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Ella bajó la mirada y encontró unas sucias y maltratadas manos; respiro despacio mientras en lo más profundo de su alma deseaba que todo fuera una pesadilla y que todo acabara en ese preciso instante.
Seguido se arrodillo y observo la figura de crucificado ídolo, que desde lo alto la mira y con la sinceridad y la humildad que solo el mendigo puede alcanzar, pidió perdón y salvación.
En ese instante una luz blanca, diáfana y etérea empezó a rodearla; una paz nunca sentida era la única sensación que recordaría unos minutos después de que el sacerdote interrumpiera su minuto de gloria, y la sacara a los empujones, escusado en que, la casa de “Dios” estaba reservada, para el matrimonio, de la hija del gobernador.
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Texto agregado el 03-01-2008, y leído por 194
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