En otra fría mañana de otoño, todo parece seguir igual en estas verdes tierras del sur. Las innumerables aves vuelan ya expectantes unas, decididas otras; el cielo gris envuelve todo y solo unas bocanadas de un suave viento se le filtra entre los álamos, despertándolos. Parece un día más de chirridos de pájaros y chicharras junto con el agradable sonido del viento acariciando los pastizales. Algunas tímidas gotas chorrean de momentos juntandose con las que las esperan pacientes desde hace ya un rato sobre las hojas. Y una vez juntas deciden caer finalmente a la tierra y desaparecer. Este magnífico comportamiento de las gotas es tranquilamente observado por los solitarios caracoles refugiados en si mismos sobre las mismas hojas y los tallos balanceandose. Las ven llover con un apuro descortés sobre sus pares para luego de un instante de sosobra dirigirse hacia el acantilado menos elevado de su planta elegida. En este instante se ve en sus movimientos más vértigo que al caer de quien sabrá donde al llover. Asomando la cabeza se estiran cuan largas son sin querer soltarse en su afan de vivir, pero tomando valor y cerrando los ojos se lanzan sin disimulo haciendo volteretas para ser observadas por los alli presentes, saben que estan a punto de cambiar sus vidas y es por eso que lo que hacen al llegar al suelo es tan asombroso. Si tienen suerte y los espera un charco reciente, al aterrizar estallarán en una increible demostracion de belleza que opaca toda la belleza que la rodea, aumentando el efecto avasallador con un profundo sonido tan hermoso como la corona de despedida que ellas se hacen. Otras sin embargo, deberán aceptar que su destino es la tierra y solo produciran un suave sacudón en la tierra de arriba. Pero, para bien de las gotitas desafortunadas puede que la tierra ya este cansada de que la choquen y decida que espere afuera y entonces puede esperar a sus compañeras que ya llegarán a su propio charco. He aquí una de las tantas explicaciones a por que los caracoles no andan mas rápido; si lo hiciesen se perderian el espectaculo diario de las gotitas. O acaso es casualidad que los días de sol anden todos desganados los pobrecitos.
Cuando las nubes ya se marcharon sólo dejan sus restos a los que los cascarudos adoran confundirlos con inimaginables cosas como pajaros gigantes o dioses. Tanto lo hacen que es muy comentada una historia de un solitario cascarudo que encontró en el cielo al amor de su vida e intentó volar hacia ella, pero a mitad de viaje ella se había ido y en su lugar estaba una enorme mancha blanca. Sin más motivos en su vida el cascarudo se dirigió a la laguna y se ahogó junto con su dolor. Aunque bella la historia, es evitada por los cascarudos ya que muy sentimentales los pobres, lloran hasta los mas serios desconsoladamente al escucharla y una costosa ceremonia es realizada en memoria del pobre cascarudo ahogado, la cual a puesto en bancarrota ya a los mismos varias veces. Pero al irse las suaves nubes grises aparece el magestuoso azul que embellece todos los demas colores, inclusive el marrón. Y en un lugar que no se sabe con precisión cual es hay siempre un sol, no importa si hace calor o frío, si hay viento o no, hasta cuando hay nubes el hace saber su presencia por detrás. Y en estas tierras los que mas adoran la presencia del sol, y en esto están de acuerdo hasta los grillos, son las chicharras que no interrumpen su rezo al sol ni por un segundo. Al comienzo los árboles y algunos de los animales se quejaban pero ahora si se callaran faltaría algo importante. No todos los animales están de acuerdo en tener que escucharlas pero para esto dcidieron utilizar ciertos árboles para juntarse a chicharrear, previa aprobación del árbol. Y como los árboles no abundan por aquí nadie que no quiera ser molestado por las chicharras lo será. No veo necesaria la explicación del porque de los rezos al sol, tema imposible de discutir debido a la testadurez de las chicharras y a que la felicidad de sus caras hace que no valga la pena discutirlo.
Curiosa es la variada paleta de colores presente en estas tierras, empezando por los tonos marrones, negros y rojizos del suelo, pasando por los amarillos y verdes de los árboles, y llegando a los infinitos cuadros que pinta el cielo. Un arcoiris en si mismo es el cielo. Pero como es sabido el cielo es muy generoso y por eso para no quedar el solo pintoresco pinta a todos los que lo miren de sus maravillosos colores y juntos festejan.
En un orden incomprensiblemente bello deambulan las caravanas de silenciosas hojitas y palitos a paso firme, terminando en sencillos volcanes. Debajo de ellas viajan incansables y marrones las hormigas. Sus velas las hacen divertirse en el viaje a casa, pero no sólo a ellas. Los que se pasan gran parte del sol observándolas ocultas entre las hierbas son las orugas, que cambiaron sus velas por un hermosísimo paso elegante. No emitiré opinión sobre este cambio ya que no me compete, pero quién no querría caminar como las orugas.
Jamás intenté visitar este lugar ya que se que cuando pise sus verdes pastos ya no estará más allí el bello lugar que fui a buscar. Cómo no sentirse triste sabiendo que si lo buscase siempre estaría allá, y jamás aquí; y todo humano sabe lo mismo? Cómo buscarlo sabiendo que encontrandolo sólo conseguiría llevar mis ropas, mis casas, mis trabajos? Cómo hacerlo si vi tanta felicidad allí, y tan poca aquí?
Y es en este calmo ir y venir del viento, donde no existen los años ni los trajes, los jefes ni los techos, la ley ni la espada, es que todo parece seguir igual esta tibia mañana de primavera. |