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La toalla de Amelia





You're sorta' stuck where you are
But in your dreams you can buy expensive cars
Or live on mars
And have it your way
And you hate you're boss at your job
But in your dreams you can blow his head off
In your dreams, show no mercy
And all your bad days will end...
And all your bad days will end...
You have to sleep late when you can!
And all your bad days will end!



The Flaming Lips





No vio la esponja. Se estrelló fuertemente en el cristal, como una fruta fofa, podrida. Lo despertó de uno de esos largos sueños de un tapón. Estaba enfurecido, no solo por la esponja asquerosa, si no por el agravio que tuvo que vivir y soportar desde temprana mañana: como que lo hagan sentir como un bandolero, todo porque se secó con su maldita toalla, la que decía “Amelia”. El sol caía, y el tizne azafranado de polución mataba a toda la ciudad. Por suerte logró doblar por una callecita que lo llevó a un barrio denso y bulloso, terminando en una avenida; un letrero neón que decía “El Dragón Chino” le sacaba su lengua colosal. Dobló a la derecha, hacia el colmado, oeste, de frente a los últimos rayos y al bellísimo semblante del sol. Los peatones caminaban por todas partes, por todas las vías, ansiosos por llegar —a solemnizar u omitir otro día, a morir para mañana nacer y empezar otro milagroso espacio de tiempo.
Una hermosa mujer caminaba por la acera, como huyendo, a paso firme y enérgico; perfectamente voluptuosa, sensual, su pelo largo y castaño, alta, blanca; sus glúteos con vida propia. Y caminaba con altos tacones, con un gusto imperdonable. Para él fue imposible no bajar el vidrio y mientras éste descendía numerosas imágenes relampagueaban, como flashes que llovían en su mente. Sin embargo no dejó que su mente lo acusara, sólo quería sentir un poco de libertad.
Se sorprendió cuando se dio cuenta que ella sonreía mirando la vereda. Él no dijo una palabra, sólo mantuvo su velocidad, y la mirada intensa. “En cualquier momento el viento cambiará”, pensó. Finalmente ella giró vertiginosamente su rostro hacia él, como toda una actriz y clavó sus ojos verdes como dos flechas.
—Hola, linda. Tú como que vas lejos, a esa velocidad. ¿Hasta dónde llegas?
—No muy lejos, ya casi llego. Gracias.
—¿Seguro? ¿No quieres una bola? Ven yo te llevo. Así me cuentas algo de ti. Una dama tan hermosa caminando sola por aquí. Eso no lo puedo permitir. Vamos entra. —Y sonriendo le abrió la puerta. Ella abrió la boca en risas y volteó su cara hacia el lado contrario a él, y terminó mirándolo de reojo. Obviamente, él le hacía algo de gracia y claro, también le interesaba dejar de caminar, ser piropeada por la mayoría de los que pasaban. Y además un aire acondicionado no le caería nada mal.
—Es que yo no te conozco —dijo, finalmente.
—Y si no te montas, ¿cómo nos vamos a conocer? Además, mírame a los ojos. ¿Tú crees que yo soy capaz de hacerte algún daño? Solo quiero llevarte a donde vas, escoltarte como toda una princesa; es lo menos que puedo hacer por una hembra como tú.
—¡Ay Dio!, qué palabras. Tú me da risa —Y se montó en el carro, todo el tiempo sonriendo, con una cara pícara, una niña traviesa. Puso una salsa en el radio. Ya casi oscuro, las luces de la avenida y los letreros luminosos los veían pasar. El semáforo estaba rojo, se sentían con suerte.
—¿Adónde te llevo princesa? —Le preguntó con entusiasmo.
—A Monday’s, en la Veintisiete de Febrero.
—Oookeeeiii. Tú no estabas llegando nada, te faltaba un buen rato. Pero no te preocupes —le dijo.
—Sí, me esperan unas amistades. Gracias —Dijo la joven muy complacida.
—Qué pena, me hubiese encantado invitarte a una fría. Me llamo Rodolfo. ¿De dónde eres? —Le preguntó, sospechando que no era de la capital. La notó como escondida, como discordante. Le dijo que era de Jarabacoa. Así la imaginaba y pronto tuvo la certeza de que no tenía una semana en Santo Domingo. Pudo comprobar la leyenda de que Jarabacoa está minado de hermosas jarabamamas. Un poco de cuido y le daría un ticket one way al circuito de las megadivas. Ya estaba oscuro y sus ojos verdes de gata cambiaron de color.
