Ella tomó entre sus dedos, suaves pero firmes, su cuerpo recto y fibroso.
Él sintió como su rostro enrojecía por completo.
Ella hizo un ligero movimiento y luego lo subió, para contemplar como él se encendía en chispas de cientos de intensidades y direcciones diferentes, causando humo, aroma y efectos variados.
Él sintió como esas explosiones que envolvían su cabeza comenzaban a disminuir, aunque no podía dejar de palpitar por la excitación que le provocaron.
Ella lo sostuvo mientras el fenómeno duró, y contempló como las chispas dieron lugar a una llama viva y crepitante.
Él disfrutó de ese calor al que ya se había acostumbrado, y al mismo tiempo sintió como le bajaba de la cabeza al resto del cuerpo.
Ella seguía extasiada contemplando la llama, que ahora tenía menos vida pero si mucha más serenidad. Los amarillos, blancos y rojos ya eran azulinos, y se formaban en volumen decreciente.
Él no pudo controlar lo que atacaba ya a su corazón, e invadía el resto de su cuerpo amenazando consumirlo.
Ella movió suavemente los dedos, con algo de impaciencia; la llama bajaba al tiempo que el calor del que había disfrutado comenzaba a afectarlos.
Él quiso que esa sensación durara por toda la eternidad. Sabía que lo estaba matando, pero no le importaba gozar y sufrir hasta el úlimo momento.
Ella lo agitó en el aire con un movimiento rápido, avivando por un instante más el fuego, que pareció revivir para luego desaparecer en una densa voluta de humo.
Él no comprendió la actitud de ella, ¿por qué no dejarlo vivir de esa sensación hasta último momento? ¿de que le servía el resto de su cuerpo si ya no tenía cabeza y corazón para nadie más?
Ella dudó de si había hecho lo correcto, aunque nada más pudiese hacer ya para revertirlo. Se dijo que si lo dejaba seguir el fuego le provocaría un gran dolor.
Él terminó aceptándolo, y agradeciéndole a ella esos instantes vividos. Luego se dejó caer resignándose a su destinto final, pensando que fue mejor que ella le permitiese conservar algo de vida para recordar a la llama en plenitud y no que se hubiese consumido en lenta agonía, haciéndolos sufrir a ambos.
Ella tomó la caja y eligió un nuevo fósforo. Uno que le importara menos, tal vez. |