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Recuerdo claramente aquel viernes de diciembre. En mi ciudad, las noches navideñas suelen ser frescas y claras y mostrar un cielo limpio de nubes, en donde las estrellas brillan con más energía que el resto del año. Las calles y avenidas en general se encuentran congestionadas, el tránsito es casi constante y casi todos van o vienen apurados, atentos a sus paquetes, a las vitrinas, ventas callejeras, sin prestar atención a la brillante cruz que desde nuestro Ávila nos vigila envuelta en la neblina que le otorga un especial halo de magia.

Salí sin despedirme de la tradicional fiesta de fin de año de la empresa en la cual trabajaba, de no haber sido así, no habría podido marcharme. Apuré mi turno en el intercambio de regalos, estaba un poco nerviosa porque estaba retrasada para recibir una visita en casa, y aproveché un descuido de mis jefes para abandonar el comedor en donde nos habíamos reunido.

Eran casi las siete y para mí, con faldita, tacón, las manos cargadas con flores y un juego de copas de cristal que había recibido de regalo, la avenida México se me presentaba un tanto frustrante. Tránsito cerrado y los pocos taxis, ocupados. Por lo menos, los taxis con placa y "pinta decente". Fue cuando tomé la decisión de subir al taxi de aquel hombre que había visto en varias oportunidades en los alrededores del lugar. Alguno que otro día me habría dado los buenos días y seguramente yo no habría respondido entre temerosa y odiosa.
Pero él era la única opción.
– ¿Por favor me puede llevar a San Antonio de El Valle?(*), pregunté.
- Suba
- ¿Cuánto me cobra?
- Suba, insistió. No le voy a cobrar caro…
Subí un poco incómoda pensando "tan impreciso, ya empezamos mal…" Era un Ford Fairlane viejo y oscuro, con placas de vehículo particular, el chofer, de contextura fuerte y tez morena, debíó ser bastante alto, puesto que su cabello casi rozaba el techo del vehículo.
Rápidamente nos internamos en el tránsito más pesado que pudiera dar la ciudad, atrapados en el centro, en un viernes de cobro, qué más podría esperar…
- ¿Está apurada, Señorita? Me preguntó con la mirada fija en mis ojos por el espejo del retrovisor, y vacilé en responder ante la rara entonación que le dio a su pregunta… - eehh… sí, más o menos, respondí.
De pronto, sin decir nada, como si hubiera escuchado que yo quería cambiar de destino, giró el volante y desvió su rumbo… me quedé en silencio y me asusté cuando nuevamente nuestros ojos se cruzaron en el retrovisor. Contuve la respiración y mi corazón empezó a latir fuertemente al entender que estaba en una zona industrial en Puente Hierro(**), oscura, y absolutamente solitaria. Disminuyó velocidad en una esquina y dio un leve cornetazo a dos hombres que bebían… casi no podía ver del pánico que me envolvía. No respiraba y sentí un hilo helado que recorrió desde mi pecho hasta mi vejiga y mis esfínteres quedaron a punto de descontrol. Entendí aquello que dicen de que el organismo se prepara para lo peor, y el porqué las personas asustadas pueden orinar sus ropas. No atiné a preguntarle ni a dónde vamos por aquí, ni qué pretende, ni decirle que esta no es la vía... no nada. Aquel recorrido duró apenas pocos minutos pero se me hizo eterno, hasta que de pronto la oscura calle desembocó en claridad, gente, otra vez algo de tránsito y de nuevo la vía directa a casa por una avenida conocida… uff.. solté la respiración y el me miró nuevamente, -fijamente- juraría que divertido. Respiré… respiré, fue sólo el susto y la buena suerte de subir –contradiciendo todas las reglas básicas sobre "cómo cuidarse en Caracas"- al auto de un taxista experimentado, cuya pericia nos evitó al menos una hora de trayecto…

Al dejarme en mi casa, sana, salva y a tiempo, retuvo mi mano por un segundo cuando le extendí el pago, y sonriendo sin siquiera pestañear sus negros y profundos ojos, me dijo:
-Feliz Navidad, Señora…



Dali R.
Diciembre 1990.

(*) Populosa zona residencial de Caracas, Venezuela.
(**)Zona industrial y residencial de Caracas, Venezuela.
Nota del autor: En Caracas existen innumerables vías alternas para llegar a un mismo punto.

Texto agregado el 11-01-2008, y leído por 202 visitantes. (0 votos)


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