De repente, abres los ojos de par en par. Te odias a tí misma. Te enfadas por haberte quedado dormida, por haber roto la promesa que pocas horas atrás le habías hecho a tu rey. Miras tu muñeca, imitando el gesto que hace papá cuando quiere saber la hora, pero sabes que es inútil porque, como te dicen en tu cole, los relojes de juguete no funcionan.
Saltas de la cama y, sin parar un solo segundo para ponerte las zapatillas de dentro de casa, corres hacia el salón. Una vez allí, tu mirada se queda fija en el árbol situado en el rincón, justo al lado de la chimenea. Respiras profundamente y sonríes aliviada. Aún no han llegado los Reyes.
Vuelves a la cama prometiéndote de nuevo no dormirte esta vez. Anoche te faltaron muchas cosas que contarle a Baltasar y ahora no quieres fallar. Sin embargo, a pesar de tus enormes esfuerzos, no tardas en dormirte una vez más.
Ahora es Zar quien te despierta con sus ladridos. Corres al salón y, esta vez, nada más ver el árbol, vuelves corriendo a tu habitación. Te fijas en la niña morena que duerme en la cama contigua a la tuya y, sin ningún tipo de piedad, le zarandeas con todas tus fuerzas mientras le susurras que ya han venido los reyes. Ella no tarda en levantarse y acompañarte nuevamente al pie del árbol, donde están todos los regalos. Os da miedo encender la luz de modo que, entre risas nerviosas, vais pasando vuestras pequeñas manos por encima de cada uno de los paquetes.
Tras un buen rato imaginando qué habría debajo de los envoltorios, Isabel se vuelve a la cama. Tú te quedas sentada en el frío suelo un rato más, pero no tardas en acompañarla.
Son cerca de las siete de la mañana y, como cada 6 de enero, papá ha encendido su antiguo equipo de música. Suena el 'Aleluya' de Haëndel, como no podía ser de otra manera. Corres a buscar a mamá para decirle que anoche Baltasar cumplió con su parte del trato. Ella te recibe con una sonrisa, te coge de la mano y os dirigís nuevamente al salón, donde papá e Isabel ya están esperando.
Sinceramente, el contenido de los paquetes te da igual. A pesar de tener tus preferencias, sabes que, sean cuales sean los regalos, te encantarán. Cada caja lleva su nombre: el de tu hermana, el de tus papás, el de tus abuelitas, el de tus primos y... sí, también hay más de uno con el tuyo.
Decides comenzar por el más pequeño, ese que hace unas horas habías imaginado que era una caja de caramelos. Nada más abrirlo te das cuenta de que estabas equivocada, ya que nada tenían que ver tus imaginaciones con un par de zapatos. En un primer momento te pones seria: estás desconcertada porque, al fin y al cabo, tú no los habías incluído en la carta que le escribiste a Baltasar. Mamá, que está más que emocionada con tu regalo, te coloca los zapatos para comprobar que son de tu talla y que no te hacen daño. Mientras, tú aún sigues mirando la caja vacía, y es entonces cuando te das cuenta de lo listo que es el rey: le habías pedido que mamá estuviera contenta, y la verdad es que con los zapatos parece encantada y, al mismo tiempo, a tí te ha regalado un lugar donde guardar tus caramelos.
Sueltas un gracias al aire, porque sabes que, si ha sido capaz de hacerte dos regalos en uno, él será capaz de oírte (o al menos sentirte) por muy lejos que esté. Acto seguido, comienzas a abrir el resto de regalos. Todos son mucho más bonitos, y probablemente más caros... pero a tí te ha gustado tu caja de zapatos. |