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*Esto va así nomás, sin corregir y sin pensar, para el putete de Derian.



Y no es que yo siempre fui viejo. Porque cuando lo ven a uno, parece que hubiera nacido así. A veces los demás parecen creer que uno, porque entiende poco y nada de esta cosa moderna de las máquinas, los devedés y el internet, en lo único que piensa es en esperar sentado la jubilación, esos dos pesos mugrientos que da El Estado; o en ir a la plaza a dar de comer a las palomas.
Y en realidad yo también pasé por la cosa sensible, por esa edad donde parece que hay que cambiarlo todo en el mundo antes de crecer, y fíjese por ejemplo que a mí, de chico, me parecía una injusticia el nacimiento de un pájaro en la ciudad... cosas como que un pájaro, un animal del cielo, del aire libre, viniera a nacer justito en esta ciudad, que entonces se me hacía una mole pálida gigante, a llenarse de humo el pobre animalito. Pero no una paloma, porque una paloma es un pájaro que, si usted se fija, parece que hubiera nacido viejo y con el color gris insulso, feo y desteñido de la ciudad. Por eso debe ser que los viejos y las palomas andamos juntos en las plazas. Por eso, y lo otro eran cosas de un pibe de barrio cuando iba al centro y mi viejo, que también laburó de mozo, me enseñaba como sin querer a mirar a la gente. A saber mirar a la gente, mejor dicho, porque mirar, lo que se dice mirar, mira cualquiera.
Cuando este muchacho llegó a la empresa... Porque tampoco es que siempre estuve de mozo en esas oficinas repletas de chismosos, no señor. Estuve en bares del centro y hasta trabajé en un hotel en Mar del Plata donde iba gente del espectáculo, artistas... No como ahora, después, que estos tipos lo trataban a uno con la displicencia clásica del que está haciendo siempre algo más importante de lo que uno, que es el perejil que sirve el café, podría imaginarse. No. En ese hotel y en aquella época el mozo era el mozo. Era el responsable de que la mesa estuviera servida con la bebida y los cubiertos y todo. Uno era el mozo, con orgullo. Con orgullo ayudaba a la mujer a quitarse el abrigo. Con orgullo y no por obligación ni por alcahuetería, no.
Decía que cuando entró a laburar Carlitos... yo no entiendo mucho del trabajo con las computadoras... bueno, Carlitos tendría unos veinticinco años más o menos y yo enseguida vi que no era como los otros. No era... no tenía esa manía de estar fingiendo una ocupación terrible o una situación complicada como sí hacían los demás. Y es una lástima que trabajara en el área de sistemas. Una lástima, porque se me complica un poco explicar ese trabajo de cómo se llama...
La cosa fue que al verlo tan contento, como despreocupado y macanudo, yo intuí que alguna situación enredada podría llegar a armarse. Porque usted entérese de que el mozo, en ciertos ambientes de oficina, termina siendo algo así como un confidente, un psicólogo, un cómo se llama... Una especie de agente secreto, eso es; un agente secreto pero sin maldad, no vaya a creer. No me malinterprete; una cosa es que lo traten a uno de pichi, que sí pasa, y otra que viene de la mano es que como saben que uno está por todos lados se le acerquen a uno a contarle cosas, a intentar hacerse amigo de uno porque saben que uno les puede facilitar información. Algo así como un agente secreto, creo que ya lo dije, pero sin maldad; un corredor de lo que se dice comentarios de pasillo.
Entró en sistemas. Sistemas es donde está la cosa... la computadora grande, la cosa complicada y yo pensé que qué iba a hacer este pibe con los tipos de ahí. Usted sabe, hombres y mujeres que se agarran la cabeza como mirando una de terror en un cine en miniatura, qué sé yo; yo pensaba que su trabajo sería poner el cómo se llama; el disquete, eso o alguna tarea como de acomodar un programa o escribir con el teclado, y algo así era la idea. Algo así era lo que todos pensaron cuando entró Carlitos a trabajar y usted se imaginará cómo habrá sido, que el pibe nuevo era cualquier cosa menos un pibe que pusiera el disquete y nada más.
