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Anoche murió el amor.

Lo hizo sólo, a la vuelta de la esquina.
Era una noche fría de enero, de esas noches terribles en que el cuerpo se encoge y los huesos crujen.
Iba por la calle tambaleándose sobre sus zapatos todo terreno llenos de agujeros cuando de pronto lo vi tropezar hasta alcanzar la pared.
Se arrastró a lo largo de ella intentando no caer.
Sus manos destrozadas por una vida de dura lucha se aferraban al ladrillo visto clavando la punta de los dedos en él.
Dobló las rodillas temblorosas que ya no soportaban más su peso y cayó sobre ellas al suelo.
En un exagerado movimiento de muñeco de trapo su cabeza hizo un vaivén y quedó colgando hacía adelante.
Los ojos entreabiertos con brillo de cristal frío, la boca expulsando sangre en una tos dolorosa.

Estaba tan sólo mientras la gente iba y venía.
Señoras con sus abrigos de paño y sus bolsas cargadas de compras inútiles.
Niños saltando y corriendo mientras sus abuelos se afanan por alcanzar su mano.
Parejas discutiendo cuanto más o cuanto menos debería valer el regalo de la suegra.

Limpió sus labios con la manga de su chaqueta mugrienta y comprobó que su sangre era roja y mortal.
Esbozo una media sonrisa tragicómica mientras sus ojos se cerraban.
Se resbaló por muro hasta el suelo contra el que su cabeza rebotó levemente mientras su rostro quedaba flácido para siempre.

Yo lo vi todo desde el otro lado de la manzana.
Vi su muerte en vivo, rodeado de bullicio, sin que nadie se percatara, sin que nadie siquiera hiciera un gesto de asombro.
Todos les habían dado por muerto hacía ya tanto tiempo.
Lloré desconsolada apretando mis manos contra la boca, mordiendo mis nudillos para poder soportar el dolor que me apuñalaba el pecho.
Lloré como nunca quise pensar que podría hacerlo, impotente, sufriendo su misma agonía, sintiendo como su último aliento cerraba mi garganta y me impedía respirar.
No podía hacer nada, no podía salvarle, no podía correr hacía él cogerle en brazos y llevarlo a un sitio seguro.
Mi cuerpo es demasiado pequeño para llevar todo el desamor del mundo a las espaldas.

Hice lo único que podía hacer. Llorar su muerte, mirarlo a los ojos antes de cerrarlos y prometerle en silencio que nunca moriría en mi recuerdo hasta que mi propia muerte limpiara mi mente de dolor para siempre, para poder empezar de nuevo.

Texto agregado el 03-01-2008, y leído por 117 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
03-01-2008 La muerte trae nacimiento y viceversa. Que muera el recuerdo y empiece de nuevo el amor. Saludos, muy bello! laffinour
03-01-2008 Yo lo he visto nacer en ese mismo callejón, dicen que aún anda vivo. Me ha gustado. Saludos. narrador_errante
 
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