Una mirada en Bogotá.
“la vida es y será una porquería, ya lo sé, en el…“ Siempre parece ser una porquería y siempre la misma, la vida de los bogotanos de los años cincuenta, de aquella Atenas suramericana que jamás conocí no ha cambiando mucho en relación a la que hoy en aras del siglo XXI se erige a 2600 mts sobre el nivel del mar.
La navidad bogotana del chocolate caliente y la natilla con dulce de mora aún se perpetua en los altos edificios de chapinero donde las antiguas familias chapines cambiaron sus aposentos rurales para esconderse en los edificios que se enmarañan en la muestra de los andes que hace fácil a los bogotanos ubicarse al salir de algún museo o al buscar alguna dirección. Sin embargo que hermoso debió haber sido el vivir en la Bogotá de saco de leva, gabán de de casimir y sombrero de fieltro en el caso de los hombres, mientras que las mujeres vestían con las ultimas modas que hacían los modistos en el pasaje Hernández con telas finísimas que los Turcos traían a la calle 11, y, que del lugar de su importación no era nada más que los saldos de telas ya extintas de vida social.
Un vestido para cada fiesta patria o religiosa, era la bonanza para modistos y vendedores de paños, niños y adultos vestían acartonadamente en la Bogotá que crecía taimadamente bajo la niebla que parecía ser importada del centro de Londres. Navidad y año nuevo, la visita de los reyes magos, la natividad, la novena eran los momentos predilectos para que se mostraran los últimos ajuares en el centro de la capital mientras se apresuraba el paso para llegar cumplidamente para hablar de lo recaspita que solía ser el gobierno godo y compartir del buñuelo y la natilla antes de persignarse y conmemorar el nacimiento del pequeño redentor.
Sin embargo con la niebla importada de Londres, el estilo jónico de la arquitectura gubernamental, al que seguramente le debemos el apelativo de Atenas y la moda arcaica que revistas de más de 20 años hacían de Bogotá “la gran ciudad” y nos ponía en la vanguardia de las sociedades más prestantes del mundo, cuando en realidad andábamos a la retaguardia, navidades con reyes magos que fueron lentamente sustituidos por papas Noel y el primario oro, mirra e incienso, se cambio por la explotación que el anciano le hace a unos pobres duendes, todos presos y vestidos de verde que trabajan día y noche para que el viejo en una noche, entre en cada chimenea a dejar el regalo sugerido por cualquier infante y empezando una política mundial de servicio, “el cliente tiene la razón”, a otros tantos nos toco conformarnos con lo que a los tres reyes magos nos diera por caridad, cuando no fue el niño festejado el que nos dio un presente cuando nosotros se lo debimos dar por antonomasia.
Entonces la Atenas Suramericana en lugar de parecer una polis ideal, seguía pareciendo un pueblo con legado español, de plazas rectangulares en el centro de la ciudad donde el poder de Dios y del hombre se enaltece en medio con la estatua de un prócer que por obligación ha de morir para serlo y con la presencia de las palomas de la libertad que para sobrevivir deben comer del suelo, el poco arroz que la gente les lanza para la foto.
Hoy día, las palomas, símbolo de la libertad siguen comiendo del suelo y bebiendo de los charcos que circundan la plaza, estamos en busca de la paz y ni siquiera su mejor representante tiene el alimento asegurado, ni su vida, si es que recordamos que uno de los terratenientes de Dios coloco estacas en la iglesia para que las palomas no se posasen y se cagasen en la casa de Dios, el mensaje era claro, - en tu poder me cágo, - y este infeliz asesino victorioso de matar a la libertad salio sin pena ni gloria de la catedral, cuando hubiese sido equitativo verlo o en la hoguera o en la jaula, por hereje. No importa que las palomas sean simples avichuchos, la verdad es que no han cumplido un papel fundamental en la constitución del Estado. Ahh el Estado, mejor así el estado - pero de quién sabe qué materia-.
Hoy en día Bogotá sigue siendo un pueblo y la plaza de Bolívar evoca cualquier pueblo colombiano en fiesta, en diciembre hay un castillo al mejor estilo de Las Mil y Una Noches, mientras un soldado romano con pechera de las cruzadas es seguido de dos mujeres beduinas que venden su imagen para petrificarla al mejor modo de Medusa, mientras papas Noel de todos los tamaños hacen igualmente ofertas fotográficas junto a los castillos de papel y en el fondo el castillo del poder, a otro costado un hombre dignamente uniformado vende helados a 2600 mts sobre el nivel del mar a las 8 de la noche y los vendedores de algodones han encontrado la formula para que su producto no sea únicamente rosado, ahora lo hacen también azul y lila, pero ya no trae la imagen del pato Donald, que en la infancia me hacia sentir en Disneylandia.
En otro costado de la plaza un hombre lleva un cartel que no para de gritar ¡se regalan abrazos!, casi corro hacía este hombre pero me acuerdo que estoy con alguien y prefiero que está persona sea la que me abrace, junto a mí, una familia completa le canta el “happy birthday” a una pequeña que al soplar una vela con el numero 5, cierra los ojos para pedir un deseo.
Bogotá sigue siendo un pueblo y en este diciembre solo falta la escopeta de dardos y una llama para que los niños se tomen las fotos, pero los faroles que acompañaron a Silva por las calles de la Candelaria hoy son imitados con cadenas de bombillos que imitan su figura, la puerta falsa hoy recibe más clientela que en sus años mozos y la catedral primada le da la bienvenida a centenares de personas que no vienen al velorio de algún personaje publico. Pero en este mar de personas no se inmutan un tanto por el frío capitalino, mientras busco a uno de los tres reyes magos exiliados, que hace parte del falso pesebre que se muestra tras bolívar y al unísono la voz de un policía me dice que no puedo seguir posado en el edificio que no pudo cuidar cuando el M-19 se entro a quemar la memoria de la que el hombre se ufana, la Historia.
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