MISTERIO EN LA NIEBLA
(3ra.versión)
El micro avanzaba a toda velocidad por la autopista.
Entre los pasajeros, un chico no sacaba los ojos de la mujer sentada junto a
él. Había algo en su cara que lo fascinaba, pero también le provocaba temor.
Ojos rasgados, amarillentos, nariz chata, boca alargada de oreja a oreja.
-¿Qué te pasa? Me mirás como hipnotizado –le preguntó la mujer
algo molesta.
-¿Usted es extranjera?
-Bueno, ya sé que tengo una cara rara. Son marcas del oficio –dijo la mujer
algo molesta.
-¿Qué oficio?
-¿Qué oficio? No es tan fácil explicártelo.
Algo en el chico, él mismo no sabía qué, lo impulsaba a seguir preguntando.
-Es que me gustaría saber…
-Mirá si serás preguntón; ahora me toca a mí. ¿Cómo te llamás y a dónde vas?
- Me llamo Javier y voy a lo de mis abuelos. Me esperan en la terminal.
-¿De visita?
El chico se sonrojó:
-En parte sí, pero también voy a visitar a mi tío. Es prestidigitador y me
encantaría que me enseñe algunos de sus trucos.
La cara de la mujer se iluminó.
-Así que trucos de magia Ahora sí te voy a contar una historia que tiene que
ver con mi oficio. Espero que te guste.
Amanecía.
Cuentan que aquel día cuatro pajarracos transportaban una
nube enorme entre sus picos afilados y la dejaron caer sobre el
terreno baldío en las afueras de la ciudad.
Una niebla espesa cubrió el descampado.
Golpes.
Chirridos.
Gritos.
Martillazos.
Las ventanas de los alrededores se abrieron indignadas. ¿Quién
se atrevía a perturbar el silencio matutino de un domingo?
De pronto la niebla se disipó y allí, donde antes no había nada,
la carpa de un circo lucía en todo su esplendor.
Sobre un cartel rojo se leía:
CIRCO MÁGICUS
HOY FUNCIONES GRATIS
Hubo un extenso conciliábulo entre la gente del lugar. Esa
aparición misteriosa era inquietante. Al fin la mayoría decidió que
valía la pena arriesgarse y visitar ese circo caído del cielo.
A las tres de la tarde no quedaba un lugar vacío y al ritmo
de redoblantes y trompetas apareció el director, vestido de
smoking y con sombrero de copa.
Saludó a la concurrencia con un acento foráneo y luego
hizo la presentación de los integrantes del circo.
Pasaron a toda velocidad la equilibrista, balanceándose
sobre un caballo, la contorsionista al lado de un enano, un
león llevado con orgullo por su domador, la trapecista, frágil como
una muñeca y más y más y más.
En último término, un personaje extraño, vestido de la cabeza
hasta los pies con un traje hecho con cuadrados de colores, se
inclinó ante la multitud con una reverencia.
-Soy el arlequín Meteorus y vengo de lejos, más allá de
Transilvania, la patria de Drácula.
Se produjo un silencio inquieto entre los espectadores.
-No teman; mi especialidad son los saltos, las piruetas y también
hago bailar a dos globos de gas, mis compañeros fieles.
De alguna parte Meteorus sacó dos globos fosforescentes, que
parecían tener vida propia, ya que cuando el arlequín comenzó
a dar saltos en alto, vueltas carnero y hacer mil trucos más,
lo seguían paso a paso.
Los niños se levantaron fascinados. D pronto globos de todos
colores cayeron del techo del circo y fueron a parar justo, justo
a las manos de cada chico. Los aplausos hicieron temblar la carpa.
Las funciones continuaban todos los fines de semana, siempre
con alguna novedad inesperada a sala llena.
Un día todo cambió en la vida de Meteorus: se había enamorado
de la trapecista. Soñaba con ella día y noche y a veces ¡hasta se
olvidaba de sus globos de gas! sus fieles compañeros
-¿Podríamos pasear después de la función? –le preguntó
tímidamente una tarde.
