Suma: A 10 de Noviembre de 2007, en la ciudad de Concepción y como secretario del taller literario al que pertenezco, cumplo con remitir al director el acta de nuestro último encuentro.
1. La asistencia fue casi perfecta. Sólo faltó Camila. Angie, Roberto, Carolina, Fernanda, Camila(otra Camila), Ricardo, Carla y quien suscribe este documento formábamos el grupo encabezado por César (en adelante El director).
2. Sentados en el orden enunciado y formando un círculo, el director procedió a dar inicio a la sesión hablando de los comentarios formulados en nuestro espacio virtual a los trabajos de cada uno de los integrantes, refiriéndose específicamente a las réplicas de esas críticas. Miraba de reojos a Carolina. Después la miraba directamente, sólo a ella, y hablaba como sermoneándola. Ya eran las 11.15 am.
3. Luego la tensión se centró en la incapacidad de los talleristas para aceptar esas críticas, y más aún, su ineptitud para entenderla, su severo problema hermenéutico. En ese momento los ojos del director se abrían cada vez más, con urgencia, y su lengua se retorcía con el ácido de su saliva para evitar decir todas las cosas que venían a su cabeza, o, más bien, para saber decir de un modo no tan descarnado toda aquella furia que se apoderaba de su mente.
4. De lo incómodo de la seudo-discusión pasamos rápidamente a las risas, a las conclusiones y al café
5. Durante el break hablamos cosas interesantísimas, las más interesantes desde que vengo al taller. Pero no puedo hacer más comentarios a este respecto porque esas conversaciones se encuentran técnicamente fuera del horario de taller, son privadas, inviolable derecho que he aprendido a respetar.
6. El segundo bloque fue sorpresivo. Tres mujeres del taller de adultos vinieron a compartir su experiencia literaria con nosotros. Doña Maria, la crítica Malutae y la poetisa Mariza se sentaron intercaladamente en el círculo. Eran las 12.22 pm.
7. El director, como de costumbre, ofreció la palabra al grupo. El guante lo recogió Malutae, que comenzó con un improvisado discursillo que podría resumirse en dulces palabras de aliento y gratitud de poder compartir con jóvenes amantes de la literatura. Luego doña María contó brevemente y con la ternura que la caracteriza su vasta experiencia en talleres literarios. La más joven de las tres, Mariza la poetisa, dijo en palabras distintas más o menos lo mismo que las dos oradoras, pero con mayor precisión y agudeza
8. El director volvió a ofrecer la palabra, y yo con esa innata patudez heredada, pregunté a doña Malutae su opinión respecto a nuestros trabajos. Se acordó de mis microcuentos y me dijo que para empezar estaban bien, pero que les faltaba harto trabajo. ¿trabajo?, ¿qué sabe ella del trabajo arduo tras esas diminutas obras? ¿Cómo puede decir tan sueltamente que les falta trabajo? Por último, que me diga que no le gustaron, que es mala su técnica, pero eso del trabajo me pareció vago, inaceptable, casi absurdo. Mientras pensaba todo lo anterior miraba a doña Malutae con atención y le enrostraba mi madurez a su crítica con una sonrisa fingida.
9. Luego se comentó el trabajo de Roberto. Las opiniones de las visitantes fueron unánimes. Era tierno, pero simplón. No simple, Simplón. Esa palabrita fue la que hizo que los ojos del autor ardieran, pero diplomáticamente sacó a relucir todos sus méritos como estudiante de español, hablando de dos mil doscientos veintitrés autores -que yo no conocía- y se excusó en que el cuento criticado era el primero que escribía. A su lado Carolina, su partner, apañaba los dichos de su amigo.
10. Así prosiguió la tertulia cada vez menos amena, trabajo por trabajo. Primero lo bueno, después lo malo, lo nefasto, toda la mierda correspondiente. De inmediato seguía la excusa del autor, defensas corporativas y pequeños debates respecto a si estaba bien o mal dirigida la crítica.
11. El ambiente caldeado tuvo su respiro gracias a la pregunta que Angie hizo a las visitantes acerca de cual era, según ellas, la receta para lograr un trabajo original. Otra vez se iniciaba un nuevo debate.
12. Dentro de las opiniones vertidas respecto al como y qué escribir pude percibir dos tendencias notoriamente opuestas. El grupo de los “sensibles” (doña María, Roberto y Fernanda) y el grupo de los “no sensibles” (Ricardo, a veces la Camila y yo). Las dos visitantes no adherían claramente a ningún manifiesto. Las otras talleristas oscilaban entre una y otra postura.
13. La clasificación que humildemente hago en el párrafo precedente recobra importancia en los hechos que van a exponerse; Doña María, tratando de unir los dos temas más importantes de la tertulia, dijo que lo difícil de una crítica es que ésta ataca indirectamente los sentimientos. Sí, porque esa señora no escribía con la mano, lo hacía, según sus propias palabras, con el estómago. Luego Ricardo y su insolencia propugnaron la doctrina de los “no sensibles” en términos como - “El trabajo que uno hace sólo es eso. Las emociones se abstraen. Si las críticas son negativas, no afectan mis sentimientos. Afectan mi ego” -
14. Luego de que yo alzara mi voz en apoyo a Ricardo volvimos a lo de los trabajos de cada tallerista. Faltaba por analizarse sólo el de Fernanda y el de Carla.
