cuando te vi por primera vez sentí que eras tú la mujer que quería tener, la mujer a la que quería amar, la mujer a la cual brindaría toda mi vida, la mujer que acompañaría todos mis sueños, la mujer que jamás dejaría. Cuando sonreíste por segunda vez sentí que se estremecía cada fragmento de mi cuerpo, mismo que a su vez intentaba concluir la sonrisa perfecta.
Claro¡¡¡ jamás pude, ese tipo de cosas solo eran posibles en caso de ser tu querer.

Pasaron los meses y a su vez mi dicha se hacía infinita. Entendí que era vivir teniéndote como razón, vivía para hacerte feliz, vivía solo por ti. Un día entre lágrimas me dijiste adiós.

Nunca entendí tus razones, tiempo después me entere que simplemente no las tenias, me preguntaba en que había fallado, deje de sentir, deje de respirar, deje de soñar, deje de reír, me preguntaba porque no me querías a tu lado, lloraba por el hecho de que mis lagrimas nunca serian escuchadas.

Ese corazón que dejaste con espinas y una herida sangrante gastaba su última energía suspirando por tu amor, cada mañana se encargaba de despertarme, temblaba y parecía pálido, su infección se agrava porque no quería que nadie más lo tratara, no quería que nadie lo tocara. Muchas veces trate de abrazarlo, muchas veces trate de consolarlo pero jamás me escucho.

Fue extraño que una mañana no me despertara. Me dirigí al cuarto donde yacía. Era el cuadro más triste que jamás volvería a ver, estaba desgarrado por las espinas, su cuerpo totalmente lacerado y su latido era casi nulo. Me acerque inmerso en dolor y escuche algo que apenas podía soportar…

“Así fue como murió y lo único que escuche fue tu nombre”.