Yo creo que el éxito, lo que se dice el éxito, es un estado de ánimo y a veces nada tiene que ver con la guita o con la cosa complicada. Un éxito es algo personal, algo que aunque filmen películas y escriban libros uno lo siente y punto. Uno puede ganarse la lotería y ni fu ni fa, y otro va a decir que si se gana la lotería se es exitoso. Qué sé yo. Carlitos era un pibe que visto con estos ojos tenía el éxito pero no porque fuera a arreglar la empresa ni porque fuera a convertirse en gerente o en un cómo se llama. No; tenía el éxito porque era un pibe que sabía aprender muy rápido y parece que no se olvidaba de lo que aprendía y además ayudaba a los compañeros. Su éxito era o debía ser que estaba contento con el trabajo o por lo menos en esta empresa; era el hacer cosas.
Yo de eso de sistemas, esa rimbombancia que parece que si se cae el sistema se inunda la China o se mueren los gringos, no entiendo. No entiendo, pero sí entiendo de otras cosas. Entiendo que si en un grupo de trabajo aparece uno a hacer algo más rápido y mejor que el resto ese resto se va a preocupar, entiendo que ese resto es muy posible que vea en el nuevo no a un compañero de trabajo sino una competencia, y además entiendo que muchas veces la gente que está en un puesto durante mucho tiempo pierde el sentido de lo que es poner voluntad en lo que hace, pierde el entusiasmo y lo remplaza por cómo se llama; por lo de las máquinas, eso es; uno se vuelve automático como las computadoras. Esto pasa en todos lados.
Y todo empezó con el cambio del sistema, el programa madre que debía ser como la cabeza de todos los programitas que usa la gente..., no sé bien qué es, pero entiendo que si se cambia eso se cambia todo, que es algo que influye a todo y que entonces la gente de sistemas tenía que ponerse a hacer cosas nuevas. Podrá imaginarse, aunque no entienda nada de programas, que quién sino el nuevo se adaptaría más rápido al trabajo nuevo. Carlitos, pero había más.
Él sabía hacer mejor las cosas porque, como creo que ya dije, aprendía más rápido que los otros y, esencialmente, porque tenía ganas de hacerlas. Cuando pasó que una maniobra muy difícil hizo quedarse hasta después de hora a todo el mundo menos a Carlitos porque en teoría él era el nuevo perejil y no estaba al tanto ni a la altura de la situación, resultó que ninguno de los grosos pudo resolverlo aun quemándose las pestañas hasta tarde y al día siguiente y en cinco minutos adivine usted quién solucionó el tema. Carlitos. Dígalo con confianza. Carlitos.
Creo que en esos días fue que más café serví, mire lo que digo. Esta gente toma mucho café con edulcorante y se pone muy tensa, esta gente.
Y no vaya a creer que a Carlitos lo odiaban por no mostrar la manera de hacer las cosas, nada que ver, ¿eh? Porque si tenía algo de sobra era eso de trabajo de equipo y hasta el gerente de sistemas le dedicó alguna deferencia por lo del cambio. Ahí está. El gerente de sistemas que no sabía bien cómo eran las cosas pero sabía que había que hacerlas. Ese tipo, y no doy nombres porque se me van con el tiempo, los nombres, ese tipo llegó a tenerle bastante afecto al Carlitos aun a conciencia de que a veces lo hacía quedar como un ignorante enfrente de los otros empleados que, por lo bajito, empezaron a tenerle mucho, pero mucho cómo se llama, mucho recelo profesional; sí.
Imagínese usted: empleados de trayectoria en la empresa eclipsados por un muchacho que para peor era muy bueno... eso es: a ellos más habría valido que fuera un mal pibe, uno de los que guardan sus secretos para diferenciarse de sus compañeros ante las jerarquías; y no. Fíjese que no y le digo más: Fernanda, que era una chica que siempre estaba por casarse pero parece que tenía un problemita... No quiero ser chismoso con esto pero viene al caso, mi viejo, viene al caso porque a ella gustaba usted sabe... tener amistades de oficina. Yo la escuché decir a una compañera que... no quiero ser grosero con lo que voy a contar... que la emocionaban los hombres importantes. Usted entenderá por dónde pasaban las emociones de esta chica con los hombres importantes de la empresa. Usted me entiende y adivine con quién tuvo algunas salidas; adivine. Sí, claro, dígalo. Carlitos. Con Carlitos.
