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UN MOMENTO.
Eran las dos y media de la tarde y los adolescentes salían del instituto como a olas, con su piel tersa y la actitud desencantada.
Hacía un rato, Celia comentaba con ellos en clase la influencia de ciertas decisiones en la historia de un país y ahora se dejaba llevar, sin pensamientos, hacia la calle.
Había llegado a aquella ciudad militar, en la que todo debía hacerse como Dios manda, en busca de un amor que resultó ser nada y que la dejó, como a Penélope con su bolso de piel marrón, agarrada a una fe inútil en la resurrección de la nada. Mientras tanto, sobrevivía dedicándose a fumar hachish de noche y a rescatar de día el entusiasmo, la sorpresa, la sonrisa del fondo de los ojos gamberros de sus alumnos.
De los ojos de Beneroso, por ejemplo, que hoy no había venido a clase y sin embargo ahora esperaba en el paso de cebra frente al instituto, montado en su Yamaha azul, tratando de impresionar a unas chicas que cruzaban, a golpe de acelerón. Ellas, sin mirarlo, arrastraban los pies y hacían brillar el piercing del ombligo con el balanceo indolente de sus caderas.
Celia-burbuja flotaba en el aire caliente de la calle entre todoterrenos de padres sobreprotectores, deportivos tuneados de niñatos de plazoleta, scooters de chicas de mirada dura, idiotas que sueñan con ellas.
Estaba cansada y se sentía rebelde ella también, quizá fuera el ambiente, quizá por eso decidió cruzar la calle unos metros antes de llegar al paso de peatones casi al mismo tiempo en que las niñas del ombligo alcanzaban la acera y Beneroso quemaba testosterona en un acelerón final que hizo rugir salvaje a la Yamaha. No esperaba a Celia, pero rápido de reflejos, pudo sortearla en un quiebro difícil. La profesora sintió el aire enredándose en su falda, aún así siguió andando despacio hacia el coche.
Unas ruedas chirriaron sobre el asfalto y pensó – Algún día va a pasar algo aquí-.
Entonces fue el golpe seco, como si tiraran un saco de boxeador contra una puerta de hierro.
– Hoy es ese día- Pensó.
Al levantar la cabeza vio el tumulto que empezaba a formarse en el extremo de la calle y caminó hacia allí. Ocurrió algo extraño: a medida que Celia avanzaba, la gente iba subiéndose a la acera de modo que quedó sola en medio de la calle. Puede que se oyera la sirena de la ambulancia que llegaba del hospital cercano. Ella ya no oía nada, sólo miraba un trozo de carenado azul en el asfalto y a Beneroso, tirado en el suelo con los ojos en blanco y un temblor violento en su mano derecha.
Le parecía que todos en la calle esperaban que se acercara al muchacho, recogiera entre las suyas aquélla mano que temblaba y estuviera con él y le hablara y le dijera que procurara respirar, que mientras respirara todo iba a ir bien. Pero algo pasaba en Celia, algo enorme, tirano e invisible la mantenía allí, con los ojos clavados en el chico, a diez pasos de él y sin poder dar ni uno sólo de los diez para tocarlo.
Fue uno de esos momentos que duran para siempre y duran un momento. Enseguida llegó la jefe de estudios diciendo a los alumnos que entraran de nuevo en el instituto. Celia también se dejó llevar, como uno más.
Pero una vez sentada en la sala de profesores, sintió un hueco en el pecho y un frío extraño que salía de él. Y supo que era el hueco de su alma que estaba aún en la calle cogiéndole la mano a Beneroso.
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Texto agregado el 03-01-2008, y leído por 166
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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11-01-2008 |
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Transmiten varios sentimientos, es bueno a la hora de leer, pues uno no se aburre con un sin número de letras. Ese trágico suceso nos revela varias situaciones... desde la paralización de una persona por el temor, pasando por la ironía de no poder hacer algo al querer hacer todo por causa de una tragedia sorpresiva. También, esa estremecimiento de Celia al detenerse en el tiempo.. y quizá el ver perdida cualesquier oportunidad con el chico de la Yamaha. Buen relato... raul_lsz |
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05-01-2008 |
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Coincido con quilapan en la claridad del accidente. O -quizás- lo que se interpone para que sea claro es el deseo que me invade como lectora de que no sea obvio. Y no que Celia salga indemne...que sea Celia la que esté tirada allí, pero al mejor estilo Mulholland Drive todo se confunda como en un sueño. Más allá de eso, ciertamente tu modo de contar es interesante. Besos. taxi |
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04-01-2008 |
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sólo tendría que reparar en el accidente, no me queda claro -o yo soy tonto, lo más probable- pues me parece como si el auto se hubiera estrellado con la profe y ésta hubiera salido físicamente indemne. Si eso es precisamente así, debo agregar entonces que ha sido un buen toque de irrealidad ante tanto fantoche estudiantil derritiéndose en el asfalto. quilapan |
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04-01-2008 |
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Lo que ocurre en el cuento es algo completamente normal, frecuente, cotidiano: el muchacho que hace alardes con la moto y sufre accidente. La parálisis de la prof. Celia también es normal. Lo mismo que lo es el hecho final de que ella siente un vacío en el corazón porque sabe que debió ayudar al muchacho, pero no pudo. La parálisis no la dejó. No obstante esos elementos, el cuento es seductor, nos atrapa hasta la última línea. Cuando llegamos a ella sentimos la sensación de que el dulce buscado al final no es tan valioso como esperábamos. Pero vale la pena, y nos lo comemos. Nos comemos el vacío del corazón de Celia, que nos conmueve. Por todo ello, no es un cuento de antología ni es inolvidable, ni mucho menos. Pero se deja degustar, y muestra que la autora tiene talento para narrar. Ya me leeré el otro cuento, mientras te doy algunas estrellas, no todas, pero algunas. delfinnegro |
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04-01-2008 |
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Primera vez que te leo, en verdad que te veo en linea.
Es una suerte, me atrapó el texto,más que eso me emocionó mucho.Lo cuentas bellamente involucrando al lector.
Me he quedado impresionada co0n la historia.El final fue increíble*********
Besitos Victoria 6236013 |
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