—¿Y tu cómo te llamas?
—Vercelis.
—Primera vez que oigo ese nombre. ¿Y qué haces? ¿Estudias?
—Estudio Administración Hotelera.
—Qué bien. ¿Entonces cocinas? —le dijo con gesto sonriente— Eres muy bonita. Seguro tienes muchísimos enamorados. —Ella sólo sonrió y dijo con una gota de sensualidad: —Qué va, aquí lo que más faltan son hombres que valgan la pena. Él se quedó anonadado.
Dobló por una calle y detuvo el carro en la parte medio oscura. Se le acercó, se sentía obligado y trató de besarla. Ella se negó en risas y no quiso, hasta dijo: —¿Me vas a obligar? —Pero lo dijo como actuando, interpretando alguna escena de alguna telenovela. Él también sonreía, trató de no pasarse de la raya, era obvio que ella se divertía y pensó que no quería porque estaba tan bien maquillada, e iba a reunirse con sus amistades. Por lo menos logró oler su piel. Tenía el corazón acelerado, sabía que el problema era su compromiso, estaba seguro que en otra ocasión ella se hubiese ido con él por ahí a donde el quisiese. Satisfecho con su obvia atracción por él, siguió hacia Monday’s, seguro que le daría su teléfono y una cita mejor planeada y más oportuna surgiría.
Vercelis se despidió en risas, era muy divertida, además de bella y provocativa. Rodolfo le pidió quedarse, pero ella evadió esa idea con destreza.
—Gracias por la bola. Fue entretenida.
—Le dio su número y se dijeron adiós.
Rodolfo siguió su camino. Uno claro y simple, uno acostumbrado. Lo mejor de su largo día acababa de pasar. Ahora hacer una parada por el colmado y beber hasta estar lo suficientemente diestro para ir al campo de batalla por si pisa una mina no lo maten, o mejor aún, no lo hagan explotar.

Ruth sería su nuevo nombre, su alias profesional, le gustaba; en realidad a ella no le importaba, Vercelis no era su verdadero nombre de todas maneras. Solo quería su dinero y empezar una nueva vida. Lejos de la monotonía de Jarabacoa; harta de trabajar en la panadería y verle la cara a su papá, de ver la misma gente todos los días sentada en los mismos sitios. Fondeada en ese pueblo. Bueno, era famosa porque hacía el mejor dulce de coco de todo el parque, el que le enseñó a hacer su mamita, en paz descanse. Pero no más labores humildes, no tenía nada; lo único que tenía era su bella cara y sus bellas curvas. Cambiarse el nombre simbolizaba un nuevo comienzo, sin nada que perder. “Total en Jarabacoa la única diversión es singá y e lo que a mi me guta.”, pensaba ella en silencio, sentada en la parte de atrás del vehículo que la conducía hacia su soñada fortuna.
—Recuerden, chicas, el cliente sólo se puede venirse una vez, si quiere otra ronda la debe de pagar. Y nada de estar dando sus celulares a los clientes, eviten, no queremos tener problemas con ustedes. Recuerden estar siempre bellas, olorosas, y aféitense bien. —Lo último lo dijo mirándolas y muy en serio. —Pero, también deben de tener presente que hay unos clientes que son fijos y tenemos que tratarlos como VIP. Tenemos unos cuantos diputados que les gusta ir por las mañanas, o sea que el horario empieza temprano. Cuando lleguemos Arnelis les enseñará las bases de los masajes corporales y de relax. — Veía ojos por el espejo retrovisor. —Jajá, ¿estás nerviosa, querida? No se preocupen que cuando sus manos empiecen a oler a plata se les quitará. Sean profesionales, mis amores.
Junto a Ruth estaban dos mujeres que ella no conocía y manejando iba Silvana —la madame— quien les daba los detalles de lugar. A Ruth le daba risa, como todo, la manera que ella trababa de hablar como Lucía Méndez en una de esas novelas, y querer aparentar ser toda una perita empresaria. “Seguro que a esa le han dao ma que a Beauty, la perra de tía Pía, que dio a luz como 23 veces o, para ser más exacta, 164 perritos.”, pensó. Por lo menos aparentaba ser buena persona: bonita, india, con un buen cuerpo y un busto enorme, y se preocupaba en cierta forma por la calidad y por su gente. Al menos le daba esa impresión. Eso le gustaba porque quería ver a los más adinerados, y seguro que a los menos perros.
