La Pasión de Cristo según Mel Gibsom, lo primero que logra es confirmar al cine como el Primer Arte, porque no solo nos emociona hasta las lágrimas, también intenta descodificar nuestra emoción sin restarle intensidad. Puede reproducir, potenciándolas o no, otras expresiones artísticas y llevarlas a millones en todo el mundo, en un mismo tiempo.
Las despiadadas imágenes del martirio de Cristo nos ponen frente a una voluntad dirigida por el odio, gestado desde una actitud de intolerancia. Cristo, hoy mismo, es fácilmente reconocible en el sufrimiento del pueblo afgano. Con el pretexto de ir tras la captura de un terrorista, EEUU y sus otros aliados blancos, han masacrado, de la forma más brutal, a casi 12000 criaturas de la especie humana e igualmente, con un pretexto más elaborado, 20000 seres humanos han sido inmolados en Irak. Pura población civil: ancianos, jóvenes, mujeres, hombres, niños… Estas cifras no recogen a los heridos y mutilados. Suerte parecida viven los palestinos invadidos por Israel.
No es coincidencia que en estos hechos como en la película de Gibson, el perpetrador de la barbarie es un ejército invasor que se refocila no en la victoria sobre su enemigo sino en la capacidad de infligir el mayor dolor y humillación al vencido; estos, los invadidos, pasan a ser victimas propiciatorias de una fuerza ciega de odio cuya única raíz es la intolerancia ¿O fue culpa de Cristo que aquellos soldados romanos, en vez de estar en Roma tuvieran que padecer los rigores del Medio Oriente? Pero más determinante para el tormento de Cristo fue la intolerancia de aquellos jerarcas judíos, colaboracionistas del invasor. Y esto parece una regla en las historias de invasiones: la peor astilla es la del mismo palo.
Es justo aclarar que en las intrusiones de España contra los pueblos indígenas de América, la sevicia de los españoles no tuvo necesidad de recurrir al colaboracionismo, entre otras cosas, por la indefensión y vulnerabilidad bélica de las tierras invadidas. En más de 100 millones de seres humanos se calcula el genocidio cometido contra las etnias de la América hispana durante el oscuro lapso que se inició en 1500 y terminó en 1800, para redondear las cifras de aquella infamia.
La Pasión de Cristo, el suplicio de Cristo, vuelve a poner el dedo en la llaga. Y duele.
José Lagardera,
Coro, Venezuela
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