mi cubierta de escamas fluorescentes emanaba de una pequeña esfera, invierno en la montaña junto al lago en la mañana. los vestigios en el aire clamaban por los copos de lava en las hojas de otoño, alejándose de la manada de colores en el frío, frío sueño estático. incoloro por las pesadillas aletargadas, cada siesta pronunciaba los secretos del inframundo terrorífico. en el tiempo de los himnos compuestos al lado de una bola de suspiros, las pasiones del escritor tartamudo, acicalaban las pestañas quemadas por el viento ennegrecido en las capas de infraestructura inconsciente. -vagabundo navegador, no transformes el aire de tu aura...

abrió la puerta hecha de roble, incinerada como él, y salió hacia los iglúes hechos de óleo y petróleo. caminó sobre el gel oscuro, astillándose, siendo atacado por bestias ocultas en el coloide infierno, circulando los caminos y los versos en la arena de tinta. se hundía cada vez más en los bordes de su existencia huraña e incoherente, ahorcado y ahogado en vahos únicamente suyos, demeritando la existencia a polvo y ficciones...

las estridencias de las páginas, por siempre, despojaban las bragas de una mariposa, iluminando los atardeceres no hechos por el escritor, creando en la incongruencia de una locura, maravillas triadas en la creación de una autolocura. los últimos acordes, desprendiéndose de la electricidad, bajaron el ritmo de la calefacción. con las maletas repletas de algodones fotográficos, partieron tenuemente, pasivamente..., poco a poco al azufre de un cerillo maltrecho por cupido. escupido en las fuentes ortodoxas, letanías en nombre de un paracaídas, paralelo al aliento de un cadáver enamorado de las alturas.

la avalancha esperaba el momento en que atravesara la cerca hecha de escorpiones. la luz del sol no penetraba en esa parte de la montaña. migrañas epidémicas convirtieron el rastro del ermitaño a un confinado lugar inexistente. inundación eterna de sustancias negras, agresivas e inseguras. la avalancha sostenía su cuerpo, aguantando su embestida sobre el hombre del corazón congelado. lo vio batallando con el suelo extraño, cada vez más, acercándose a la entrada...
inhaló fuertemente.
1...
2...
¡Ya!
se escuchó un terremoto amnésico; no podía maniobrar fácilmente en ese gel en el que se veía sumergido. trató de nadar, de correr, de caminar apresuradamente, pero nada funcionaba. la lágrima gigante de nieve nunca se detendría...la furia en su tristeza le demostraba que no lo dejaría vivo. escasos 6 segundos le quedaban...
retiró su cuaderno deprimido,
y escribió rápidamente sus últimas palabras...

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