Treinta y pico tenía Fernanda y... Ah, no sabe... Usted no sabe la manija que empezó a dar vueltas por los pasillos luego del romance esporádico que tuvieron. Porque, y disculpe que le aclare, no olvidemos que Fernanda tenía su novio oficial al margen de la empresa y entonces sus amoríos quedaban ahí... Ella comentó, con cierta fanfarronería, que el Carlitos... que Carlitos... Mire, mire estas manos cuyos dedos jamás tomaron algo ajeno, mire: así. Así decía la Fernanda que portaba Carlitos el usted sabe. No quiero ser grosero, yo la vi hacer la seña a las demás chicas. Y de este ancho, decía... Le juro que un servidor no se habría fijado en esos entremeses... a esta edad no me sorprendería que eso hubiera sido todo una pantomima para llamar la atención y además sabemos que hay mujeres a las que poco importan esas cosas, pero así y todo comprenderá usted que se genera cierto morbo, cierta curiosidad y, lo más importante, imagínese lo que pensarían los muchachos. Imagínese a los muchachos, que las minas estuvieran haciendo fama a un pibito de cómo se llama, de... de, bueno, usted sabe; de eso. Como que es cuestión de poco tiempo que estas cosas se ventilan y todos se enteran... Porque no es que en la oficina se diera una especie de todos contra todos como en la época de los romanos degenerados. Para nada, mi viejo, para nada; pero con la trayectoria que alcanzaba Carlitos, empequeñecer a los demás hasta con eso... hasta con la cosa sexual, con perdón de la palabra, se volvía famoso Carlitos.
Y yo no estoy de acuerdo con eso que dicen que las mujeres son un peligro. No, señor. Las mujeres son las mujeres, y si uno se desbanda no va andar echando culpas por ahí; si uno se desbanda por las minas es culpa de uno, y este chico la piloteó bien de bien, parece, porque ahora usted va a pensar que cuando se armó la podrida con Carlitos fue por haber tocado a una mujer que no debía, o por meterse con la secretaria de Grimaldi que era el dueño de la empresa. Grimaldi. De ése sí que me acuerdo, mire: un tipo de pocas pulgas que ni siquiera me decía “buen día”, ni eso... era llevarle el café con leche y tres medias lunas. Un café con leche y tres medias lunas pedía Grimaldi todas las mañanas. Siempre lo mismo y ni un “sí” ni un “no” ni un “buenos días”. Nada. Yo lo tenía acá: acá lo tenía al Grimaldi ése: Acá.
No sé si le dije que yo trabajé en Mar del Plata en un hotel donde paraban los artistas. Los artistas y la gente importante... A ver si alguno de ésos me iba a esquivar el saludo; a ver si un señor empresario iba a no saludar al mozo que le corría la silla a la esposa y le llevaba el abrigo al guardarropas, ¡eh! No... otra época. Otras épocas... y estos de ahora se creen que uno nació viejo y sin saber nada de la vida, eso se creen.
Yo de esto de las computadoras no entiendo una sota, mire, pero lo que sí comprendo es del asunto de los cheques. También fui joven, también me pagaban con cheques en mis años más productivos y ahora sí le puedo contar del gran adelanto que hubo con esa parafernalia del sistema: Adivine usted quién consiguió hacer muchísimo más fácil la emisión de cheques de la empresa a los proveedores importantes, sueldos y otras yerbas, y de una manera más segura y simple. Dígalo sin temor a equivocarse. Dígalo. Carlitos. Carlitos el capo del cómo se llama. Sí, señor.
Mire cómo habrá sido de innovador el trabajo de este pibe que hasta echaron a cuatro de la empresa porque la máquina madre, ese aparato infernal que está escondido con la gente de sistemas, empezó a hacer el trabajo de cuatro.
Fue entonces que, enumerando con estos dedos, mi viejo; uno, Carlitos sabía más que el resto; dos, tenía el aparato usted sabe... importante; y tres, generó facilidades y ahorro considerable de guita a la empresa... Incluso creo haber visto al asqueroso de Grimaldi charlar con el muchacho en el comedor, contento, el Grimaldi.
Hasta que, como suele decirse en estos casos, se pudrió el rancho, se quemó el estofado y es una lástima que con estos años encima no haya aprendido de eso del sistema ni a usar el de las planillas o el internet... Digo, para que usted pudiera comprender mejor lo que le voy a explicar.
