Desnudo sobre un banco de plaza, dejaba entre ver que no había comido en semanas. Sus costillas se podían contar a simple vista bajo la vaga iluminación del parque. Los pies, uno sobre otro como los de un crucificado, se escondían por debajo del banco y sus manos juntas, metidas entre sus piernas, lo ayudaban a soportar el frío. Su rostro inmutable y perpetuo, parecía no percibir su desnudez ni la baja temperatura de la noche, sus rasgos eran hermosos. El pelo sucio y desprolijo, largo hasta los hombros cubriéndole un poco la cara, no podía disminuir la perfección de su fisonomía. Conmovía verlo desnudo, sentado a la intemperie sobre un banco frío de piedra, pero su semblante no dejaba que nadie sintiera pena por él, maravillaba a los transeúntes que olvidaban su desnudez y sus costados flacos, cuando observaban su boca junto con su nariz y se perdían en sus ojos azules fijos en el vacío.
Varias horas pasó en el banco sin moverse, nadie lo había visto llegar, pero todos en la plaza caminaron hacia él para verlo, ajeno a las personas, rechazó con indiferencia las propuestas de ayuda y las preguntas de los más curiosos. Uno a uno se fueron los que se reunieron a su alrededor, sin obtener respuesta alguna u observar algún signo de vida más que el de su esquelético pecho, moviéndose lentamente al ritmo de sus pulmones.
El frió más crudo de la noche lo abrazó solitario, la luna ya había recorrido gran parte del cielo estrellado, cuando otro vagabundo, vestido en harapos y la barba llena de porras, se le acercó, lo estudió por un momento, sin hablar, sin poder admirar la belleza de su rostro, se preguntaba como soportaba el frío, ese que él concia tan bien, se sentía superior al verse con sus ropas sucias y rotas ante este otro que no tenia nada, solo era un desdichado que había perdido la cordura un tanto más que él, loco de verdad tiene que estar este para andar así, pensaba. Luego de un rato, compartieron el banco.
El vagabundo de harapos, no parecía perturbar con su olor nauseabundo al infortunado que todo había perdido, y absorto contemplaba sus manos, como palma contra palma se clavaban entre sus piernas y no podía pensar en más que unos guantes o algún trapo para proteger los dedos del frío. Recostó la espalda contra el respaldo del banco y comenzó a hablarle de los refugios, los lugares donde se obtiene buena comida y donde conseguir alguna monedas para comprar el vino. El otro parecía no escuchar, con cada palabra que mencionaba el vagabundo, más grande se hacía su necesidad de hablar, y sin darse cuenta se encontró contándole su vida antes de la calle, no pudo evitar hablar de su pasado, no recordaba la última vez que había hablado de su familia, se entristeció al escucharse y los ojos se le llenaron de lagrimas, secó la humedad de sus pupilas con la manga mugrienta del saco deshilachado que llevaba puesto. El que estaba desnudo, quizás motivado por el relato, pestañó por primera vez, el otro no lo pudo percibir, seguía entristecido por sus memorias, pero en su interior sabía que era un destello de cordura, poder tener su mente ocupada con recuerdos y no como un animal pensando solo en presente, esto lo volvió hombre de nuevo y disipó en parte sus penas. La barba larga y sucia como sus ropas, no le permitía mostrar la mueca que se le dibujo en la cara en vez una de sonrisa.
Con la vista clavada en el piso, comenzó a sentir los ojos azules, del que escondía sus pies cruzados bajo el banco, posados sobre él, más intenso a cada segundo, parecía que lo palmeaba con la mirada, llamándolo, dispuesto por fin a hablar. Sintió algo de temor, pero volvió la cabeza en lugar del otro. Tal vez por su momento de sensatez pudo darse cuenta que tenía un rostro hermoso, y el temor desapareció cuando se miraron a los ojos. Sentados en el banco, recostados contra el respaldo, se miraron por un momento prolongado, hasta que el desnudo pronunció unas palabras que el vagabundo no comprendió, pero que lo llenaron de paz, luego se disculpó por hablar en una lengua lejana, esto si lo entendió el vagabundo y preguntó:
- ¿Qué te pasó para estar así?
- Me he suicidado, contestó
- Yo, igual que vos, lo intenté muchas veces antes de llegar a esto y nunca pude, dijo con una lucidez poco común en quien anda comiendo de la basura por mucho tiempo.
- No, yo si lo he logrado
- Y ¿por qué te suicidaste? Preguntó el vagabundo a quien ya
empezaba a considerar un loco
- No toleraba más a mi padre, contestó
El vagabundo lo miró por un momento pensativo, ya no era el mismo que hace un instante solo podía pensar en como soportaba el frió el desnudo, ahora podía buscar en su mente las palabras precisas, para contener a un desquiciado que aseguraba haberse suicidado. No supo, hasta que el desdichado se fue, porque motivo la razón volvió a su ser, ni porque sintió la necesidad imperiosa de confesarse con un hombre desnudo. Solo sentía que no debía apartarse de él, y dijo:
- Los padres a veces solo necesitan tiempo para entender a sus hijos.
- Para mi padre el tiempo no importa, sentenció con firmeza y prosiguió, yo fracasé en mi propósito y no soportaba más mirarlo a la cara. Ese es el motivo de mi suicidio
- Esta bien que uno sea exigente consigo mismo, pero quitarse la vida es demasiado. Pensá en tu padre lo preocupado que debe andar. Dijo
el vagabundo
- Si mi fracaso no fuera tal, usted no estaría ahora en la posición en que se encuentra, y tenga por cierto que mi padre no se preocupa por mi, todo esta planeado por el, mi nacimiento, mi fracaso, mi muerte y hasta mi suicidio lo debe haber contemplado ya.
Con estas últimas palabras, el suicida se despidió de forma amable, sacó sus manos de entre las piernas y descruzó los pies para incorporarse, parado de espaldas al vagabundo, caminó desnudo por la noche hasta perderse. El otro, el que quedó sentado en el banco, jamás pudo borrar de su mente la imagen de la espalda dibujada a latigazos y la sangre surgiendo de sus manos y pies al marchar.
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