Era un día como hoy cuando lo conocí, estaba tan solo como yo, la gente se burlaba de el, teníamos las mismas penas y aprendimos a compartirlas juntos. Desde ese día, a la salida del colegio iba corriendo a buscarlo, a contarle todo lo que hice en el día. Ángel se alegraba con mi visita, era mi mejor amigo; tenía menos años que yo, pero la vida le había enseñado tantas cosas… No podía creerlo, por fin entendería el significado de amistad, no importaba el tiempo, ni el reto de papá ¿por que llegas tarde?, siempre hay una excusa que dar, pasaron los días, los meses y los años, yo era ya un adolescente lleno de energía y juventud; pero mi amigo Ángel ya no conservaba la frescura del pasado ¿que sucedió?, ¿en que momento se enfermó?, ¿cuándo envejeció?. Su mirada era la misma: dócil, amigable, fiel; pero su cuerpo solo inspiraba lastima. No podía dejarlo más en ese lugar sucio, sin esperanzas. El me necesitaba y decidí presentárselo a mis padres. Busque ayuda en ellos. Apoyo al mejor amigo que cayó en desgracia. No le negarían, no. Como negar a un ser que saco de la soledad a su hijo. De pronto me invadió un temor: ¿y si mis padres no comprendieran nuestra amistad?. Decidí esperar al día siguiente y lo escondí en mi habitación, Ángel no decía nada, tan solo me miraba, se sentía feliz, su mirada era un ruego: “no me dejes ahora que ya no puedo correr contigo” parecía decirme… Esa misma noche cuando yo dormía, mi padre sintió un ruido en la cocina; se levantó y con un garrote, que aún miro con terror, se dirigió hacia alla. ¡Que desagradable sorpresa!. Se encontró con un perro flaco, sarnoso, viejo que apenas podía mantenerse en pie y hurgaba los desperdicios. Le pego con tanta crueldad que lo expulso de la caza de un palazo violentamente, el pobre quedo doblado a media pista, con el espinazo roto.
Hoy ha pasado mas de diez años, no puedo perdonar a mi padre porque no puedo comprenderlo, aún busco en las calles a mi único y mejor amigo… Ángel.
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