15. Respecto al trabajo de Fernanda, el comentario general fue que le sobraban adjetivos y el exceso de líneas gratuitas. Entonces pensé y luego pregunté de un modo sutil, para sellar el triunfo de los “no sensibles”, si acaso los sentimientos de Fernanda eran excesivamente adjetivisados y gratuitos. Lo dije y sentí de inmediato que no lo supe decir. No entendió mis palabras en el sentido que yo las pretendía encaminar y sin asco comenzó a ningunear mis escritos, todos mis escritos, con un lenguaje virulento que parecía excitar al director.
16. El director trató, aunque por dentro gozaba, de moderar el altercado con un comentario que, lejos de conseguir su objetivo, calentó más el ya tenso ambiente -“Estas opiniones son muy válidas, porque atacan la obra, no al autor”-
17. La risita de Fernanda, casi tan falsa como la mía, daba término al improvisado debate.
18. A mi lado Carla. La típicamente tímida Carla. Noté que mordía sus uñas, o los cueritos de sus dedos, mientras Mariza la poetisa, sentada a su derecha, decía que el trabajo “otra cama” le parecía demagogia literaria.
19. Saltó Angie (físicamente saltó). Dijo que la crítica era infundada. Roberto y la Carola dijeron más o menos lo mismo, casi al mismo tiempo. Fue difícil oír bien.
20. Mariza la poetisa parecía descontrolada. No. Su boca parecía descontrolada, harta de tanto niñito incriticable, y siguió haciendo mierda el trabajo de Carla. Por cierto que la poetisa ignoraba que la muchacha de su izquierda era Carla, hasta que la oyó decirle - ¡Qué te creís weona! ¡Acaso encuentras algo bueno en los trabajos que hacemos!
21. Un incómodo silencio de no más de cinco segundos se apoderó de la sala, que se rompió por el mechoneo que la ya no tímida Carla le propinaba a Mariza la poetisa.
22. Todos nos paramos de las sillas, pero el único que hizo algo por detener la pelea fui yo (porque estaba a su lado). ¡Craso error! Nunca hay que subestimar a una mujer. Menos si es más alta que uno. Menos si está encolerizada. Con una sola mano me empujó tan fuerte que caí como un saco de papas al suelo.
23. Cuando abrí los ojos pude ver que la trifulca ya era de proporciones. Aproveché para desquitarme de los comentarios de Fernanda y le arrojé certeramente un pedazo de queque en su ojo derecho. Luego sentí como nunca antes un combo que casi desencajó mi mandíbula. Era Roberto gritándome -¡insensible de mierda!-
24. Volví a abrir los ojos. Puedo recordar de ese vertiginoso momento que Angie, zapato en mano, le daba taconazos a la cabeza del director, quien por entonces, fácticamente, había perdido su condición de tal. También pude ver que un poco más atrás doña María y la ácida Malutae descargaban carterazos y puntapiés contra un rendido Ricardo.
25. Después de pocos segundos tratando de girar mi cabeza lo conseguí y me encontré con la escena más macabramente chistosa de todas: Roberto mechoneaba a Camila tratando de sacarla de encima de su amiga Carola, quien, no obstante su indefensión, procuraba desde el suelo agredir a su rival con la única arma disponible; Los escupos.
26. Apenas me incorporé, todavía aturdido, babeado y sangrando un poco, decidí desquitar mi rabia con el único que estaba en peores condiciones que yo, el César, valiéndome de su torpeza para recuperar la postura. Agarré una silla y se la zampé en la espalda gritando la consigna que decía -¡Critícame ahora weón!
27. Las cosas podían ser peores. Inexplicablemente sentí que me tocaban la espalda. Giré. Con tres ganchos y un derecho me embistió la ex tímida, ahora hábil púgil. Caí al suelo otra vez. Antes de turbarme por completo pude ver como Angie y Fernanda se cacheteaban con reciprocidad, coordinadas musicalmente; una bofetada por cada blanca con punto que medía mi diapasón natural.
28. Mi toma de conciencia tardó un tiempo que ahora me es imposible determinar con precisión. Sólo noté que el salón parecía un dispensario de guerra, que el maquillaje de Angie estaba todo corrido (salvo por el colorete de su cachete izquierdo) y que una sola de sus uñas sobrevivió a la batalla. La polera de Roberto estaba entre rota y escupida, casualmente, por Carolina, quien parecía perrito dálmata con tantos machucones en su cara (el del ojo era memorable). Doy cuenta además del cigarrillo que doña María fumaba con histeria y que hacía lucir sus labios aún más hinchados, de la torta en el pelo de Fernanda y de los rasguños en su pómulo izquierdo. Doña Malutae era la más ilesa. Un pequeño moretón casi imperceptible comenzaba a asomar desde su pera. La pobre Camila trataba de ahogar el llanto, mientras colgaban varios mocos de su nariz rota. Ricardo estaba de guata al suelo, así que no pude constatar sus lesiones. A Mariza la poetisa le faltaban varios mechones de pelo y un diente. Reía nerviosa mientras me miraba. Los nudillos hinchados y el sweater ensangrentado fueron la facha más rara que he visto en la nuevamente tímida Carla. Yo no se como estaba, pero apenas podía hablar y los pómulos me dolían de la puta madre.
29. El reestablecido director, mientras arrojaba chorros de sangre al suelo y trataba inútilmente de arreglar sus lentes rotos, dijo que nos veríamos el sábado entrante y que ojalá que en esta sesión hallamos aprendido a aceptar las críticas de nuestros pares. Era ya la 1.25 pm.
Archívese, comuníquese
Francisco Parra Núñez
Secretario de actas |