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Fragmento del cuento "La Balsa"

Mi abuela Petrona ( la cuentera )

La conocí siempre igual, sin tiempo, con la sonrisa dibujada en los labios, dotada de gran bondad y paciencia infinita que desaparecía sólo por instantes, cuando nuestras travesuras iban más allá de lo imaginable. Eso sí, siempre mantuvo el casi absoluto control de la situación. Se apoyaba en casos extremos con un diario o una revista arrollado y empuñado en su mano derecha, significaban un arma de represión. “Visteaba” con la habilidad de un campeón de esgrima, sus planazos eran infalibles, llegaban siempre a destino. Ella nos enseñó a curtir cueros, trenzar tientos, fabricar “avestruceras” y un sin fin de trucos para cazar pajaritos sin herirlos.
— Son criaturitas de Dios, ellos no hacen daño a nadie.” Solía decirnos
La alegraba ser llamada Doña Petra o simplemente Petra (sabíamos que le hubiese gustado llamarse Anastasia como la princesa Rusa, pero de segundo nombre) y que la tutearan. Extraño, en una época donde tutear a los abuelos, los tíos ó a las personas mayores no estaba permitido, era casi sinónimo de profanar.
Su pasión era la lectura de revistas de actualidad, particularmente las notas sociales. Es posible que ahí cultivase argumentos para montar las escenografías y los diálogos de magnÍficas historias de estilo elegante y refinado o de corte épico-fantasioso.
Se deleitaba contándolas y nos contagiaba su propio deleite. No recuerdo haber escuchado jamás de su boca un cuento de Pieles Rojas y Cowboy, casi siempre de Gauchos y de Indios Pampas, posiblemente emulando los cuentos de su Abuela, nacida más allá de la “Zanja de Alsina” antes de la conquista del desierto.
Dotada de una imaginación prodigiosa, una exposición oral apasionante y una voz de actríz de radioteatros, con tales convincentes palabras nos relataba sus fantasías, que era capaz de mantenernos por horas mágicamente sentados en su entorno.
Su capacidad de síntesis en las respuestas a nuestras más disparatadas, inverosímiles y ansiosas preguntas era asombrosa. Las interrupciones no la disturbaban, no le hacían perder el hilo de la historia, al contrario, parecían darle posibilidades para incorporar a cada uno de nosotros como un nuevo personaje en el relato, sin variar la trama o con sutiles modificaciones, continuando, así serena, hilando su madeja de fantasías. Nosotros la escuchábamos satisfechos, con un dejo de orgullo que se reflejaba en nuestras caras, siempre teníamos un rol prestigioso, protagónico.
Conocimos a nuestro Abuelo Rudesindo por intermedio de sus cuentos en capítulos (solo lo habíamos visto en alguna fotografía). Del mismo modo incluía al tío Adrián, su hermano que vivía en Cacharí, gaucho simpático y diminuto que ví pocas veces en mi vida, reseros ambos desde jóvenes por los pagos del Azul y del Tandil.
En sus cuentos inclusive incorporaba a nuestros tíos “Negro” y “Chiquito” que cuando contaban casi con nuestra edad, ya andaban arriando hacienda con sus mayores.
Tenía mucho cuidado, nunca incluía a papá, a pesar de ser su hijo mayor. Ella sabía que yo estaba al tanto de que mi padre nunca fue muy de a caballo, como sus hermanos ni como el Abuelo Rudesindo.
Era extraño, cuando se encontraban tío “Negro” y tío “Chiquito”, siempre comentaban el mismo arreo hacia "El Lambaré". Alguno de los arreos referidos por Abuela Petra podrían haber sido imaginarios o los tíos no tenían buena memoria y no los recordaban. Optamos por la segunda opción, con el fin de garantizar la continuidad literaria.
La Abuela Petrona nos llamaba por nuestros dos nombres. Jamás usaba apodos o apócopes.
— Para eso los han bautizado con dos nombres y uno de ellos por lo menos es santo… Solía acotar cuando mi padre, risueñamente, se lo hacía notar.
Algunas veces se tomaba la licencia (palabras suyas), llamándonos por el diminutivo: seguramente influenciada por las películas Argentinas de moda en la década del ‘50, donde se llamaban así, en diminutivo, a los "niños" de la sociedad porteña o quizás por sus lecturas predilectas, banales hasta la exageración.
La escuchábamos atentamente, con una concentración casi ritual bajo la sombra de las plantas de café, en el fondo de la casa de tía Melo.
Tarea ardua mantenernos callados y quietos, casi imposible para nuestros padres, sin reprimir, particularmente en esas calurosas siestas de verano donde la tentación de ir a bañarnos al arroyo se transformaba en sentencia imperativa, con todos los peligros que ello representaba, de los cuales no éramos conscientes. Es probable que la finalidad de nuestra Abuela fuese controlarnos, retenernos cuando ella no era en grado de protegernos, aislarnos del peligro sin sancionar, sin prohibir. Sin saberlo, sólo por intuición, hacía uso de psicología infantil, fundada en el inmenso amor hacia nosotros.
Era un ejemplo de complicidad declarada, sea con sus nietos varones, como con nuestros amigos del barrio, que participaban a las interminables ruedas de cuentos.
No recuerdo bien, pero creo que nunca les asignaba roles protagónicos en sus historias, estos eran reservados sólo para sus nietos. Alguno de ellos lo notaba pero no decía nada, porque siempre era lindo escuchar cosas como:

