¿Y LAS QUE TE SOPLASTE?
Hacía tiempo que don Salamuel no probaba un trago. Sus noches de insomnio, su garganta, su estómago y los “muñecos”, le exigían, con desesperada insistencia, un “moje”.
Aquel día se levantó muy temprano y, sin esperar el desayuno, salió en busca de su colega, amigo y compañero de “buchas”.
Pareciera que, en casos como este, ante la falta de alcohol, el cuerpo humano reacciona igual, pues el profesor Manuel ya lo esperaba en la esquina puntual y como en verdadera cita de amor.
Ambos, desde lejos y al verse, como si tuvieran frío, frotáronse las manos.
- Hola pues Manuelito y ahora... ¿adónde vamos? – preguntó don Salamuel.
- Tu dirás – respondió su colega y amigo – tu sabes que como asalariados del estado, a estas alturas, estamos como pollos a la brasa: "calatos y dando vueltas, sin un sol en el bolsillo".
- No hay más que ir a “De Lepanto” – sugirió don Salamuel, señalando la bodega que quedaba en la Plaza de Armas, donde atendía César, un joven que sufría de una pequeña deformidad en el brazo izquierdo y que, por ese motivo, le apodaron “De Lepanto.
Ingresaron al mencionado lugar, celebrando ocurrencias que ellos mismos hacían, para meter en ambiente a César y obtener así el crédito más fácil.
- Yo les doy con la condición de que me cancelen el cinco o seis del mes que viene – advirtió seriamente César.
- Ni un día más, ni un día menos – respondieron los amigos.
Dos horas después, ya un poco cariñosos, metieron en el cuento al atento cantinero, no sin antes sacarle otra cajita mas de cerveza.
- Son veinticuatro botellas – señaló “De Lepanto” con la cabeza medio “turumba”.
- Ni un día más, ni un día menos – contestaron los colegas abrazados, arrastrando pies y palabras.
Llegó el día cinco y pasó el día seis. Pasó el día siete y llegó el día ocho. Así pasaron los días y ni don Salamuel, ni su amigo Manuel, asomaban las narices por la bodega de César, por lo que éste resolvió ir a cobrarles personalmente, sin esperar un minuto más.
El profesor Manuel olímpicamente dijo:
- Cesitar, anda pregúntale a Salamuel porque yo no me acuerdo nada; pero si de pagar se trata, yo te pagaré mi parte.
Molesto, “De Lepanto”, se dirigió al domicilio de don Salamuel que lo atendió de lo más tranquilo.
- ¿Qué pasa Cesitar? – le habló cantando y con gallito incluido.
- Vengo por la cuentita – “De Lepanto” habló con el ceño fruncido.
- ¿Ya le cobraste al Manuel? – preguntó don Salamuel con airecito reclamón.
- Sí; él ya me pagó su parte – mintió “De Lepanto” marcando mil.
- ¿Y cuánto pue se te debe? – dijo don Salamuel.
- ¡Son dos cajas de cerveza, doce botellas cada uno, mejor dicho treinta soles por “cabeza”! – “De Lepanto” habló agitando el brazo derecho, decidido en arreglar el asunto de una vez por todas.
- ¿Y cuántos pue hemos chupau? - preguntó don Salamuel.
- ¡Tú y el Manuel! – gritó “De Lepanto”, saliendo de sus casillas.
- ¡Un momentito mí querido Cesitar! – dijo don Salamuel sin cambiar de expresión - hay algo que no te acuerdas.
- ¡Qué! – gritó “De Lepanto”.
Don Salamuel mirándolo a los ojos le preguntó:
- ¿Y las que te soplaste?
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