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Tu quietud me intrigaba hasta el orgasmo. Abriste los ojos, se veían muy irritados, debería de ser por tenerlos tanto tiempo cerrados. Tus pestañas estaban pintadas de blanco, igual que el resto de tu cara. Me invitaste a tu único ambiente. Hicimos el amor, sin hablarnos. Tomamos alcohol de una botella transparente, el efecto que producía al atravesar mi garganta me excitaba. Comimos unas rodajas de pan lactal viejo, dos naranjas y una banana asquerosamente podrida. Me dio unas arcadas espantosas. Estábamos tapados con la frazada apolillada y te vi durmiendo. Tu cara flaca, con una barba desordenada, desprolija y poca, tu nariz aguileña y la túnica que llevabas puesta, me hacían acordar a la imagen de Jesús, me daba impresión.
Tu nombre me lo dijiste varios días después. Estábamos flacos y malolientes. Al principio sentía asco, pero después me fui acostumbrando. Para esa época me tenía que venir la menstruación, a lo mejor por mi debilidad el flujo no tenía fuerza para escabullirse por la entrepierna. Mejor. Así podíamos seguir jugando con el sexo sin interrupciones sangrientas. Podía divisar el brillo del sol por la ventana que daba al pulmón del edificio. Pared a vetas grises. Manchas largas y finas. Como me sentía yo, larga y fina, se me caían los vaqueros y padecía un fuerte mareo al moverme. Las naranjas y el pan se terminaron enseguida pero botellas de alcohol con ese gusto dulzón áspero y conmovedor había más. Me ardía la vagina de tanto que me la metiste. Fue después de mi grito desgarrador pero poco sonoro cuando nos quedamos dormidos tantas horas.
"No nos hace falta nada, necesitamos vivir hasta consumirnos, hasta agotarnos de pasión, hasta humillarnos delante del otro. O estás conmigo o no lo estás". Era muy loco pero muy tentador. Era muy exagerado pero muy romántico. Era muy misterioso pero en mí causaba fascinación.
No me animé a quedarme más tiempo, me fui cuando dormías. Trastabillaba al caminar. Vi un agujero inmundo. Vi la cara de mi madre, como la última vez, seguía veteada de violeta por los golpes secos de mi padre. Vi oscuridad. Escuché sirenas y palabras ahogadas. Escuché el llanto entrecortado de ella. Escuché silencio.
Volví. Me acosté a tu lado, te abracé fuerte para no caerme. Ahora sólo me queda esperar el final. Descubrí que el amor existe, es real y tiene forma de estatua.

Texto agregado el 09-01-2008, y leído por 93 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-01-2008 Es una histaoria confusa de metáforas complejas ...resulta chocante en algunos párrafos... naiviv
10-01-2008 P.D. Lo he entreleido otra vez y si se trata de una metafora sobre las estatuas -a saber de Jesús y puede ser, María Magdalena- pues tampoco me gustó, es más, menos. marxtuein
10-01-2008 Fuerte el cuento, pero me es dificil comentarlo, hay algo de atractivo y otro de repugnante que no me deja claras las ideas. Un saludo marxtuein
 
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