El Nuevo
Me gusta limitar al hombre, señalar sus defectos, acotarlo y encasillarlo en una pequeña canasta de mimbre.
La pequeña canastita trae un distintivo bastante particular, que señala cuan especial son los que están dentro respecto al resto. Si algún ser humano se atreviese a entrar en el apogeo de la diferenciación, sería destrozado, aniquilado y sus miembros azotados contra las paredes y luego arrojados lejos de la canastita. Aún así, existen seres que lo intentan con tanto ahínco, destreza e ingenio que logran pasar desapercibidos. Aunque esto no queda exento de riesgo. Es claro que a un individuo le es más fácil convencer a los demás cuando actúa solo, pues no necesita un plan figurado, es decir, no existe el problema de la incoherencia entre causas. No necesita tampoco recorrer caminos extraños por el sólo hecho de llevar una carga innecesaria. Es – obviamente – el solitario, el único capaz de sobrepasar escollos tales y quien logra, a fin de cuentas, entrar en la canastita.
Pero luego, ésos, los más astutos se encuentran en un lugar tan parecido al exterior como el exterior mismo. Ni siquiera las personas en el interior son diferentes a las del no-interior, ya que como él, han venido desde otros lugares fuera de la canastita. Sólo existe un aire de superioridad que pareciese no darse en otro lugar. ¡Pobre del Nuevo, cuando se relaciona con los seres de la canastita! Que desilusión, tanto esfuerzo y energía derrochada en tan tamaña empresa. Existen también, los que no pierden las esperanzas. Los que aún con todo, quieren seguir adelante y ser “diferenciables”. Pobres solitarios que ya son diferentes. Tan diferentes que se sienten agobiados por tanta igualdad entre desigualdades que existe en la canastita. ¡Es una prisión de “indiferencia”! Y como toda jaula que atrapa y encarcela, convierte a sus víctimas en victimarios. Ahora es cuando comienza la metamorfosis.
El astuto y solitario, proveniente de una raza común del exterior, empieza a colapsar. Su cuerpo y alma se empiezan a colectivizar, a convertirse en uno más de la canastita. Sus dotes no son apreciadas pues cada ser que se aposenta en la canastita ha demostrado su valía al ingresar en ella. Porque – por principio – nadie nace con derecho a ser diferente, sino todo lo contrario. Las perspicacias del Nuevo son sólo características comunes y ya no empieza a sentirse tan especial como en el exterior. La gente de la canasta se siente contenta y satisfecha con la idea de recibir éstos nuevos regalos. El nuevo ha cedido su carácter de especial a la comunidad. La agonía de ser llamado común empieza a recorrer su cuerpo, causando mareos en su cabeza y temblor en sus pies. Pero no existe la posibilidad de escapar o siquiera recuperar el orgullo. No existe voluntad ni tampoco fuerza. La idea de perder todo lo sacrificado es inadmisible.
Sin embargo, el cuerpo es débil y la mente está deshecha. Es entonces cuando el nuevo empieza - con la lección “aprehendida” - su artificio de escape. Pero ya no existen sueños o metas que den impulso a la idea. La luz de pertenecer a una raza especial lo ha enceguecido. La ambigüedad del deseo lleva a los Nuevos a un periodo de resignación, que al final, los termina convirtiendo en los simples de los complejos, en los normales de los complicados y que los destruye para que de las cenizas resurja un nuevo ser. Miembro ya, de la nueva raza, se alza entre la luz un grito de gloria entre los seres de la canastita.
¡Inmensa felicidad! Para el nuevo cuya alma ha sido requisada, para los que han apoyado al astuto desde el exterior esperando algún día intentar el viaje también y para los que han aceptado a un nuevo miembro en la comunidad. ¡Dicha! ¡Gozo! ¡Júbilo! Existe también para los que han esparcido el falso rumor de la canastita dejando el exterior libre de seres de otras razas.
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