Recojo entre mis manos la arena de mi memoria.
Separo los guijarros que me recuerdan tu voz, aparto las piedrecillas que me hacen soñar con tu sonrisa y clasifico las caracolas según el color de tu pelo, de tus ojos, de la mañana en que me saludaste por primera vez.
Desentierro la nostalgia que me provoca no verte, siento la humedad que dejaste con tus mareas, con tus idas y venidas, el rocío de las noches en que te esperé, la lluvia en que me deshice cuando supe que ya no volvías.
Guardo en una caja gris el terremoto que me recorría sólo con verte, y lo encierro para que no se escape, por si lo necesito alguna vez.
Siento sobre las yemas de los dedos latir el inoportuno silencio que se nos caía encima cada vez que estábamos solos, tantas cosas para decirte y ningún eco para llenar mi repentina mudez.
Retiro con cuidado los cristales que me hicieron tanto daño, porque tengo miedo de cortarme y no saberme curar.
Atesoro todo aquello que logro recuperar, miradas blancas de perla, sonrisas transparentes de coral, palabras dulces de río, y el cristalino adiós salado del mar.
Recojo entre mis manos la arena de mi memoria, y sin tus corales y caracolas, te me escapas de entre los dedos.
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