Aquella madrugada, llegaron cansados el uno del otro.
Sus oídos aturdidos de la larga noche, música, tragos, ruido, destellos indefinidos de luz. Cansancio. Hastío.
Sus mentes confundidas y a la vez raramente esclarecidas.
Ella, dignidad pisoteada y opiniones represadas en su máximo punto de ebullición.
El, orgullo, celos, rabia, frustración. Luchando con sus propios fantasmas y demonios, herido por la duda... de sí mismo.
Cansada de discutir y ceder a los miedos de él, ella explotó y dejó aflorar repentinamente esa rebelión que desde siempre vivía dentro de sí: "¡Soy libre!... ¡Déjame en paz!..."
Grito cercenado, roto, quebrado por el golpe certero en la cara, haciéndole perder el sentido del segundo eterno en el cual repasó todos los hechos, las palabras, los porqués, los acuerdos.
Flotó por una nube gris buscando a tientas su auto estima. No la halló. No entendió nada.
Sintió su rostro fuera de su cuerpo, su cabeza desconectada. Se tocó. Buscó su nariz y su boca. Encontró vacío y humedad. Mar de sangre delatando su angustia en aquel blancor de sábanas. La vio brotar como energía, como alma, como razón y culpa.
No era su nariz, no era su boca quien se desangraba. Era su orgullo, su honor, su estirpe, lo que ella es.
Cerró los ojos. Descansó su cabeza y su pelo se tiñó con el vino sagrado derramado de su propia conciencia.
Esperó la muerte, la esperó silenciosa y segura de que vendría. No llegó. Nunca llegó. Sólo encontró la realidad de su amor propio lisiado y su rostro deformado. Una vez más. Siempre pensando que nunca más. Que su destino debe ser mejor. Rezando para poder perdonar y que esta vez... sea la última vez.
1ro de Octubre de 2003
Dedicado a todas las heroínas cotidianas, sobrevivientes del maltrato físico y espiritual.
Porque a fin de cuentas nunca es tarde para volver a nacer y aprender a amarse.
Y porque hay por ahí más mujeres maltratadas de las que creemos...
DRBM |