GRACIAS POR LA MAGIA
A sus majestades los Reyes Magos de Oriente, allá donde se produzca su descanso, desde Elche, Alicante, a seis de enero de 2008, tras los fastos navideños, por si lograra surtir efecto.
Quizás porque las tareas propias de días como estos, hacen complicado detenerse para contemplar la tele, siquiera nada más con el ánimo de informarse, desconozcan que, Don Juan Carlos I, al cumplirse los treinta años de su reinado, recibe felicitaciones por parte de un escogido grupo de personalidades. Hombres y mujeres- eso sí: la famosa “paridad” que quiso incorporar la izquierda a los usos diarios brilla precisamente porque no se da- personas de reconocido prestigio en el campo profesional al que pertenecen, dicen unas palabras ante las cámaras, las de la televisión estatal, y queda el gesto político-social presente con lazos y papel bonito. Pero, por lo demás, las fiestas han sido un bastante más o menos de lo mismo, de lo de siempre, guste o no. Con ustedes se dio otro episodio de ilusión que, a pesar de la competencia anglosajona, es aún una fuente de emociones inigualable. Y la humanidad desmerece, en general, esos favores que sus majestades nos prestan desde la parte mágica de la vida. Apartado que existe y que no es una ruta para obtener ventajas, disponer de fuerzas que no tiene nadie o asistir a sucesos y fenómenos ante los que la ciencia clama enojada. La magia que yo digo es patente, tiene que ver, con observar, por ejemplo, a Gaspar en el arrebato de una niña que, descubriendo un muñeco de peluche lo abraza y besa con entusiasmo y corazón difíciles de presenciar en el día a día. En encontrarles a ustedes en las vivencias de cada seis de enero, de cada cinco, en los recuerdos… Y si, por imperio y superioridad de una realidad malentendida, se quiere desenmascarar al mago otorgándole solo título de prestidigitador, si al final hay que admitir que los Reyes son LOS PADRES, entonces los padres son LA MAGIA. Al menos, eso me parece y es lo que estoy en disposición de defender. A los padres que ejercen de tales, no ese ejército de sembradores que cosechan criaturas enseguida entregadas a las autoridades educativas para que los guarden, para que se los tengan mientras fermentan y dan o no pan. Porque esos magos persuaden de la maravilla con lo mínimo y son capaces de lo extraordinario a base de presencia, constancia, espíritu lúdico, razón, respeto e inagotable cariño, amor que lo impregna todo. Eso simbolizan ustedes y, a pesar del truco, nunca dejan de asombrarme, Por eso quiero anticiparme y no pedirles nada para el año que viene. Me basta con saber que son durante todo un año en ese lugar ignoto donde se guarda el atrezzo interplanetario de luces galácticas- que las modas de iluminación urbana son artificio cada vez más preocupante por el sesgo ¿estético? que imponen año tras año los equipos de gobierno municipal- y que el trato de ciertos adultos con sus retoños o con los retoños de otros, irá generando la magia, la maravilla, dispuesta para cada principio de enero: Don Gaspar, don Melchor, don Baltasar, feliz año, feliz siglo, feliz vida. Y gracias por la magia.
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