Silvana manejaba un chevrolet verde viejísimo, parecía un barco que a penas pudo parquear en la marquesina de la casa. La casa se encontraba en un barrio de clase media, un residencial limpio y respetable, y los carros que estaban parqueados en las marquesinas no eran baratijas. A Ruth le llamó la atención un número pintado de rojo en la pared azul claro de la galería “103” bien grande, seguro escrito a mano por un iletrado, como si fuera la X de un mapa de tesoros.
—Vengan por aquí. Bienvenidas a La Casa —dijo Silvana.
Las guió por la parte de atrás, el negocio obviamente ya estaba abierto, se podía oír la música pero no muy alta. Siguieron por el callejón del patio que estaba detrás de la marquesina hasta el cuarto del servicio, justo detrás de la cocina, que servía de camerino. Unos viralata patrullaban el patio, el mal olor canino y a mierda era fuerte. Todo parecía dejado y sucio. Las tres entraron al cuartito y empezaron a cambiarse.
—Me llamo Vercelis.
—Yo soy Carmina, y ella es mi prima María. Somos de Azua. Seguro tú eres del Cibao o de Bani, ¿verdad? —dijo Carmina.
—Jarabacoa, ¿primera vez?
—¡Ay, mija, no! Pero no lo hacemos todo el tiempo. Cuando necesitamos dinero trabajamo y despué uno se va pal campo.
—Ruth, de Jarabacoa —dijo Carmina explotando una bola de chicle.
—Verdad, que mi nombre es Ruth. Es la primera vez para mí.
—Se nota. Y para hacerte franca, creo que te va a ir muy bien. Eres muy bonita…. y te van a romper la cuca. Jeje. —dijo María, y ambas rieron, burlándose.
—Eres muy bonita, y serás la carne fresca de todos los perros que vienen por aquí. Y para que sepas, Silvana nos pica, y bien picá. ¿Dónde te estás quedando tú, que no veo que tienes maletas? —continuó María, curiosa y con suspicacia.
—Donde una amiga.
De repente entró una mujer, con un cigarrillo en la boca y unos ojos tristones; lucía una minifalda brillosa, dorada, una franelita bien pegada. Se veía claramente su arete en el ombligo. Aparentaba ser alta pero era por los tacos altísimos que tenía puestos. Daba la impresión de que era una de las estrellas del lugar, una veterana.
—Bienvenidas a La Casa. Me llamo Mona, soy la más vieja aquí y la más bella y popular—. Y observó a Ruth atentamente y le dijo: —Coño…, es verdad que eres bonita, muchachita. No jodimo, ¿eh chicas? —Dijo con tono irónico, mirando a María y a Carmina—. Ojalá nos toque un trío esta noche para darte una bienvenida de a verdá—. Esto a Ruth no le cayó bien. Obviamente, Mona estaba haciendo sus pruebas, perfilando a Ruth, que proyectaba ser una distracción profesional, para ella y para toda la escuadra de la casa.
—¿Trío de qué? —preguntó Ruth. Y Mona le dio la espalda y se fue con grandes carcajadas. Ruth permaneció viéndola: caminaba como una culebra, y en la dirección que ella se desplazaba venía Silvana de frente para ver cómo estaban las nuevas enroladas.
—Ok. Déjame ver mis muñecas. Hmmm bien, muy bien… Arnelis está en un servicio a domicilio así que no hay entrenamiento hoy. No creo que esta noche les valga de nada.
—Mire, Silvana, que quede claro que yo no me cojo con mujere —dijo Ruth.
—Eso dicen todas cuando llegan, querida, no te preocupes. —Dijo acariciándole lentamente la mejilla. —¿No quieres hacer mucho dinero? — Y todas siguieron a la madame hacia La Casa.
Ruth miró hacia el cielo que estaba lleno de estrellas, aunque no se veían tantas como en su pueblo. Se acordó de sus hermanos, cuando iban juntos al monte a mirar hacia arriba y ver las estrellas con la música de los rápidos del río y los grillos de la noche. Empezó a sentirse nerviosa; estaba a punto de cruzar una línea —ella lo sabía, pero era hora te tomar acción, era hora de valerse por ella misma. “Y si se trata de dar el culo por dinero, pues que así sea”, pensó. “Aunque al nivel más bajo o el del medio o cual sea, había que empezar por algún lado. No es secreto que hay mucho cuero fino por ahí. ” Recordó lo bien que le ha ido a su prima Zaida Elena: jeepetas, un Mercedes Benz, lentes Gucci carísimos, y un apartamento despampanante. “¿Por qué yo no puedo llegar ahí? Con lo buena que toy. Quizás no sea una de las finas, pero mejor vida sí puedo tener. Compraré un carrito y tendré una casita, que sea mía, solo mía. Ahora empiezo mi camino y no me importa un coño.”
