Fuegos de artificio en Londres, radiantes luminarias deslumbrando los rascacielos de Nueva York, Diademas de colores en Shangai, París y Sydney. 
 
En Santiago, en diferentes puntos, el ritual del fuego se dispersó sobre los cielos veraniegos; en Valparaíso, el mar dibujó sobre sus aguas toda la pirotecnia encantada. 
 
Y más al sur, el Volcán Llaima, eufórico, contestatario y desbocado, puso en marcha sus entrañas ígneas y quiso sumarse a tanto regocijo. A él no lo comprendieron, desconfiaron de su arte, por tanto tiempo silencioso. El hombre no disfrutó de la más natural y legítima manifestación de la naturaleza y huyó despavorido.  
 
Ese mismo hombre, se fascinó, sin embargo, con el fuego fatuo de sus celebraciones pueriles y ató sus esperanzas a cada artificio pirotécnico.  
 
Ahora, el volcán calla. Acaso esté decepcionado, quizás se encabrite dentro de una centuria. Nunca se sabe... 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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