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Antoñita.-Dos cernícalos cruzan el cielo, ¿los ves?

Odeón.-Siempre vuelan a esta hora, suben hasta que no pueden más y se tiran en picado.

A.-Que pena que yo no los pueda ver. Escucho el vuelo silbante y la caída espesa, si contención, queriendo atravesar la tierra en busca del ultimo rescoldo de calor de los niños. ¿Porque todavía hay niños? ¿No es así, Odeón?

O.-No lo sé, yo hace mucho tiempo que no siento ninguno.

A.-Solo recuerdo sus risas, las carcajadas limpias, espléndidas que alborotaban el colegio. ¿Recuerdas el colegio?

O.-No, eso no lo recuerdo. Otras veces me has hablado tú de él, pero yo no tengo imágenes de esos días.

A.-Que lástima, yo solo puedo rememorar el sonido de los balones en el repiqueteo de la tarde, los silencios espesos seguidos del bullicio de los pasillos... Pero si recordarás el olor, ¿no?

O.-Eso si, el intenso olor a libros manchados de bocadillos, los baberos planchados del lunes y los viernes ya bastante sucios, las colonias frescas, la tiza que se metía por todas partes, pero no puedo ver los niños en ese lugar.

A.-Bueno, tu tienes mucho más que yo. Tu, has salido fuera y has volado hasta quedarte sin ropa, hasta quedarte sin piel.

O.-¡Para lo que me sirve ahora! Solo puedo hablar contigo. Eres la única que me entiende.

A.-Vamos, vamos, no seas tan pesimista. Estoy enseñando a Paquito y ya mismo también podrá charlar algunos ratitos contigo.

O.-A ver si aprende pronto, que tengo ganas de que me cuente como terminó el rabo largo y el rabo corto. Como a ti no te gustan esas cosas, no me entero de nada.

A.-Que le vamos a hacer si no coincidimos en los gustos.

O.-Pues podías hacer un esfuerzo y complacerme alguna vez.

A.-No, lo siento. Si fuera otra cosa lo que quieras, pero ya sabes que desde la última batallita campal que sea formó, yo no voy a esas cosas.

O.-Bueno mujer, tampoco te voy a obligar a algo que no quieras. Si yo más que nada es por la costumbre y por dejar algo de adrenalina por algún sitio. Aunque ya me queda poca, apenas para resistir la sensación que causan esos pajarracos al caer. Pero eso me lo puedo ahorrar, con olvidar la hora a la que pasan, todo arreglado.

A.-¡Si, olvidar!, y estas siempre atento. Te das cuenta mucho antes que yo. No será que me has mentido y todavía ves un poquito.

O.-Eso quisiera yo, que al menos pudiera reconocer una sombra en un mar de luz.

A.-Yo ya no recuerdo la luz. ¿Cómo era?

O.-Era..., bueno era. Es que no sé si lo que recuerdo era luz o calor. Hace tanto que estamos solo entre frío.

A.-Si el viento glaciar se mueve entre nuestras caras para no dejarlas.

O.-Ja, ja.

A.-¿Y ahora porque te ríes?

O.-Por lo del viento glaciar. Ya solo hay viento de esa clase, no queda de otro.

A.-Bueno es por ponerle nombre. Que estricto eres. Como no me tomes en serio me voy y a ver con quien hablas.

O.-Jo, como te pasas. Si estas conmigo por compasión, no la quiero. Ya sabes que para lo que me hace falta me defiendo solo bastante bien. Que ni vea ni escuche, no quiere decir que no pueda sobrevivir solo. Lo único que me hace falta es el calor de alguien, si me lo quieres dar bien y si no déjame. Además tú no estás mucho mejor que yo.

A.-No estoy aquí por eso, lo sabes de sobra. Estoy porque sabes mucho de todo. Tus viajes, mientras roías los cables de algún que otro avión, te daban la experiencia necesaria para poder ver mas allá de donde los demás ven.

O.-Ahora aprovechadilla ¿eh?

A.-Es que tú eres de extremos. O una cosa u otra. Bueno te dejo, piensa mejor lo que me dices y como me lo dices.

O.-Vale, pero no te vayas sin darme un beso.

A.-Muac.

O.-Muac.


Antoñita le soltó la mano, solo se movió para ponerse en un rincón de la ratonera. No podía verlo, tampoco le hacia falta, solo quería escuchar como cantaba y hacerse grande en amor. Él creía que se había marchado como cada noche, pero ella siempre se quedaba, temía que esa fuera la noche en que los últimos efectos del matarratas se lo llevaran y ya no pudiera sentir el calor de sus dedos escribiendo en su mano. Hacía por lo menos un año que los dos comieron el dulce caramelo rosa, pero a él como mayor tragón le hizo mas daño que a ella. Ahora, ella, quería vivir más que nunca, tener los ratoncitos que no tuvieron, pero no se atrevía a decírselo y esperaba noche tras noche a que él se diera cuenta del gran amor que los llenaba.

Texto agregado el 26-03-2003, y leído por 279 visitantes. (1 voto)


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