La puerta del pasillo se abrió lentamente. Aquél fútil espécimen caminó raudamente por el pasillo, como queriendo arrancar de algún ayer que aún rodea su presente, y de paso, inunda su futuro.
Lo vi pasar frente a mí y detenerse unos instantes. No sé si realmente notó mi presencia, pero si no lo hizo… Bueno siempre sucede que más de la mitad de personas que pasan delante de mí no se dan cuenta que existo.
Cuando reanudó su andar, fije mi mirada en el talón de su pie derecho. Pequeñas gotas de sangre brotaban de él, dejando tras sus pasos un pequeño camino formado por diminutos cristales rojizos.
De a poco, su fugaz corrida fue transformándose en pasos lentos y heterogéneos. Finalmente, cerca de la puerta de salida que daba paso a la libertad, su diminuta humanidad se desplomó sobre el piso, pasando a rozar el ínfimo camino de cristales que habíase formado silenciosamente tras su andar.
De pronto, ruidos extraños comenzaron a sentirse por el pasillo. Pasado unos segundos, noté que éstos venían del hombrecillo que hallábase tirado en el piso. Éste, como poseído por el mismísimo diablo, se retorcía de dolor tomando por las manos y presionando con la mayor fuerza posible su talón – del que ya hablé ciertas líneas atrás -. Al instante, un charco de sangre rodeó al hombrecito.
Hora tras hora sus quejidos iban haciéndose cada vez más silenciosos, hasta que al anochecer, cuando el reloj de la pieza ubicado directamente sobre el pasillo, daba las doce, noté que el espécimen humano que añoraba la libertad, dejó de respirar.
Es un poco complicado cuando se está estático en una pared, poder saber a ciencia cierta, si esto es verdad - ¡Soy un cuadro, no me pidan más!, pero para ser sincero, estoy seguro de lo que digo ya que minutos antes, después que este hombre cerrara sus ojos y sellara para siempre el fin de su destino, llegó un grupo de hombres que lo examinaron detenidamente.
Miles de fotografías en un segundo.
Toma de huellas.
Signos vitales.
-Se haya muerto, hay nada más que hacer. Llévenselo de aquí – dijo tras los cientos de peritajes de rutina, una voz fría y dura, a los demás hombres que lo acompañaban.
-El destino se encargó de hacerle pagar sus culpas – sentenció, y tomando los demás hombres de azul opaco el cuerpo del hombrecillo de cristales rojos, marcháronse juntos por la puerta de salida a la libertad, mientras la puerta de inicio del pasillo se abría lentamente y un espécimen humano comenzó a caminar raudamente por el pasillo sin jamás mirar hacia atrás, dejando a su paso pequeñas huellas cristalinas que denotaban su andar.
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