Son las 1:30 a.m., y está lloviendo. Bastante.

No sería un motivo suficiente para escribir. De ningún modo por ejemplo, en el Sur, donde la lluvia es una mancha congénita en el rostro de las personas, o en el Norte, donde se inmiscuye violentamente en el paradisíaco paisaje tropical como un estornudo, si pedir permiso ni perdón. Está lloviendo en Iquique, a unos pocos kilómetros del desierto más árido del mundo. Comenzó tímidamente hasta ganar la suficiente fuerza para asustar a sus habitantes y meterlos en sus casas de techo plano, obligándolos a asistir desde sus ventanas a ese espectáculo de vida tan infrecuente por esos lugares.

Vivo desde hace cinco años en esta ciudad y lo que más me sorprende no es el fenómeno climático en sí, al cual estoy más que acostumbrado, sino a las reacciones de la gente, una mezcla de terror y fascinación que vagamente me remite a la atracción que sentimos los humanos por el fuego desde la madrugada de los tiempos. El mismo efecto hipnótico de una fuerza natural que puede otorgar supervivencia lo mismo que matar.

Mañana por supuesto será noticia. La arena y la playa convertidos en lodazales por un día, la poca vegetación abrirá sus verdes brazos momentáneamente y los iquiqueños considerarán seriamente comprar paraguas y abrigos en pleno verano. Más de alguna construcción sufrirá las consecuencias de enfrentar condiciones completamente insospechadas.

¿Estará lloviendo también en las salitreras? ¿Se estarán empapando los fantasmas de los obreros de la pampa? ¿Estarán evaluando también la posibilidad de comprar algunos paraguas?

Este nuevo año está comenzando con extraños augurios. Mucho más en una ciudad donde la gente vive siempre con esa extraña sensación de catástrofe natural, en una tierra de sismos, con la sombra en sueños de algún tsunami proveniente del Pacífico, en un lugar que, como les decía, la manifestación de la naturaleza tiende a recordar los primeros días del Hombre, días en que el viento y el agua, la tierra y el fuego presagiaban tanto el porvenir como la muerte.