Mariano caminaba como siempre, con los pies erguidos, siempre firme sin voltear, su vestimenta era humilde, zapatos gastados por tanto caminar, un suéter café que cuidaba, como el gran regalo de su padre, que heredo cuando murió, pantalón de mezclilla des hilado, y un cigarro en la mano sin prender. Era común verlo caminar por el pueblo, era común que el saludara a quien viera pasar, era un chico pueblerino, con aires de grandeza, que trabajaba en una carpintería, que ayudaba a su madre en los gastos de la casa, un buen hermano, un niño tal vez, aunque el paso de los años lo habían convertido en hombre a sus dulces 16.
Nadie se explico cuando lo vieron colgado de aquel árbol arriba del cerro, nadie sabía porque, nadie entendía su muerte.
(Ni siquiera yo).
|