III. Desayuno consistente
Estaba anocheciendo cuando despedí a mis amigos y me encontraba bastante cansado del ajetreo del día. A pesar de todo, estaba tranquilo y relajado y no sentía molestias más allá de un continuo, pero suave escozor, como cuando abusas del sol en los primeros días playa, por lo que sin mayores preocupaciones, preparé una cama con ropa que saqué de un armario y me costé. Eras las 5,25 cuando desperté por desgañitados cantos de algún gallo de corral, bastante cercano por la intensidad de sus gritos y al que le respondían otros, más lejanos. Era noche cerrada y había una temperatura muy agradable. Seguí en la cama, sin volver a conciliar el sueño, pero antes de 1 hora, el cuarto ya estaba iluminado en un ambiente cálido, de muebles rústicos antiguos y de madera, sin excesivos adornos pero confortables y sin añadidos superfluos. Un imperceptible soplo de viento empujaba suaves y continuas ondulaciones en las cortinas de la ventana, que dejaban ver y casi tocar, un cielo azul y brillante, como nunca había visto hasta entonces.
Suficiente para un despertar agradable en un mundo nuevo y desconocido, a pesar de las especiales circunstancias de mi cautiverio involuntario. Tenía hambre y lo primero, prepararía un buen desayuno. Me levanté, pasé por el aseo y pude comprobar que todo seguía normal: la herida no me molestaba en exceso y no se había producido más pérdida de sangre. Intenté ducharme, pero no salía agua en los grifos de la bañera. Tenía agua la cisterna y el lavabo y no existía bidé, para los baños de asiento. Solo me lavé un poco las manos y la cara. En la cocina, estaba todo lo que habían comprado mis amigos, metido en las bolsas del supermercado y todavía sin desembalar; había pan de molde, chocolate, margarina dietética, galletas, leche, cacaolat, latas de conservas con pescados y moluscos de varias marcas y tamaños y también latas de cocido de garbanzos, carne guisada, fabada, callos, albóndigas y algunas pizzas. Se notaba que no hacían la compra en sus casas; no había huevos, patatas, pastas, azúcar, sal, aceite, mantequilla, verdura, fruta ni café. Creo que sonreí, pensando que los hay más inútiles que yo, aunque intenten y aparenten lo contrario. Me arreglaría.
Busqué el micro-ondas, algún hornillo, cocina de gas o eléctrica y nada. Había una enorme cocina negra de hierro y que ocupaba todo un frente, apoyada en dos mesetas a cada lado, una con almacén para leña y la otra, llena de cajones con utillaje y cubiertos de mesa y un cajón con paños y servilletas de tela. Encima de una de las mesetas, varios expositores para cuchillos, papel de cocina y auxiliares, como cucharones, cazos, sartenes, bandejas y lo más necesario para poder cocinar para mucha gente, sin pedir nada al vecino. En la otra meseta, un escurre platos e incrustado en el centro, un precioso fregadero de mármol, de buen tamaño y sobre el mismo, un grifo grande con dos mandos de agua y señales en rojo y azul, por lo que intuí que debía de haber agua caliente por algún sitio. Frente a la cocina de carbón, una mesa como para 10 personas sin agobios, flanqueada en la parte hacia la pared, por un enorme banco, del mismo tamaño del tabique desde la puerta de entrada y que según me enteré después, aquí denominan “escaño; la pared lateral del fondo con un armario de madera, cerrado hasta el techo y que también servía de despensa. Ahí encontré sal, aceite y todo lo que me faltaba. También un jamón medio empezado y varias riestras de chorizos y un trozo de tocino, colgados en una barra, de donde también pendían algunas cabezas de ajo y guindillas.
En el lateral opuesto, en la zona de la puerta de entrada, había otro armario con puertas de cristal, con vajillas y juegos de tazas de café y té, varias jarras y muchas fuentes de servir. Comparado con mi casa, tanto el tamaño de la cocina, como el equipamiento, me pareció más propio de un restaurante que de una casa deshabitada.
Desayuné de lo que tenía la casa: chorizo y jamón, que acompañé con pan de molde y leche fría. Un auténtico desayuno rural pensé, al tiempo de sentirme en plena forma.
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