Cartas que Nunca se Enviaron (II)
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Para René,
Muchas veces traté de decirte miles de inquietudes que tenía guardadas en el corazón, pero la verdad es que nunca supe como hacerlo. Bueno, en realidad son muchas cosas las que me duelen más como mujer, pero ya te lo he mencionado, me cuesta un trabajo enorme podértelas decir. Es por eso que prefiero escribir todo eso que siempre quise decirte a ti, como hombre y como padre de mis hijos que eres. Así es que… bueno, empecemos con unas cuantas preguntas.
¿Por qué? ¿Qué sucedió? ¿Por qué te fuiste de mí sin decir nada? No sabes cuánto me encantaría poder saberlo. Explicaciones de este tipo, ya no te las pido a ti, porque muchas veces lo hice y la respuesta fue siempre la misma: un silencio ensordecedor que ya no quiero seguir escuchando más. Sin embargo, si me gustaría saber por el porqué siempre sentí una impotencia total ante esas situaciones. Y después de todo eso, prefiero mejor olvidarme hasta de mis propios sentimientos. Porque aún después que he logrado recuperarme, todavía me duele recordarlo. Siempre fui yo la que se sintió culpable.
Antes me preguntaba ¿Qué fue lo que hice mal? ¿Por qué me abandonaste cuando más te necesitaba? ¿Porque me dejaste hundir sola en la depresión, cuando tantas veces te ayude a ti a salir de la tuya? Aún no logro entenderlo. Sigo sin encontrar respuesta. No entendía porqué, después de que estuvimos siete años de novios, de tanto pedirme y de tanto luchar por estar juntos, todo se haya ido a la basura en tan sólo tres meses de haber vivido bajo el mismo techo. ¿Y todo por qué? Porque no supiste, ni tampoco quisiste, comportarte como un verdadero hombre. Nunca quisiste ser el hombre independiente, íntegro y responsable que siempre “me diste a demostrar que eras”. Me enamore de ti porque siempre me diste mi lugar ante la gente, mientras no hubo nada formal conmigo. Pero que pena sentí cuando me enteré de que cuando estuve embarazada de tus hijos, te daba vergüenza que te vieran a mi lado. Hay miles de cosas que todavía me duelen de todo esto, como madre y como mujer.
Cuantas veces te encontré papeles en los que habías escrito que tu novia se llamaba “fulana” o “zutana”… sin embargo, de mí, nunca hablabas con nadie. Siempre evitaste que la gente se diera cuenta de aquello tan profundo que había entre tú y yo: los hijos. Pero en fin, creo que siempre luché contra alguien a quién no le podía ganar… y estaba totalmente consciente de ello. Primero fue contra tu mamá, que se empeñaba en seguir manejando tu vida a su antojo y que después también quería manejar la mía y aún la de mi hijo recién nacido. Después fue contra ti… y finalmente contra mi misma.
¿Cuantas veces me has engañado? No lo sé, creo que ya perdí la cuenta. Una vez te lo dije René: “te amo mucho y soy capaz de perdonar todo, por mis hijos”. Pero creo que abusaste de ello. Y, sin embargo, volví contigo a pesar de todo, incluso a pesar de estar enamorada ya de otra persona. Si, lo que has leído. Estuve a punto de irme a Europa hace ya dos años. Dios no quiso que las cosas fueran así pero, ese amor a la distancia, ese hombre, Fran, al que nunca palpé, ni que tampoco sentí, ni que nunca me hizo suya, hizo más por mí en cinco meses, que lo que hiciste tú en tantos años de estar juntos, a partir del día en que nos conocimos. Me enseñó que debo ser grande para que mis hijos sean aún más grandes que yo. Me dijo SE FUERTE y me enseñó que en esta vida no debo pasar así nomás; me dijo: “Debes dejar huellas, mi amor. ENCADENA ALMAS para que seas querida por siempre, como amiga, como madre, como esposa y como amante”. Y si, es cierto, así he sido desde ese día en adelante. Tú mismo me has dicho que he estado muy cambiada de un tiempo a la fecha, y hasta estuviste indagando para saber “quién era quien llenaba tu lugar”. ¡Qué pena! Tu lugar lo ocupaba una pantalla del “Messenger” en mi computadora, con un corazón enorme del otro lado del mundo. Sin embargo, esa persona, a pesar de que nunca la tuve enfrente, me amó y amó también a mis hijos. Ellos lo recuerdan aún con cariño, como lo hago yo, aunque nunca palpé su cara, ni sentí su aliento. Y todo eso que él hizo por mí, no es algo que sea tan insignificante, como para que no merezca un lugar importante en mi corazón.
