En algún lugar de la Capital Federal dos ancianos: Hilda y José.
Hilda: Despertáte querido, ya son las siete y media.
José: Un rato más, es todo lo que pido.
Hilda: Ya dormiste demasiado, además acordate que hoy puede que venga Luisito con los chicos.
José: Lo mismo me dijiste ayer y antes de ayer, ¿Todavía no te das cuenta Hilda mi vida? Nuestro hijo Luisito ya tiene su vida y familia, nosotros ya estamos viejos, no creo que hoy vengan a visitarnos, dejame seguir durmiendo.
Hilda: Si no vienen no es porque nosotros seamos viejos, ¡mirá que sos terco!, deben de estar ocupados.
José: Está bien, esperémoslos como siempre.
Hilda: Hay una gotera que me tiene cansada, no me deja dormir.
José: Es porque llovió, siempre pasa cuando llueve, nos tendríamos que mudar.
Hilda: Ni lo pienses, me hice amiga de la vecina de al lado, pobre está muy sola ella.
José: Me enteré que hay un nuevo personaje en el barrio, un pibe joven, espero que no haga mucho ruido. Vos viste cómo son de bochincheros los chicos de hoy.
Hilda: No creo, por lo que escuché es un buen muchacho.
José: Ahí pasa alguien…
Hilda: ¡Son ellos! ¿Viste que te dije?
José: No eran.
Hilda: Bueno, no importa, ya van a venir, además no los culpo si no lo hacen, no es agradable visitar el cementerio.
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