— ….y cuando Gina y Angiulino, esos gringuitos bonitos, rubios, ella con la cabeza llena de rulitos, el de grandes ojos celestes, llegaron en la nave que atravesando la Mar Océano desde la lejana Italia, su patria, que …
Y las sonrisas de Gina y de Angiulino parecían escapárseles de la cara.
— …. en mi viaje de regreso de Buenos Aires, me detuve en “La farmacia Hasperué” a encargar la preparación de mis medicinas. Fui muy bien atendida por “Coco” que vestía un guardapolvos blanco, pensé que era el farmacéutico, cordialmente me……”
“Coco”, calzado de“sacachispas”, saludaba con el orgullo que otorgaba el protagonismo.
— …Cuando el cochero notó que una rueda de su carroza se estaba por romper, se dirigió de prisa a la herrería de Don Fermín, inmediatamente con la ayuda de Roberto, su simpático y trabajador nieto pusieron la rueda en condiciones para que………….
La felicidad del “Beto” (vivía con la onda colgada al cuello) era incontenible.
— ….el gran debut de “Carozo” en la primera de Boca, atajándole un penal a Labruna, empresa lograda sólo por pocos arqueros del campeonato…
“Carozo”, (con los guantes y las rodilleras de arquero, su uniforme casi permanente) se alzaba y la besaba torpemente emocionado.
Indefectiblemente, sin tener en cuenta la cantidad de espectadores-actores sabíamos que antes o después llegaría el momento en que tendríamos la atención del público.
Todos nuestros amigos del barrio la llamaban respetuosamente Doña Petra.
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Alejandro Casals
junio 2006

Texto agregado el 10-01-2008, y leído por 840 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-02-2008 Un saludo a la distancia, he disfrutado mucho de tu recuerdo de la abuela Petra, yo tengo un personaje especial de quIen guardo recuerdos, ya podrás leerlo, es; EL MESIAS MINDA. Un beso. avefenixazul
15-01-2008 Mi abuela Aurora no contaba cuentos pero tenía condiciones similares a las de la abuela Petra. Un relato bien escrito y muy tierno.***** PeggyMen
14-01-2008 Una abuela que endulza el recuerdo de la infancia. Muy bien relatado, tanto que nos hace desear el haberla conocido. 5***** agua_viva
14-01-2008 Excelente. Yo no conocí a mis abuelos, pero a través de tus letras intuyo lo maravilloso que esa convivencia. 5* ZEPOL
11-01-2008 Mi padre dice que atravez de su abuela, (los bisnieto la llamabamos "Abuela Gorda"), el conocio de la antigua Roma, de Alejandro El Grande, y tambien "conocio" el otro lado del Atlantico. De esa misma manera nosotros difrutamos las misma histoira de la la Abuela Gorda, como bisnieto la amamos tanto, nos contaba histoiras de ella y su juventud. Aprendimos tanto de ella. Gracias Alejandro por tan bello recuerdo que has compartido con todos nosotros, y con que placer he difrutado todo eso que me transporte a mi inocencia infantil alrededor de mi Abuel Gorda. Saludes alegreincer
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