Después de aquello que pasó entre nosotros, intentamos nuevamente estar juntos ¿recuerdas? Según tú, con un sincero arrepentimiento del tamaño del mundo y con lágrimas en los ojos, me pediste perdón y me jurabas que todo iba a cambiar; que seríamos nuevamente una familia. Eso sonaba muy bonito… demasiado lindo para ser verdad. Y qué lástima, la euforia te duró solo unos cuatro meses, y me parecen muchos, porque al final otra vez y sin decir nada… te volviste a ir. En fin, decidí por tanto darle un nuevo rumbo a mi vida: olvidar a Fran que estaba tan lejos, y empezar de nuevo por mí y por mis hijos.
Me fui a probar suerte al Sur, y con el boleto de avión en la mano, no se me olvida que me volviste a pedir que no me fuera; que me quedara; ¡Que ésta vez sí ibas a cambiar! Ja, ja, ja. Qué pena nuevamente, pero ésta vez fue peor. Porque mientras me pedías de rodillas que me quedara, ya tenías a otra mujer que estaba esperando un hijo tuyo en otra parte. Fue una niña, como me entere después, por mis hijos. Esto es algo que, créeme, ya rompió todo lazo existente, cualquier hebrita que hubiese quedado entre nosotros, dejó de existir. Ahí fue donde terminaron las palabras.
Partí con un dolor muy grande en el fondo de mi corazón: el hecho de dejar a mis hijos. Desdichadamente no los podía llevar conmigo. Tú no tienes ni la menor idea de lo que una madre siente cuando deja atrás a sus hijos, sabiendo que con quién deben de estar… es precisamente con su madre; por que ni siquiera contigo los podía dejar. Pues, por desdicha, tú nunca has podido ni con la responsabilidad de cuidar de tu propia vida… cuanto más de las vidas de dos pequeños, aunque éstos sean tus propios hijos. Yo no los abandoné; siempre los tuve en mi mente y en mi corazón y la prueba está en que a los pocos meses de estar alejados, trabajé, junté el dinero para enviar por ellos, conseguí una casa en donde recibirlos, y logré tenerlos conmigo otra vez.
¿Qué cuántas veces te he engañado yo? Te lo voy a decir: solo una vez, y esa vez fue para siempre. Sí, así como lo lees.
En el lugar donde trabajaba conocí mucha gente, gente buena, amigos, y entre todos ellos, también encontré el amor. Si, lo encontré, y a pesar de que tenemos ya más de ocho meses de estar alejados, seguimos pensando el uno en el otro. Me resistí mucho a esta relación por mil razones; lo rechacé no sé cuentas veces, pero él insistió tanto que no pude mas. Finalmente comprendí y acepté que lo que sentía por él, es amor; un intenso y desesperado amor; ese amor que por mí tú nunca me sentiste. Nos conocimos, él estuvo ahí a mi lado, en mis horas de nostalgia y de tristeza. Me dio su apoyo y su amistad, me mostró su alma y yo le mostré la mía y terminamos los dos amándonos. El conoció a mis hijos y se encariñó con ellos, y ellos con él. Y desde que regrese del Sur, no pasa por mi mente otra cosa que no sea estar con él y con mis hijos. El siempre me ha dicho que la familia perfecta es él, yo, sus hijos y los míos. Es una lástima; porque ambos sabíamos que esto no podría ser… Y aún a sabiendas que estoy enamorada de él hasta los huesos, llegue a pensar que debía renunciar a todo para estar otra vez con mi familia original: tú, yo y nuestros hijos. Tuve que dejarlo, a pesar del dolor que esto me causaba, para regresar contigo… pero no por ti, sino por nuestros hijos. Bien, después de una corta ausencia, me tuviste a tu lado de nuevo. ¿Y para qué? Para dejarnos abandonados, a tus hijos y a mí, otra vez.
Qué fácil te resultó ser la cabeza de la nueva familia. Yo esperaba, con ese sacrificio, darles a nuestros hijos la solidez de la imagen del padre que tanto nos has prometido y que nunca han tenido de ti.
¿Acaso crees tú que no se dan cuenta de las mentiras que les dices? ¿O de las cosas que prometes y nunca les cumples? Ahora nuestros hijos están creciendo ¿no lo habías notado? Y todavía no conocen el amor de padre, aunque saben perfectamente bien quién los quiere… y quién no. Ya no se les puede engañar con dulces y juguetes como lo hacías antes. Y yo, francamente, no puedo seguir sosteniendo ante ellos una imagen tuya, de lo que no eres… ya no más. Las cosas caen por su propio peso, y el peso de esa imagen tuya, no puede desafiar la ley de gravedad… de la gravedad de las cosas. Ellos se dan cuenta perfectamente por sí mismos; también escuchan, observan y sienten.
