Al comenzar el año te regalaron un calendario. Mucho antes de recibirlo, ya tenías claro que lo único que deseabas hacer con él era poder romper la página del cuatro de enero, y al fin hoy puedes hacerlo. Te levantas y vas a la cocina, donde mamá está preparando el desayuno mientras papá le comenta la posibilidad de ir a Alcoi a pasar el día. Mamá acepta, como cada año.
Una vez más, no dices nada. Vuelves a tu habitación y haces la cama. Sonríes. Sonríes porque es cinco de enero, porque pasarás el día fuera, porque tal vez la Carrasqueta esté nevada y con un poco de suerte te dejarán bajar del coche y para hacer una pelea de bolas de nieve con Isabel... pero sobretodo sonríes porque hoy, tras 365 interminables días, volverás a ver a Baltasar sentado en su camello.
Mamá llega a la habitación y, sorprendida de que te hayas vestido tú sola, te pone ese abrigo rosa que tan poco te gusta. Si hubiera sido un día normal, habrías cogido una de tus rabietas, pero no quieres que los reyes piensen que eres una maleducada, de modo que no dices nada, ni siquiera pones mala cara.
[...]
Llevas mucho tiempo esperando y empiezas a estar cansada pero, como de costumbre, no dices nada.
Al fin comienzan a aparecer los pajes con sus antorchas por el fondo de la plaza. La gente comienza a aplaudir y a gritar mientras tú sólo miras y callas. Los demás niños luchan por conseguir un enorme puñado de caramelos, pero a tí eso te da igual, al menos de momento. Tu mirada sigue fija en el fondo de la plaza, donde no tarda en aparecer el Rey Melchor. Más tarde hace lo propio Gaspar, pero no ves por ningún lado a tu querido Baltasar.
Piensas en la carta que, con ayuda de papá, le escribiste hace un mes contándole todos y cada uno de tus deseos, desde el balón de fútbol hasta el fin de la pobreza. No puedes creer que, después de estar tantísimo tiempo esperándole y de ir hasta Alcoi sólo para verle no vaya a aparecer. Entonces lo entiendes: te das cuenta que le has pedido demasiadas cosas, muchas de ellas imposibles, y sientes que por tu culpa ningún niño pueda verle.
Cuando la primera lágrima está al borde de tus ojos le ves, tan elegante como el año pasado, sentado sobre su camello. Apenas distingues su silueta, pero sabes que te sonríe, incluso podrías jurar que te ha guiñado un ojo. Conforme se va acercando a tí, tú te acercas a mamá, y le pides como el favor más grande del mundo que te deje acompañar un paje que te ha ofrecido presentarte al rey, a tu rey.
Él, nada más cogerte de la mano, se da cuenta de que estás nerviosa y te sonríe para tranquilizarte, pero según vas acercándote a Baltasar tus temblores van aumentando, y no precisamente a causa del frío.
Al fin llegáis al pie del camello, que lleva ya un rato arrodillado en el suelo. Te das cuenta de que si hubieras hecho caso a mamá a lo largo del año y te hubieras tomado la leche cada mañana en vez de tirarla por el fregadero cuando ella se marchaba, probablemente habrías crecido lo suficiente como para no necesitar que él te aupara a brazos del rey, pero no es el caso, de modo que te dejas ayudar.
Ya encima del camello, sólo piensas en abrazar a Baltasar, en prometerle lo buena que has sido a lo largo del año y en contarle cada uno de los detalles de la carta. Él, mientras te sonríe, afirma haberla leído entera un par de veces. Era todo lo que querías saber. Llevabas muchísimo tiempo deseando que llegara este momento, pero sabes que no eres la única, de modo que te despides con un beso y un hasta luego, jurándote a tí misma que te quedarás despierta toda la noche para poder hablar un rato más con él.
Nuevamente el paje te ayuda a descender y te acompaña con los papás, quienes se dan cuenta de que ya has cumplido tu propósito del día, por lo que ya es hora de volver a casa.
La hora de coche que separa Alcoi de Alicante la pasas buscando en el cielo la estrella que guía a las tres fantásticas personas que acabas de ver. Nunca has entendido cómo son capaces de distinguirla de todas las demás: a tí todas te parecen iguales, no ves ninguna 'fugaz'.
Nada más llegar, subes corriendo a tu habitación, limpias tus zapatos y metes dentro los pocos caramelos que conseguiste en la cabalgata. Antes de ir a la cama mamá te ve la cara y se fija en que tienes algo negro. Ella cree que la tienes sucia, pero tú sabes que tu querido Baltasar te ha querido dejar un regalo. Por eso te niegas a que te la limpie... quieres irte a la cama con ese poquito de sí mismo que él te ha dejado.
Intentas quedarte toda la noche despierta esperando a que llegue, pero poco después de tocar la almohada el sueño puede contigo...
...continuará |