Entraron por la cocina donde había unos hombres jóvenes sentados en unos bancos de madera, bebiendo cerveza. Obviamente no eran clientes y uno la piropeó, tenían la meseta llena de DVDs copiados y discutían los beneficios ganados del día. Siguieron por la puerta de la cocina que daba al comedor donde enseguida el olor inconfundible de destrozo y perdición chocó con sus narices; era como una mezcla de tabaco, perfume, aceites, jabones, sexo y, claro, higiene tropical. El comedor servía como una antesala aislada por una cortina azul donde las mujeres se sentaban a esperar su turno. Había cuatro: algunas con sobrepeso, mal talladas, descuidadas, abatidas por la vida y la decadencia. María, Carmina y Ruth se sentaron en el banco de madera, pero Silvana llamó a Ruth antes de ella sentarse. Era hora de enseñar su nueva estrella. Las demás se quedaron viendo la novela en una pequeña televisión en blanco y negro.
La casa estaba casi vacía, sólo había un sofá viejo en el área de la sala y al lado, un escritorio lleno de papeles y vasos sucios, las paredes tenían pinturas eróticas de mujeres desnudas. Ruth se sentía perdida, no acostumbraba visitar casas de tal tamaño. Siguieron hasta la terraza trasera cuyas rejas hacían frontera con otro patio más grande. Las rejas estaban cubiertas por playwood pintado de amarillo para bloquear la visibilidad y para opacar el bullicio del área lounge. Había un bar pintado de negro brilloso con unos cubículos de hierro, de esos que al sentarse nunca están fijos en el suelo; detrás, un espejo entre unos tramos con alcohol y cigarrillos. Los clientes de Silvana estaban sentados en unos sofás color morado, enormes, que bordeaban el espacio, sus sacos puestos en los brazos, sus corbatas sueltas; parecían cuarentones, bebían whisky y estaban en control de la casa; se sabían los nombres de todas las mujeres, y lucían felices, libres. Ruth se sentía incomoda, estaba a punto de ser puesta a la venta y sintió un escalofrío en el estómago cuando se dio cuenta que la salsa que había puesto Rodolfo cuando él la llevó a Monday’s se oía por las bocinas.
—Chiiiiiicooooos, aquí ha llegado nuestra nueva estrella! Les presento a Ruuuuuth! —dijo Silvana. Todos los ojos de estos hombres apuntaron a ella, a sus senos, sus lindas piernas, sus perfectas nalgas y su hermoso rostro. Parecía que habían visto una diosa.


Rodolfo celebraba otro mal día, uno de esos días que le hacían pensar el porqué vivir. “¿Qué había hecho mal?” No todo salió como él había anticipado: esos sueños donde él compraba carros costosos, casa con patio y una piscina. Pero después de dos maestrías, años de sacrificio, todo por el libro, la realidad era otra. No porque él no sabía que la vida en sí era algo difícil, esto él lo sabía bien, el siempre estuvo preparado, listo para esa lucha, con entusiasmo y dedicación. Sin embargo no tuvo dicha, por ser un hombre honesto no pudo hacer su suerte como muchos de sus amigos, conocidos y contemporáneos que todo les había llegado fácil y sin hacer gran esfuerzo. Claro, había muchos que estaban igual que él, pero eran conformistas, eran ovejas en el corral. Rodolfo celebraba su realidad y la más triste hilera de esa realidad era que su mujer lo había dejado de admirar, había dejado de creer en él.
Estacionó su carro lentamente y vio el número 103. Era imposible no verlo, entonces se preguntó: “¿Como carajo pueden pintar ese jodío número y vivir en paz viéndolo día tras día?” Vio los demás carros, había que entrar con cuidado, como todo un espía.
Estaba borracho, a la deriva. Pensaba en su mujer, y que en cierta forma él ya estaba libre: ya no lo llamaba a aquellas horas para ver dónde estaba, preocupada, llena de angustia como ella se revelaba por cualquier cosa. “Casarse terminó siendo una mesa de negociación.” Pensó. Y para él eso no podía ser así. Para ella él había fracasado, y también sus sueños cada vez más lejos, en el horizonte del tiempo. Quizás ella no supo reconocer que él hizo todo lo posible, con honradez, con firmeza, con dignidad y sobre todo con amor. Él nunca tuvo ese punto de apoyo, ese entendimiento y esa necesaria comunicación; ella nunca pudo formar una fundación en base a ese principio.
