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Conocía Gabi por casualidad una tarde de enero hace unos años, cuando un amigo nos presentó en uno de esos encuentros casuales que se dan por azar. Si bien iba pensando en miles de cosas y llevaba encima una mezcla de apuro y angustia por resolver un problema urgente, no dejé de prestar atención a su mirada, una mirada profunda y hermosa, que se podía adivinar en el negro de sus ojos. La mirada se conjugaba perfectamente con su sonrisa, una sonrisa de niña que destilaba su propia luz. Aunque en aquel instante no le calculaba más de 16 años, tiempo después me había enterado que estaba por encima de los veinte. El tiempo había sido generosa con ella y guardaba esa belleza que tienen las mujeres en su paso de la niñez a la adolescencia y que algunas como ella la llevan como impregnada en la piel.
Luego de ese primer encuentro nos volvimos a ver varias veces, íbamos conociéndonos poco a poco, yo le contaba mis cosas y ella me iba contando algo de su vida, nos fuimos haciendo buenos amigos. Así fui descubriendo ciertas afinidades que hacían de nuestros encuentros largos pasatiempos y recuento y reinicios de conversaciones dejadas en algún punto la vez anterior. Un banco en el parque, una mesa de algún café, un asiento en el micro cuando la casualidad volvía a encontrarnos, eran los escenarios de nuestros monólogos.
Fue así como nuestro vínculo se hacía cada vez más fuerte, y no puedo negar que en algún momento la quise más allá de la simple amistad, pero las grandes brechas entre un encuentro y otro hizo que aquello sólo quedara.
Recuerdo que un día llegó hasta mí y entre tazas de café y cigarrillos, me preguntó si conocía algún lugar donde podía vivir un tiempo, según ella "Hasta que todo se solucione". Le había dicho que conocía uno, una casa donde unos amigos y amigas vivían en una especie de comunidad y dónde casualmente yo solía encontrar albergue cuando me quedaba por ahí hasta las altas horas de la noche, para reponer fuerzas. La razón de su repentino interés por mudarse me llamó la atención, por lo cual decidí urgar más en los motivos. Entrar a detallarlos sería innecesario, lo único que puedo decir es que una gran tormenta se libraba en su interior en ese momento. No le aseguré nada pero le dije que le avisaría cualquier novedad. Quedamos en que ella me llamaría.
Un tiempo después, luego de casi un mes de aquella charla, la había visto por los pasillos de la facultad, nos saludamos como siempre y le pregunté que había pasado con ella,(en ese entonces ya había conseguido que mis amigos la aceptaran en su comunidad, al menos por un tiempo). Me dijo que ya todo se había arreglado y que no me preocupara, que ya había conseguido un lugar donde vivir. "Ah! está todo bien entonces le dije". Ella sólo sonreía
Ahora lo veo y veo cuan frágil es todo. Ahora lo veo: Gabi saliendo del Hospital de Clínicas luego de un periodo de internación, a causa de la crisis nerviosas e intentos de suicidio, Gabi abandona el hospital por el portón principal, sabiendo que nadie le haría caso, debido a las circunstancias extremas vividas en ese momento, Gabi camina las once cuadras hasta el Hospital Militar, Gabi ingresa por el portón principal, Gabi mira la ciudad, mira las nubes, mira el cielo, mira los ´pájaros, abre los brazos, se deja llevar por el viento de esa tarde de agosto, se deja llevar por las tormentas que son cada vez más fuertes en su interior, Gabi abraza el aire, las nubes, los pájaros, los recuerdos, el piso frío. Y abrazando todo eso, Gabi se fue, un día después de la gran tragedia del Ycua Bolaños.

Texto agregado el 07-01-2008, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-03-2008 ay amigo, los dieciseis es una época dulce y terrible, empiezas a conocerte, es la convergencia entre lo que siempre has querido ser y lo que serás por siempre... Muchos no salen del trance y nos enlutan a los que nos enamoramos de su torbellino de sensaciones... Duro, como la vida, pero bueno como tu relato. mis 5 homenajes kuroq
30-01-2008 Un lindo homenaje para Gabi, que con todos los problemas existenciales que tenìa, no albergaba ni remotamente la idea que la muerte la esperaba, asì, sin màs, como un regalo para un masoquista. doctora
 
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