Brisa Costera
( Roberto Espada )
Tras una veloz carrera en busca del balón para convertir un golazo se instaló en mi pantorrilla la lesión, mi carrera como puntero derecho se acabó en un santiamén, tuve que salir de la cancha, no perdí tanto partido ya que oscurecía, luego vino la ducha, arreglé mi bolso y partí rengueando hacia el paradero de buses.
Frente al gran elefante blanco se oían los chillidos en pro de Luis Miguel y algunos acordes conocidos, pero algo en el ambiente me paralizó, una brisa costera empezó a golpearme el rostro, la reunión de 40.000 mujeres en el estadio le agregaba al ambiente ese aroma que solo ellas poseen, olor a pescado para los misóginos, aroma embriagador, excitante y delicioso para mi.
Bellezas variadas se mezclaban en el recinto, contexturas diversas: flacas, gordas, rubias y morenas en medio del baile y la diversión desenfrenada soltaban sus feromonas al aire, esas partículas sutilísimas me reanimaron.
Levanté mi cabeza, puse la nariz contra el viento, cerré los ojos y rememoré recorridos aventureros de mi juventud. Lentamente empecé a trasladarme en una planicie sinuosa, suave, palpitante y rica en busca del origen del aroma, mientras bajaba hacia el bosquecillo sentía más cercano el aroma y el corazón se me escapaba del pecho, en medio del triángulo los arbolitos torcidos enroscados y suaves me hacían cosquilla en la nariz, y en la vecindad del origen, justo en el vértice superior, cuando me disponía a estirar la intrusa y sedienta lengua anhelante de probar el néctar viscoso, agridulce y revitalizador, mi compañero de equipo me avisó que venía el bus amarillo y feo.
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