Cerró la puerta de su carro y la volvió a abrir, se le había quedado el trago. El cielo estaba claro y las estrellas resplandecían el barrio que dormía, y acechaban a Rodolfo que se tambaleaba hasta la puerta de La Casa 103. En vez de presionar el botón del timbre, estrelló fuertemente el enorme candado yale de la puerta contra las rejas de hierro. Mona contestó.

—Pero mira quién es. Hola, hombre de Dio. —dijo Mona picándole el ojo, siempre buscando la manera de que él le hiciera caso. Él a penas se movió.
—Silvana, ven a ver quien está aquí. —continuó Mona, abrió el candado y lo dejó entrar.
Rodolfo pronto encontró el camino a una habitación vacía.
—¿Dime quien es? —preguntó Silvana.
—El loco amigo tuyo. —dijo Mona
—¿Ya se metió en la habitación?
—Sí. Se ve que está bien molio… Silvana dile que hoy tú no puede, que tienes la luna. Dile que yo soy lo único que hay eta noche. —le dijo Mona a la Madame, con los ojos bien abiertos, loca por estar con él o por ser tomada.
Rodolfo sentado en la cama se miraba en un espejo que estaba en el suelo, recostado de la pared. Ebrio: su pelo rizo y descompuesto parecía una esponja sucia; tenía una camisa blanca de mangas largas, que resaltaba con su color oscuro quemado. Llevaba pantalones y zapatos negros, corbata color vino suelta y tenía una mancha húmeda en la barriga. Se miraba fijamente como una estatua, hipnotizado por el sonido de un viejo aire de ventana, hasta que despertó con la entrada de Silvana.
—Mi amor qué bueno verte, y eso tú por aquí tan tarde. Uf, y por lo que puedo ver estás bebidito.
—Ven acá —le dijo. Silvana se acercó y el empezó a sobarla con toda confianza. Le agarró las nalgas y metió su frente entre la suave tela que cubría sus increíbles senos.
—¿Qué te pasa? —preguntó la madame.
Ella trataba bien a sus clientes, pero no físicamente, ya estaba en retiro. Era la dueña de La Casa, pero con Rodolfo era difícil no mezclar placer con negocios y a veces imaginarse ser la mujer que hace a un hombre como él, no tener que ir a un negocio como el de ella. Siempre brindaba sus oídos y su atención para este pobre hombre, infeliz y perdido; lo esperaba atentamente para oír un nuevo capítulo. Pero él no dijo una palabra, estaba en un vahído. Silvana no perdió tiempo, se puso de pie y volvió a su rol, volvió a enfocarse.
—¡Show time! Mona, vamo arriba, que vengan una a una, vamo a ver. Miró hacia Rodolfo y le dijo: —Hoy llegaron unas linduras, ya verás como se quita eso que llevas, verás cómo vas a botar todo lo que te causa stress como en ningún otro sitio, aquí en La Casa de Silvana. Rodolfo parecía un zombi, su cerebro padecía de un vértigo surrealista. Finalmente dijo: —¡Agua!
—¿Que fue mi amor? —preguntó Silvana.
—¡Agua!, tráeme agua con hielo.
—¿Estás bien, querido? Acuéstate un rato ahí, si quieres. Mona, tráete agua y un plato con hielo también.
Mona salió de la habitación mientras María y Carmina ya estaban en fila, esperando ser llamadas.
—¿Y qué mierda e, Mona? —preguntó María.
—Ta prendío el hombre. —contestó Mona y siguió hacia la cocina como una víbora. Pasó por la antesala y las demás putas de Silvana seguían pegadas del televisor.
Ruth estaba en una esquina mirando la pared, enviando mensajitos por su celular. Seguro a alguna de sus amigas, dejadas atrás en aquella loma preciosa y pacífica.
—¿Y qué fue rubia? ¿Te trataron bien o que? Vamo párense que quieren verla a todas. —Mona siguió por el agua mientras todas se ponían de pie, la mayoría sabiendo que para nada. Pronto todas seguían a Mona en pelotón.
—Aquí tienes tu agua, mi amor. —le dijo Mona con unos de sus gestos sobre actuados, deseando que el desfile no se llevara a acabo y quedarse junto a él.
