Basta verla para admirarla, basta escucharla para gustar de ella, basta conocerla para enamorarse y entender que no se es el único.

Tiene una mirada angelical pero que cuando te encuentra de frente te produce un tsunami sistemático que te sacude hasta la última célula del último rincón de tu cuerpo, todo empeora cuando escuchas la dulzura de su voz, esa que cuando saluda con toda la gracia que Dios le dio, te corta la respiración durante tres o cuatro largos segundos, digo largos por que el debate interno para salir del shock y poder propiciar la respuesta correcta hace que por un instante tu sistema nervioso se desconecte y se te doblen las rodillas.

Cuando recuperas un poco el control percibes su aroma y no tienes más alternativa que desplegar un profundo suspiro, si logras saludarla sin tartamudear sientes un pinchazo en el corazón cuando ilumina todo con su sonrisa, ahí miras su boca y el sentimiento; posiblemente es el mismo que Adán y Eva tuvieron cuando la pecaminosa serpiente les ofreció aquella roja manzana por la que fueron desterrados del paraíso, paraíso que estoy seguro tiene su entrada en un beso de ella.

Su cabello hace que desees peinarlo con el peine más maravilloso que la imaginación de un hombre alcance a crear, su piel es musa de poetas que darían la vida por escribir un verso en su dermis e inmortalizarlo.

Termina de saludarme y se retira ingenua del caos que me produjo, demoro de diez a quince minutos para recuperar mi estabilidad, sonrío porque me hace sentir vivo y espero ansioso el próximo encuentro que el pleonasmo de su amistad me ofrezca.