Fueron incontables las veces en que sequé sus lágrimas. Incontables también las noches en que los tuve que consolar por que te llamaban… y tú no estabas ahí. Fueron muchas las ocasiones en que les dijiste que lo ibas a llevar a pasear… y los dejaste esperándote. Yo tenía que inventar excusas, o distraerlos haciéndoles monerías. Siempre traté de excusarte ante ellos, todo para evitar que pensaran y se expresaran mal de ti, por ser tan irresponsable. Todo eso funcionó en tu favor… pero solo durante un tiempo. Por que después, ellos mismos se dieron cuenta de las cosas. Ya no hubo necesidad de excusarte, ni tampoco de mentir por ti. Así que no los culpes por abrir los ojos, no los culpes por entender, no los culpes por ser niños. No los culpes por existir. Muchas veces esperé de ti que respondieras ante ellos como el padre que eres... o mejor dicho, que debieras de ser. Que participaras de sus primeros pasos, de sus alegrías… o por lo menos… de sus llantos.
Ahora te veo y me das pena, porque a pesar de que sólo tienes veintisiete años, pareces un viejo. Las enfermedades te están carcomiendo poco a poco. Cuando no es la colitis, son los intestinos, las reumas y ahora hasta el glaucoma te esta causando ceguera y ¿sabes algo?, un día hace mucho tiempo, una persona me dijo esto: “que tu ibas a caer enfermo y que quien te había enfermado te iba a dejar solo y que ahí iba a estar yo para cuidarte” ¿Y como no? Pensé; si eres el padre de mis hijos y me dueles. Pero no voy a estar toda la vida esclavizada a ti y al recuerdo de lo que nunca fue. Si, tal vez estaré ahí a u lado, cuidándote…pero con el corazón en la Riviera Maya, a lado de Rodolfo quien, como dice la canción, es el hombre que ha conocido mi forma de sentir, mi forma de reír y hasta mi forma de llorar.
No sabes cuantas veces le he pedido a Dios que me de la oportunidad de volver a tener a Rodolfo a mi lado, ¡Uy! Muchas. Y algún día volveremos a estar juntos, lo sé, lo siento aquí en el corazón. Lo que hay entre nosotros es muy profundo. Desde que estuvimos juntos, yo ya no soy yo, ni él es él, somos uno mismo. El está aquí conmigo, y yo estoy allá, con él. Y sé que tú lo sabes, que te das cuenta y que lo sientes. Pero eres tan, tan cobarde, que no tienes los suficientes “tanates” como los tuve yo de preguntar: ¿Quien es él? ¿No, Verdad? Prefieres mejor ignorarlo o prender que lo ignoras. Te amé René; te amé muchísimo… pero eso ya es pasado.
Un día Rodolfo me preguntó que si volviera yo a nacer, pediría conocerlo mejor a él en lugar que a ti, y le respondí: No. Porque si he de conocerte otra vez, vivir lo que he vivido y sufrir lo que he sufrido con tal de tener a mi lado a esas criaturas hermosas que son mis hijos, lo volvería a vivir. Amo a mis hijos y son ellos los que me han dado fuerzas para salir delante de este atolladero.
Después de que regresé del Sur, un día durante mi ausencia, te atreviste a hurgar entre mi correo personal y encontraste unos correos de “Víctor”, mi amigo que vive en Canadá y recuerdo que después de haber leído las cartas que me había enviado, me dijiste textualmente estas palabras: “que en ese momento habías entendido que me habías perdido o que me estabas perdiendo y que era el momento para ti, de luchar por tu familia”. Lástima; la lucha sólo te duró solo tres meses… se te volvieron a cruzar otra vez unas faldas. Ahora las de una mentada “Claudia”. Y qué pronto se te olvido que Víctor, sin estar aquí, podía quitarte el motivo de tu lucha. Creo que mis hijos y yo, somos mucho más responsabilidad de la que eres capaz de manejar. Así es como eres René. Qué lástima que hasta ahora me doy cuenta. No es que el amor por ti me haya cegado, sino que el amor por mis hijos, es lo que me ha abierto los ojos. Y qué lastima tener que reconocerlo: soy demasiada mujer para ti.
No te guardo rencor René, a pesar de todo. Pero sí quiero decirte adiós, y si esta carta llega algún día a tus manos, confío en que Dios sabrá que hacer… y tú también. Y como siempre digo, después de haber conocido a Fran: “Dios nos bendiga cualquiera que sea nuestro futuro”.
Adiós.
Tamara.
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