—Que entren una a una. —voceó Silvana, dirigiendo lo que ya parecía una operación militar. Primero entró Carmina, luego María, y otra más. Rodolfo bebía su agua sin inmutarse. Hasta que Ruth entró caminando con el mismo gusto que lo hacía en la vereda esa misma tarde. El abrió los ojos y cuando ella los encontró, se pasmó.
—Esta sí, ¿verdad?, jejeje. —dijo Silvana.

Amelia, como de costumbre, se despertaba sin darse cuenta que al lado de ella dormía otra persona, su marido al cual ella levantaba a base de ruidos agresivos: gavetas, cortinas, closets, interruptores, puertas, etc, etc … Nada de caricias, besos, susurros. Para Rodolfo era una verdadera tortura.
—PERO ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ES QUE TÚ NO PUEDES TENER UN POCO DE CONSIDERACIÓN. ¿TÚ NO VEZ QUE ESTOY DURMIENDO?, POR EL AMOR DE DIOS. —gritó Rodolfo al ser despertado.
—¡Ay!, cállate, no joda, acaba de levantarte a ver si haces algo. —le contestó Amelia.
—¿Tú no te puedes poner en la posición de los demás? ¿No tienes respeto por el otro?
—¿Y qué se supone que yo haga? ¿Que no me levante como me dé la gana en mi propia casa? ¿Pero usted está loco, mi hermano? —dijo ella todo sarcástica y egoísta.
—No te preocupes que el día llegará… Me mataste el sueño más real que he tenido en mi vida… Tú…, es que tú…
—No me digas, ¿estabas soñando conmigo, mi amor, he? Dime. ¿Verdad que sí? Y empezó a hacerle cosquillas. Vamos, sal de esa cama y, para que veas, te puse tu toalla en la ducha para que no se te ocurra usar la mía. Amelia salió a la cocina y Rodolfo permaneció un buen rato mirando al techo, reviviendo, acordándose con los ojos bien abiertos, y de repente empezó a sonreír. Con su mano derecha alcanzó sus pantalones, sacó su billetera y encontró el papelito que decía: Vercelis 809-555-3822.

Texto agregado el 04-01-2008, y leído por 429 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
23-11-2008 Muy buen cuento... cómo un sueño puede ser real? felicidades. ***** JAGOMEZ
18-02-2008 Querido Lou, ha sido para mi un placer leer este segundo cuento de tu autoría (el primero fue La Amante del Coronel) y a mi humilde juicio los ambientes estan muy bien logrados, sin llegar a ser una trama para ser llevada a la gran pantalla, leerla me transportó a otra realidad que existe, en tu pais, en el mio...consiguió captar la atención de mi mente viajera,además de la presencia de un elemento que he notado en los finales de estos dos cuentos que me fascina y es el: "¡No parecía ...pero es!!!"...Creo que alcanzaste tu objetivo con este cuento..mis 5* miranda_obispo
11-01-2008 Mire yo leí y leí , no sabría explicar bien porque soy asi como no muy bueno pa'comentar, pero también me gusto , tiene algo especial este cuento, ahí le van las estrellas. Ramirob
06-01-2008 Me encantò el final!,ya me habìa creido todo el desarrollo del texto y ansiaba ver el desenlace.Que bueno que el sueño fuè a lo que ella se dedicaba,y la realidad que èl tenia su telefono. Una nueva esperanza para èl. Sigo opinando que escribis excelente.besos y estrellas....**************** mystica_1503
04-01-2008 Una narración fallida. Abundan los escenarios y situaciones pre-establecidas por el melodrama televisivo. No hay sorpresas en la historia, ni en la forma en que se cuenta. Todos los personajes son prototípicos y su accionar demasiado condicionado. Se puede predecir lo que acontecerá. El hecho de que esté gramaticalmente bien escrito no quiere decir que sea un buen cuento. Creo (porque no he leído los demás de tu autoría) que tienes las herramientas pero, en este caso, te faltó material. Los personajes no llegan a esa existencia propia porque es fácil adivinar su papel en la trama que también es fácil de adivinar. No se trata de ccomplicarse, claro; ni que lo complicado sea mejor. De hecho, al contrario: hay que hacerlo fácil. y ahí otro vicio del texto: es abundante, pero no profuso. Sabes describir escenarios y poner diálofgos de contexto. Usa eso para BORRAR y darle mayor contundencia a tus frases y tramas. Aristidemo
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