacido de pié. La sorpresa de tan infortunado suceso congeló su rostro y aquella alegría que lo inundaba minutos atrás se esfumó por completo, dibujando en su rostro una perfecta fotocopia del rostro de su acompañante que apreciaba con horror lo que sucedería. Poco a poco la superficie se hacía más y más cercana: el impacto era inminente.
Y sintió su rostro atravesar aquella delgada tela de agua para sentir como la tierra le llamaba, burlescamente, a regresar desde donde comenzamos, según lo profesaba su religión: "del polvo vienes y al polvo volverás". Y ahí fue.
Ahí fue donde despertó, de un salto, de su cama, suspirando "Maldición... volví a fallar hoy. Tendré que intentarlo de nuevo mañana, ojalá y pueda saltar acompañado esta vez. Pero por lo menos ahora el río creció un poco". Luego de reír ante su fallida proeza, decidió volver a dormir.
-Y si... ¿que mejor? |