Yo no me olvido de que cuando pibe, no sé si le conté, que de pibe acompañaba a mi viejo hasta la puerta del restaurante más importante del centro. Miraba las plazas y me parecía una injusticia, qué digo, ¡una triste injusticia! que un pájaro, que es un animal del cielo y del aire libre, viniera a nacer en una ciudad llena de cosas cuadradas, grises y manchadas por el humo; ¿ha visto?, porque la gente ahora ha perdido el respeto por los viejos. Por los viejos que andamos más con las palomas que son pájaros de ciudad que nacen viejos. ¿Usted ha visto una paloma joven? Porque los pájaros deben estar en el campo con el aire limpio. Esto lo pensaba de chico, mire lo que le digo. Yo nunca aprendí de la cosa automática que ahora parece que manda en el mundo y los que andan con entusiasmo y libres como los pájaros terminan encerrados en una oficina entre palomas, vea, es el mejor cómo se llama, la mejor metáfora que se me viene a la cabeza; como el pedante de Grimaldi que ni me saludaba a la mañana y siempre desayunaba lo mismo como si fuera la máquina del sistema...
Y ya le tenían algo así como una mescolanza de miedo y fobia, al pobre Carlitos, los empleados del sector y eso es lo que pasa cuando los que no disfrutan del tiempo del trabajo ven a alguien que sí lo disfruta. Porque ya le dije que yo, cuando estaba en Mar del Plata, disfrutaba mi trabajo. El éxito, eso es: un estado de ánimo; y mire que la empresa no pagaba malos sueldos, ¿eh?, para nada... Eso lo aprendí de mi viejo, vea, eso y a saber mirar a los demás porque los mozos usamos mucho eso de junar al cliente para saber si es un tipo respetuoso o uno como Grimaldi...
Dos millones de pesos desaparecieron en un cheque y de un día para el otro. Dos palos y adivine usted quién cobró el cheque y quién fue en cana unos meses hasta que no pudieron probarle nada. Sí. No, no lo diga. Carlitos. Carlitos fue en cana porque por esa cantidad de guita lo primero que pensaron fue que tenía una cuenta en Suiza y no vaya usted a creer que los compañeros de trabajo estuvieron del todo afligidos...; no, señor. Si bien lo tomaron como una especie de Robin Hood, estaban todos, desde el cadete hasta el Grimaldi, seguros de que Carlitos se había afanado la guita con esa cosa del sistema que yo nunca entendí ni falta que me hizo porque lo miraba al Carlitos.
Mire, está algo fresco y parece que va a llover... Yo no siempre fui viejo, pero nunca es tarde para tener éxito y qué quiere que le diga, lo de los cheques no es tan difícil. Me quedé tres, cuatro meses en la empresa para estar seguro de que nadie sospecharía y renuncié. Dije que estaba cansado... Al pibe lo largaron, por suerte y porque obviamente no tenía un mango y yo no sé si habrá encontrado el éxito, pero estoy casi seguro de que conoció la libertad al menos por un tiempo. No sé. Pero yo nunca había imaginado que dos palos en un banco fuera del país, a esta edad, me darían este estado de ánimo que creo que es parecido al éxito; y lo que sí sé de las máquinas es que estos dedos, estos dedos jamás tomaron algo ajeno porque para eso está el cómo se llama... el sistema. Eso y el internet.
Pensar que en mi época, para chorearse dos palos tenían poco menos que dinamitar las paredes, las cajas fuertes y agarrarse a los tiros con la cana...
Mire, mi viejo, mire esos que van allá: Son loros barranqueros. A la tardecita nos tomamos unos mates con la vieja... Acá lo único que extraño un poco son las palomas. Las palomas. Mire lo que es la vida.

Texto agregado el 14-01-2008, y leído por 1146 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
02-07-2009 Excelente! Jamás me hubiese imaginado que el viejo de mierda se había pungueado un fangote de guita. eaco
05-02-2008 Sentí como si estuviera sentada al lado de un viejito que me contaba esta historia. Pero más que eso, disfruté del lenguaje, de las expresiones y de la calidad con que se describe cada suceso. Y ahora tengo en la boca el gustito que me queda después de saborear un helado de fruta. Frescura y gula. devezenvez
03-02-2008 Sólo Aristimemo puede ser Aristimemo. chorizoensalchicha
27-01-2008 Ouch, me duele la espalda ouchmeduelelaespalda
24-01-2008 Bueno, bueno, que puedo decir? Eso de que lo viejos son sabios nunca lo creí, tal vez porque conozco cada viejo pelotudo y, en realidad, yo mismo no estoy para recibir un premio al pensamiento deslumbrante. Pero debo admitir que me asombra la calidad de un tipo joven para ponerse en la piel de un jovato y elaborar un texto tan creíble, pintando un escenario que si, exige años de vida, para comprender su realidad y exactitud. Además plasmando un texto pródigo en talento y gracejo porteño. Como siempre, el exégeta de Villa Ortuzar, Su Santidad, me ha asombrado gratamente. negroviejo
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