Trás la puerta está ella. Sentada frente al espejo, con un montón de cabellos en la mano y sorprendiéndose de sí misma. Se le encuentra a menudo así últimamente, por horas resguardada del mundo en su propio mundo asustador y agonizante, que la hacen desgarrarse los cabellos de desesperación. Sí, está perdiendo la memoria. Con veinte años cargados en la espalda, está perdiendo buena parte del pasado que la rodeó. Y está sola en esta tragedia, también. Intenta concentrarse en la abuela, aquella mujer triste que la crió bajo la generosidad de un cielo inmenso, y entre animales dóciles que nacían y morían año tras año; y en esa soledad en la que creció. Pero son tan vagas ya las imágenes de aquel rostro arrugado que la miraba mientras comía una sopa de noche, y que luego le besaba la frente, son tan vagas aquellas lágrimas cuando se arrodillaba en la tumba de su madre, son tan vagos los cuartos de aquella grande casa, tan vagos los recuerdos ya que van hasta perdiendo importancia. Y lo peor de todo, es que otros van creciendo en su interior como una realidad presente, como si fuese un desafío que tarde o temprano debe enfrentar, este desafío de amar a un imposible o creer en este amor a un imposible, en esta ilusión que la lleva hasta las afueras del límite de su cordura y allí la suelta a merced de las emociones, este desafío sin tregua que la amenaza con volverla loca o matarla de angustia un día.
El espejo la saluda sin grandes sorpresas desde el día anterior, no recuerda la infancia, no recuerda más el motivo por el que tenía que vengarse de un hombre, no sabe ni siquiera lo que hizo antes de sentarse allí a contemplar el presente de su alma. No tiene nada, nunca tuvo nada, pero ahora es nada. Sin más que la imagen de un tipo famoso, en una foto impresa de a miles, para tipas como ella. No tiene alma, no es ninguna estúpida, pero no tiene idea del mundo en el que está viviendo. Y tiene miedo. Miedo de tener que ser alguien para que alguien la mire, miedo de tener que demostrar que es persona para que la traten como tal, miedo de tener que exibir algo de sí misma para que la conozcan, y si no es nadie? Y si no tiene nada para mostrar? Y si apenas quiere ver? Y si apenas Isabelle quisiera conocer? Miedo de estar tan atrasada que ya no haya tiempo de volver a este mundo agitado y conmovedor.
Algunos llamarían a esto que es apenas una mujer en crisis. Algunos le recomendarían que se buscase un hombre y se enamorara hasta casarse, como si fuese ese el único modo de calmar los ataques de amnesia de una mujer como ella. Una mujer sin destino ni futuro, una mujer sin educación ni límites lista para entregar el corazón a cualquiera que sepa darle una sonrisa dulce, una mujer atacada por unas cuantas contrariedades por las que ahora ya no da más, una mujer simple, humana y sensible, débil física y mentalmente, nacida para preparar los desayunos de un buen hombre todos los santos días de su vida, y para criar hijos y nietos, una mujer como encontramos en las calles de cualquier barrio, una mujer llamada pueblo y ciudadanía, una mujer que es un voto más en la política y una consumidora más en el mercado, una mujer que puede traer alegrías a la sociedad si se comporta como tal o complicaciones si decide que es algo más.
Si quieres entrar, es a esta mujer que encontrarás. Analizándose e intentando recordarse de lo que la hizo llegar hasta ahí, con los cabellos desordenados después de un ataque de desesperación. La ventana está cerrada y el cuarto iluminado apenas por una lámpara. A su lado un montón de cartulinas blancas, acomodadas unas encima de otras, preparadas para un día más de trabajo. Puedes saludarla y hasta reprocharle su aspecto, aunque no te oirá. Puedes convertirte en una persona importante en su vida, puedes entrar y ver lo que consigues con tu experiencia para destravar su personalidad, pero te advierto que es un cuerpo apenas, como una melodía hermosa sin sus instrumentos musicales, como la última nota que falta en la guitarra de aquel que está provocando el llanto de un público exigente.
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