A continuación, Tío Hugo perdió el control. Rasgó su poesía y partió sus vinilos, envenenó sus caretas y deshilachó a sus bufandas, vertió los néctares que habrían trastornado su pasado y desintegró las fotografías de los patos arrollados bajo hormigas a forma de picadillo licuado/azucarado. A Tío Hugo jamás le habría atemorizado frenesí alguno, pero, ¡cómo no notar la distinción entre ésta corazonada y las antes presenciadas! Saltó rincón a rincón, rebotó entre las paredes, tropezó con los minibaúles de esencias y de yerbas y de hojas de menta. Una vez caído, resolvió fumárselo todo, frotarse la cara con el polvo_no_volador y escupir el sustraendo en el fregadero. Aprovechó la visita al salón del aseo y se rasuró los párpados. Quiso rasurar las risas y las lágrimas, pero a esas se las llevó Esquizofrenia. A los libros se los llevó, por el otro lado, el viento, pero es que Tío nunca pudo protegerse del huracán. Cerró la habitación desde Adentro; sin embargo, la claustrofobia lo sobó la calva, y las caricias le supieron más bien mal. Salió a correr calle abajo, envuelto en un frac de poliéster y en el perfume del Señor.
- ¡Ya estoy sobrio! ¡Me han curado!-
- Qué lástima.-
Cuando regresó la sed verdadera y la locura profesional, estaba desnudo. Al frío, por supuesto, lo olfateó vacío. Río y lloró de nuevo, casidesesperado, casiagonizante. Ya era él.
A decir verdad, no me parece un desenlace tan atroz/vulgar; cuerdo cuerdo, Tío no se hubiese soportado. |