Corina, la trapecista, le contestó con voz burlona:
-Yo no paseo con arlequines.¿Acaso no sabes que el domador de
leones me pretende?
Encerrado en su carromato, Meteorus se quedó pensando cómo
lograría conquistarla. Ante todo decidió renovar su vestimenta,
ya muy gastada.
Justo pasaba Dalila la contorsionista y el arlequín le hizo señas
para que se acercara.
-¿Me llamaste?
-Sí. Sé que eres hábil con la aguja y… bueno quería pedirte si
podrías ayudarme a renovar mi traje.
El vaivén del cuerpo de la contorsionista se hizo incontrolable.
-Por supuesto, mi galán. ¡Hace tanto que espero que me mires!
Meteorus bajó la cabeza, confundido.
-Querida Dalila, yo te quiero; eres mi mejor amiga, pero…
-¡Amiga! –Lo interrumpió la mujer.-No te das cuenta de que te amo
–y lo abrazó con una contorsión semejante a la de una boa.
Meteorus sintió que tanto amor lo ahogaba, pero Dalila no
aflojó su abrazo. De pronto se desenredó con la cara roja de
vergüenza. Su voz sonaba amenazante:
-¿Cómo te atreviste a engañarme, arlequín infame?
-Perdóname. No me di cuenta de tus sentimientos. Ya sabes que el
amor es como un pájaro errante, que se posa en la persona más
inesperada.
Dalila lanzó una carcajada venenosa.
-¡Así que ahora te volviste poeta! Está bien, te voy a ayudar,
pero con una condición. Quiero saber quién es mi rival.
-Corina -susurró .
El domingo siguiente todos estaban maravillados por los colores
brillantes del traje del arlequín; se superó a sí mismo en cada una
de sus representaciones. Hasta la trapecista lo miró sorprendida.
En el intervalo él le regaló una caja de bombones. Sabía que los
dulces eran su debilidad.
-Gracias Meteorus, pero no esperes nada de mí –dijo Corina
mientras saboreaba algunos.
El batir de los tambores anunciaba el momento en que la
trapecista iba a comenzar su número.
-¡Hoy tampoco quiero la red! –exclamó orgullosa-, me siento más
segura que nunca.
Y llegó el momento cumbre. Los chicos se pararon para ver mejor
como danzaba sobre la soga tenue.
¡De pronto un traspié, después otro!
Se produjo una confusión tremenda. El director ordenó que
trajeran inmediatamente la red, pero el arlequín con un salto
increíble logró sostener a Corina y bajarla en sus brazos.
El domador de leones se acercó corriendo, pero la trapecista no
sacaba los ojos de Meteorus. ¿Admiración? ¿Amor? ¿Duda?
Fue entonces que el arlequín recordó de pronto haber visto a
a Dalila entrar furtivamente a su carromato, creyendo que él
estaba durmiendo. Poco después salió en puntas de pie. Con un
escalofrío se acordó de que era experta en polvillos venenosos.
Se le acercó amenazante pero no pudo atraparla, porque de
pronto, convertida en boa, se deslizó fuera de la carpa del
circo.
-¿ Y qué pasó después? -preguntó Javier, porque la mujer se había quedado
callada, con la mirada perdida a lo lejos.
-No recuerdo nada más -fue su respuesta-. Solo sé que el circo desapareció en
forma misteriosa. Quizás está en otro pueblo.
Los dos quedaron en silencio; la mujer extrajo de su cartera algunos bombones.
-¿Te gustan? Son muy ricos.
El chico le contestó rapidamente que no podía comer dulces y ocultando su
cara despavorida, se despidió y fue a sentarse más adelante.
“¿Cuándo llegaremos?” se preguntó desesperado.
A lo lejos la bruma ocultaba el paisaje.
Danila 5/I/08
Eva – 18/10/07
Inspirado en las frases:
“circo más dos globos de gas”
“arlequín y fruta acaramelada”
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